Adviento. Preparación a la Natividad del Señor.

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¿Identidad Cristiana?

En nuestros días, a partir de octubre ya se pueden ver adornos navideños en los comercios, tanto en los países de tradición cristiana como en los de Oriente Medio, Japón o China. Numerosas páginas de internet recogen fotografías y comentan las costumbres que han surgido en todos los países durante los últimos años en torno a la Navidad: conciertos de música clásica, cenas para enamorados en restaurantes occidentales, Christmas Cake para el cumpleaños de Santa Claus, etc. Las películas de Hollywood han extendido una identificación de este tiempo con las decoraciones espectaculares, los conciertos benéficos, los personajes de la factoría Disney, el intercambio de regalos y los buenos sentimientos, acompañados por algún gesto de caridad, pero sin referencias religiosas explícitas. Para la mayoría de las personas, estas fiestas han perdido su identidad cristiana y se han convertido en unas meras vacaciones de invierno.

 

Pero no debemos fijarnos solo en lo negativo, las características de estas fechas, con su valoración de la vida familiar, de la inocencia de los niños, de los deseos de paz y reconciliación, pueden ser también la manifestación de que perviven algunos valores evangélicos en medio de un mundo incrédulo. Ciertamente, la Navidad no debe reducirse a un cuento para niños ni consiste en un regreso a la inocencia perdida de la infancia, como parecen sugerir las películas que se proyectan en esas fechas.

 

Si la Navidad ha sufrido una transformación tan grande, para la mayoría de nuestros contemporáneos el Adviento ha desaparecido, devorado por unas fiestas de fin de año que cada vez se adelantan y descristianizan más. Hasta el punto de que la misma palabra Adviento se ha vuelto extraña para la mayoría.

 

Se acerca la Navidad y con ella la compra de regalos, la preparación de la cena y la lista de invitados. Pero, ¿Qué es lo verdaderamente importante que debemos preparar? Es importante recordar que el Adviento, es el período de preparación para celebrar la Navidad y comienza cuatro domingos antes de esta fiesta.

 

El Adviento es además, el comienzo del Año Litúrgico que empieza el domingo más próximo al 30 de noviembre y termina el 24 de diciembre. Son pues, los cuatro domingos anteriores a la Navidad y forma una unidad con la Navidad y la Epifanía. En este año 2016, ha comenzado el pasado domingo 27 de noviembre y el último domingo de Adviento será el 18 de diciembre.

 

En los templos y casas se colocan las coronas de Adviento, en donde se encuentran cuatro velas de color morado, rojo o rosa, pudiéndose colocar una blanca en el mismo centro de la corona y se va encendiendo una vela por cada domingo. Asimismo, los ornamentos del sacerdote y los manteles del altar se tornan de color morado como símbolo de preparación y penitencia y en el tercer domingo de adviento, (Domingo de Gaudete) se sustituye por el color rosa.

 

Sobre el significado…

El término «Adviento» viene del latín adventus, que significa venida, llegada. El sentido del Adviento es avivar en los creyentes la espera del Señor.

Se puede hablar de dos partes del Adviento:

Primera Parte.- Desde el primer domingo al día 16 de diciembre, con marcado carácter escatológico, mirando a la venida del Señor al final de los tiempos;

Segunda Parte.- Desde el 17 de diciembre al 24 de diciembre, es la llamada «Semana Santa» de la Navidad, y se orienta a preparar más explícitamente la venida de Jesucristo en las historia, la Navidad.

 

Las lecturas bíblicas de este tiempo de Adviento están tomadas sobre todo del profeta Isaías (primera lectura), también se recogen los pasajes más proféticos del Antiguo Testamento señalando la llegada del Mesías. Isaías, Juan Bautista y María de Nazaret son los modelos de creyentes que la Iglesias ofrece a los fieles para preparar la venida del Señor Jesús.

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Origen y significado del nombre

La palabra latina adventus traduce el término griego parusía, que originalmente significaba presencia, llegada, y se utilizaba con varios sentidos. En primer lugar, designaban la manifestación poderosa de un dios a sus fieles, por medio de un milagro o de una ceremonia religiosa. En el ámbito civil, indicaban la primera visita oficial a la corte de un personaje importante (un embajador de otro reino, por ejemplo), con la ceremonia en que tomaba posesión de su cargo y los posteriores festejos. El término parusía-adviento también se usaba para referirse a la visita solemne del emperador a una ciudad, con todo lo que conllevaba: reparto de regalos, banquetes, indultos, etc. De hecho, en unas excavaciones arqueológicas en Corinto aparecieron unas monedas con una inscripción que recuerda la visita de Nerón a la ciudad, denominada Adventus Augusti, y el Cronógrafo del 354 (un calendario de piedra) designa la coronación de Constantino como el Adventus Divi. Como la vida religiosa y la civil estaban totalmente unidas, con la llegada del rey se celebraba la epifanía de un dios en el monarca.

Los Santos Padres de la Iglesia comprendieron que hay una relación profunda entre los deseos de salvación que caracterizaban al mundo grecorromano y el mensaje cristiano. Si los pueblos deseaban la cercanía de sus dioses, sin conseguirla, en un tiempo y en un lugar concretos se ha producido el verdadero adviento, la parusía, la epifanía de Dios. El Hijo de Dios ha entrado en nuestra historia y ha revelado su misterio, hasta entonces inalcanzable para el hombre. En Cristo, Dios ha dado respuesta a la larga búsqueda de los filósofos y de los hombres religiosos de todos los tiempos. De alguna manera, Dios mismo sembró en ellos los deseos de encontrarlo, y los ha satisfecho: «Es conmovedor comprobar cómo ya la humanidad anterior a Cristo vivía anhelando la venida del verdadero Salvador […]. Con los nombres de Adviento, Parusía, Epifanía y otros por el estilo, ofrecía la antigüedad pagana el cuerpo de palabras más apropiadas al milagro de la verdadera manifestación de Dios entre los cristianos, y la Iglesia no vaciló en llenar estos recipientes preparados por el paganismo, al cual guiaba la providencia de Dios, con la verdad que ansiaban» (Emiliana Löhr).

Esto no significa que el cristianismo sea únicamente la respuesta a las esperanzas de las religiones antiguas, ni aun a sus aspiraciones más nobles, ya que Jesucristo supera cualquier expectativa humana. De hecho, el hombre no sabe cuáles deben ser sus aspiraciones, aquéllas que responden al fin para el que fue creado. San Pablo llega a decir que no sabemos lo que nos conviene (cf. Rom 8,26). Y añade que hemos descubierto el eterno proyecto de Dios sobre el hombre, solo porque Cristo lo ha revelado (cf. Ef 1,3-13). Hasta entonces, ese plan permanecía escondido. Aunque el helenismo aceptaba las categorías de venida, aparición o manifestación de lo divino, nunca habría podido aceptar una encarnación de Dios, concebido como un ser totalmente trascendente e incompatible con la materia. El proyecto de Dios, que se ha revelado en Cristo, supera todos los pensamientos humanos (cf. 1Cor 2,9).

Jesús no solo nos ha comunicado los contenidos del eterno proyecto de Dios. Él mismo lo ha realizado y nos ha introducido en él. Eso es algo tan novedoso, que no puede venir de los hombres, sino solo de Dios. Aparecía como algo insensato para los judíos y los griegos de la antigüedad y sigue siendo incomprensible para las religiones y filosofías contemporáneas. Los primeros cristianos se encontraron con la dificultad de expresar estos conceptos sin tener las palabras adecuadas. Por eso tomaron los términos de su ambiente cultural y se sirvieron de ellos, transformándolos. La Iglesia primitiva usó la palabra adventus para indicar que Dios nos ha visitado en Cristo y se ha quedado a vivir entre nosotros, por lo que podemos encontrarlo en nuestra historia concreta.

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Historia del Adviento

Al principio, los cristianos no celebraban el nacimiento de Cristo, sino únicamente su muerte y resurrección. La Pascua era la única fiesta anual y se esperaba el retorno glorioso del Señor durante una fiesta de Pascua, antes de que pasase la generación de sus contemporáneos. La esperanza de la parusía se acrecentaba en la liturgia. Por eso querían acelerarla con su oración, como testimonia la plegaria aramea, de proveniencia apostólica, Maranatha, que encontramos en 1Cor 16,22, en Ap 22,20 y en la Didajé y que tiene dos posibles significados: Ven, Señor, si se lee Marana Tha y el Señor viene o ha venido si se lee Maran Atha.

A partir del s. IV se generalizó la celebración de la Navidad. San Agustín, hacia el año 400, afirmaba que no es un sacramento en el mismo sentido que la Pascua, sino un simple recuerdo del nacimiento de Jesús, como las memorias de los Santos. Por lo tanto, no necesitaría de un tiempo previo de preparación o de uno posterior de profundización. Sin embargo, 50 años más tarde, San León Magno afirmó que sí lo es. El único sacramento de nuestra salvación se hace presente cada vez que se celebra un aspecto del mismo, por lo que la Navidad es ya el inicio de nuestra redención, que culminará en Pascua. Estas consideraciones posibilitaron su enorme desarrollo teológico y litúrgico hasta formarse un nuevo ciclo celebrativo, distinto del de Pascua, aunque dependiente de él. En Pascua se celebra el misterio redentor de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. En Navidad se celebra la encarnación del Hijo de Dios, realizada en vistas de su Pascua, ya que «por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, bajó del cielo […] y se hizo hombre», como dice el Credo.

A medida que Navidad-Epifanía fue adquiriendo más importancia, se fue configurando un periodo de preparación. Las noticias más antiguas que se conservan provienen de las Galias e Hispania. Parece que se trataba de una preparación ascética a la Epifanía, en la que los catecúmenos recibían el bautismo. Pronto se les unió toda la comunidad. La duración variaba en cada lugar. Con el tiempo, se generalizó la práctica de cuarenta días. Como comenzaba el día de San Martín de Tours (11 de noviembre), la llamaron Cuaresma de San Martín o Cuaresma de invierno.

Cuando el Adviento fue asumido por la liturgia romana, en el s. VI, ya había adquirido un paralelismo con la Cuaresma, tanto en su duración como en sus contenidos. De hecho, los antiguos sacramentarios romanos contienen oraciones para seis domingos (que se conservan hasta el presente en las liturgias Ambrosiana y Mozárabe). También el Rótulo de Rávena (colección de plegarias del s. V) recoge cuarenta oraciones, una para cada día del Adviento. La fuerte dimensión escatológica de la Cuaresma y de la Pascua impregnó también el Adviento, llegando a ser su dimensión más significativa.

Junto a la tensión escatológica, el Adviento heredó de la Cuaresma el carácter penitencial, entendido como purificación de las propias faltas, en orden a estar preparados para el juicio final. Por eso, se practicaba un prolongado ayuno. (En la Iglesia Ortodoxa, se sigue ayunando del 15 de noviembre al 24 de diciembre. La víspera de la fiesta solo se puede comer trigo hervido con miel. En Occidente los ayunos se transformaron en abstinencia, excepto en las Témporas de diciembre y la víspera de Navidad. Después del Vaticano II desaparecieron). Igualmente, se generalizó el uso del color negro en los ornamentos sacerdotales (más tarde se pasó al morado), los diáconos no vestían dalmáticas, sino planetas (como una casulla, más pequeña por delante y plegada por detrás) y se eliminaron los cantos del Gloria, el Te Deum y el Ite missa est, así como el sonido de los instrumentos musicales. También se prohibió la celebración de las bodas solemnes. Después del rezo del Oficio Divino, estaban prescritas algunas oraciones de rodillas. En algunos lugares, para asemejarlo todavía más con la Cuaresma, en los últimos días de Adviento se cubrían con velos las imágenes y altares, igual que en el tiempo de Pasión. Durante siglos, el himno más usado en las misas y en el Oficio fue el Rorate coeli desuper, et nubes pluant iustum (Is 45,8), con las estrofas penitenciales que piden perdón por los pecados.

San Gregorio Magno redujo la duración del Adviento en Roma a cuatro semanas. Durante mucho tiempo convivieron las dos fórmulas, aunque a finales del s. XII se impuso definitivamente el uso breve. Las cuatro semanas evocaban la espera mesiánica del Antiguo Testamento, porque se interpretaban como el recuerdo de los cuatro mil años pasados entre la expulsión de Adán del Paraíso y el nacimiento de Cristo, según los cómputos de la época.

Para contrarrestar el espíritu penitencial, la liturgia reintrodujo el Aleluya los domingos en las antífonas del Oficio, lo que se ha conservado hasta el presente, extendido a los otros días de la semana. Los predicadores subrayaron cada vez más el recuerdo de la historia previa al nacimiento de Cristo, haciendo de la dimensión escatológica (tan importante al principio) algo secundario. Ésa ha sido la característica predominante durante siglos.

La liturgia anual de la Iglesia fue evolucionando y transformándose. Con el tiempo, sirvió para evocar toda la historia de la salvación. Adviento se consagró a los acontecimientos del Antiguo Testamento, Navidad a los misterios de la infancia del Señor, el tiempo después de Epifanía a su vida pública, Cuaresma a su pasión y muerte, Pascua a su resurrección, y el tiempo después de Pentecostés a la vida de la Iglesia.

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LA CORONA

La Corona de Adviento tiene su origen en una tradición pagana europea que consistía en prender velas durante el invierno para representar al fuego del dios sol, para que regresara con su luz y calor durante el invierno. Los primeros misioneros aprovecharon esta tradición para evangelizar a las personas. Partían de sus costumbres para enseñarles la fe católica. La corona está formada por una gran variedad de símbolos:

  • La forma circular. l círculo no tiene principio ni fin. Es señal del amor de Dios que es eterno, sin principio y sin fin, y también de nuestro amor a Dios y al prójimo que nunca debe de terminar.
  • Las ramas verdes. Verde es el color de esperanza y vida, y Dios quiere que esperemos su gracia, el perdón de los pecados y la gloria eterna al final de nuestras vidas. El anhelo más importante en nuestras vidas debe ser llegar a una unión más estrecha con Dios, nuestro Padre.
  • Las cuatro velas. Nos hace pensar en la obscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Después de la primera caída del hombre, Dios fue dando poco a poco una esperanza de salvación que iluminó todo el universo como las velas la corona. Así como las tinieblas se disipan con cada vela que encendemos, los siglos se fueron iluminando con la cada vez más cercana llegada de Cristo a nuestro mundo.

Son cuatro velas las que se ponen en la corona y se prenden de una en una, durante los cuatro domingos de adviento al hacer la oración en familia.
Las manzanas rojas que adornan la corona representan los frutos del jardín del Edén con Adán y Eva que trajeron el pecado al mundo pero recibieron también la promesa del Salvador Universal.

 

El listón rojo representa nuestro amor a Dios y el amor de Dios que nos envuelve.

 

Los domingos de Adviento la familia o la comunidad se reúne en torno a la corona de adviento. Luego, se lee la Biblia y alguna meditación. La corona se puede llevar al templo para ser bendecida por el sacerdote.

 

Sugerencias

  1. Es preferible elaborar en familia la corona de Adviento aprovechando este momento para motivar a los niños platicándoles acerca de esta costumbre y su significado.
  2. La corona deberá ser colocada en un sitio especial dentro del hogar, de preferencia en un lugar fijo donde la puedan ver los niños de manera que ellos recuerden constantemente la venida de Jesús y la importancia de prepararse para ese momento.
  3. Es conveniente fijar con anticipación el horario en el que se prenderán las velas. Toda esta planeación hará que las cosas salgan mejor y que los niños vean y comprendan que es algo importante. Así como con anticipación preparamos la visita de un invitado importante, estamos haciendo esto con el invitado más importante que podemos tener en nuestra familia.
  4. Es conveniente también distribuir las funciones entre los miembros de la familia de modo que todos participen y se sientan involucrados en la ceremonia.

Por ejemplo:  un encargado de tener arreglado y limpio el lugar donde irá la corona antes de comenzar con esta tradición navideña.  un encargado de apagar las luces al inicio y encenderlas al final.  un encargado de dirigir el canto o de poner la grabadora con algún villancico.  un encargado de dirigir las oraciones para ponerse en presencia de Dios.  un encargado de leer las lecturas.  un encargado de encender las velas.

Cinco consejos que te ayudarán a vivir este tiempo litúrgico de preparación para el nacimiento del Niño Jesús.  “Que no nos vayan a arrebatar éste tesoro“:

1.- Vivirlo en FAMILIA.

2.- Recordar al festejado. El que nace es el mismísimo Dios hecho hombre en el Niño Jesús.

3.- Colocar o poner el Nacimiento (Misterio, pesebre o Bélen).

4.- Contemplar el misterio y disponer el corazón para recibir al Señor.

5.- Ser misioneros de ELLO.

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