«El retorno de una antigua Navidad»

Al igual que el año pasado, transcribo uno  de los  «Cuentos de Navidad» que escribió mi querido y buen amigo D. Eugenio Ugarte Alonso, como obsequio de navidad, para su familia y amigos. En esta ocasión, al igual que el del año pasado, corresponde al año 2009.

«El retorno de una antigua Navidad»

Cuento de Navidad

Navidad 2009

 

Eugenio Ugarte Alonso

 

El cura de la parroquia de Santiago Peregrino de Mayorana del Camino llevaba bastante tiempo preocupado por la Nochebuena próxima y eso que aún faltaban cuatro meses para que llegara. Tenía razón en su desasosiego ya que una de las fiestas mas grandes y solemnes del año en el pueblo era la Nochebuena.

El pueblo, como el lector se habrá imaginado, estaba en el Camino de Santiago, a muy corta distancia antes de llegar a Frómista y muy cerca del Canal de Castilla en plena meseta castellana llamada en la Edad Media “tierra de pan llevar” y también “el granero de Castilla”. Tenía en la actualidad unos dos mil habitantes de los   que la mayoría se dedicaba a las labores agrícolas cerealistas, pero también tenía una industria ancestral que se había convertido en el paso de los siglos en una tradición: la fabricación de perfume. Dice la historia, según cuentan sus habitantes, que hacia el siglo XI cuando las personas de la nobleza y de la corte tenían por costumbre perfumarse con mucha profusión y frecuencia, utilizaban el perfume que se elaboraba en Mayorana donde había varias industrias de alquimia –hoy laboratorios-, que con el beneplácito real de Alfonso VII “El Emperador” les hacían un gran servicio pues sabido es que en aquellos tiempos la higiene brillaba por su ausencia y el mal olor corporal lo anulaban a base de cantidades de perfumes. El pueblo, precisamente, se fundó por eso; todo el campo que había a su alrededor en muchas leguas a la redonda, estaba lleno de plantas que daban un grato y excelente aroma: la mayorana, hoy llamada mejorana, y de ahí el nombre del pueblo. Últimamente, quedaban tres fábricas de perfumes cuyas plantas seguían cultivando con esmero en gran cantidad. En el curso de los años habían ido elaborando varios tipos de perfumes de diferente fragancia que tenían en el mercado de la nación una gran aceptación y de esa forma las tres fábricas –unidas-, daban empleo a los «mayoranos» que no querían trabajar en el campo. Total, que entre la agricultura y la industria del perfume, se vivía buenos tiempos.

Al lado de la parroquia había un Albergue para Peregrinos, los que recibían un trato exquisito por parte de los Amigos del Camino de Santiago y que tenía una particularidad que lo hacía atrayente para los peregrinos; las noticias, entre ellos, corren rápidamente. En el patio del mismo había una fuente que en vez de manar agua, como es lo acostumbrado, o vino, como en el Monasterio de Irache en Navarra, manaba perfume de mayorana –llamado comercialmente “Mayoranil”-, del cual los peregrinos hacían una buena provisión en unos frascos que había en una alacena junto a la fuente, quizás por llevarse un buen recuerdo del pueblo.

También en el pueblo había una tradición debidamente documentada en los legajos de la época, que explicaba el porqué la Nochebuena era una fiesta tan solemnemente celebrada, pero que desde hacía años, al ir cambiando las costumbres, fue poco a poco a menos y ya apenas se celebraba, y eso era lo que traía de cabeza al párroco don Julián, que así se llamaba.

El origen de la tradición era que en el cónclave del año 1.585 para elegir nuevo Papa, salió electo Sixto V, el italiano Felice Peretti, el cual tenía hecha una promesa de peregrinar a Compostela en caso de salir elegido. Esta promesa la cumplió lo más rápidamente que le fue posible; lo hizo el año siguiente, en 1.586, pues sus obligaciones no se lo permitieron hacerlo antes. Salió de Roma en el mes de Septiembre con toda su comitiva compuesta por varias acémilas cargando su equipaje, varias diligencias con sus ayudantes y una especial en la que viajaba él junto con su cardenal secretario; si el tiempo lo permitía se adelantaba a pie a la comitiva. Cuando llegó a la meseta castellana, el invierno hizo su aparición y no tardó en caer la nieve; y mientras podía, seguía cumpliendo el plan, pero antes de llegar a Mayorana, una fuerte nevada cubrió todos los campos y caminos de Castilla y a duras penas pudieron llegar hasta el pueblo. Una vez allí, lo primero que hizo fue ir a la iglesia a dar gracias a Dios y al Apóstol por haber permitido llegar a toda la comitiva en buen estado de salud. El párroco, después de brindarle el recibimiento que se le debía a tan altísima dignidad, se las tuvo que componer para alojar a la gran cantidad de gente que Su Santidad traía consigo. Lo solucionó rápidamente pues, afortunadamente, el Hospital de Peregrinos (hoy llamado Albergue) estaba vacío; allí colocó a todos los servidores que venían con él y al Papa y a su secretario los alojó en su casa, en las dos mejores habitaciones que tenía. Pidió a algunos vecinos muebles y ropas para que tan ilustres personajes estuvieran debidamente alojados como correspondía a las más altas dignidades de la Iglesia. Llegaron en la tarde del 23 de Diciembre y allí se quedarían   hasta que la nevada amainara y los caminos se hicieran transitables.

Al día siguiente –Nochebuena-, después de la cena especial con motivo de la efeméride, el Papa había manifestado deseos de celebrar la Misa del Gallo en la iglesia de Santiago Peregrino, la cual fue adornada, iluminada y caldeada lo mejor que se pudo. Al párroco se le ocurrió poner en las gradas y parte del entarimado del altar mayor un pesebre viviente con los vecinos del pueblo que quisieron tomar parte. La iglesia, como es natural, se llenó a rebosar estando presente el Sr. Obispo de la diócesis y varios sacerdotes más que llegaron a última hora de verdadero milagro. El Papa Sixto V celebró la Misa del Gallo resultando una celebración esplendorosa, animada por el coro de la parroquia, el cual cantó después de la Misa, villancicos ante el pesebre viviente.

A la mañana siguiente, día de Navidad, el Papa volvió a celebrar la Misa de las doce de la mañana, con la misma solemnidad que la del Gallo, pues como no todos los vecinos habían podido asistir la Nochebuena, por no caber en la iglesia, le pidieron este favor a Su Santidad, el cual con mucho gusto aceptó.

Tuvieron que quedarse dos días más por culpa de la nieve, el párroco quiso aprovechar ésta ocasión única, para que el Papa Sixto V bautizase a tres recién nacidos que había en el pueblo: dos niñas y un niño. El Papa, deseoso de agradar, administró el sacramento aquélla misma tarde, día de Navidad, imponiendo a las niñas el nombre de Natividad y al niño el de Sixto. El párroco le solicitó al Papa que para el año próximo debería confirmar a siete niños y ofrecer la Primera Comunión a otros ocho. ¿No podría Su Santidad adelantar la administración de éstos sacramentos al día de mañana, Segundo de Pascua?. El Papa le contestó, con su diplomacia característica, que aquello era adelantar demasiado la imposición de los sacramentos; —quizá a mi regreso de Compostela, que será en primavera, podamos otra vez hablar de este asunto. Dígaselo a las familias y entonces veremos si me es posible hacerlo. Me llevo un recuerdo imborrable de mi estancia en éste pueblo y estoy dispuesto a concederles lo que me sea posible pero siempre respetando las reglas y mandamientos de la Iglesia, de la que soy su primer servidor.

Al día siguiente, una vez que hubo dado su bendición Papal a todos los casi dos mil habitantes de Mayorana del Camino, como una despedida espiritual, pues había tenido noticias que los caminos estaban transitables, partió toda la comitiva hacia Compostela.

Aquélla visita dejó una huella imborrable en Mayorana del Camino hasta el extremo que reunido todo el pueblo en la iglesia, tomaron la decisión de celebrar todos los años una festividad especial en Nochebuena y Navidad en recuerdo del paso de Su Santidad Sixto V y su estancia en el pueblo durante su peregrinación a Compostela.

Al año siguiente, 1.587, con más tiempo de preparación, el párroco invitó a Su Ilustrísima el Sr. Obispo de la diócesis, a que celebrara con la solemnidad del año anterior, la Misa del Gallo, el cual aceptó. Él preparó nuevamente un pesebre viviente, pero con las ropas que a ellos les dijeron que se llevaban en Palestina cuando nació Jesús y también preparó un coro con la juventud del pueblo –el cual tenía entonces cerca de tres mil habitantes- cuyos ensayos comenzaron tres meses antes. Cantaron motetes en la Misa así como villancicos en los momentos oportunos.

Se repitió el día de Navidad, a las doce de la mañana, para los que no pudieron ir a la del Gallo la noche anterior, y también asistieron muchos vecinos de las aldeas cercanas para disfrutar de tan solemne evento.

Y así estuvieron durante muchos años; por las cuentas de la iglesia aquello duró casi tres siglos. A partir de la segunda mitad del siglo XIX fue descendiendo, y para la Nochebuena del año 2009 del siglo XXI, cuando iba a ser la Navidad, el párroco actual, el Rvdo. don Julián García, estaba muy desasosegado y desanimado, pues los años anteriores a la misa del Gallo solamente acudieron unas veinte personas y ya sin pesebre y sin coro. Únicamente quedó la costumbre de que a los peregrinos que les tocaba pasar la Nochebuena en el Albergue, se los llevaban a cenar varias familias del pueblo. Esta costumbre, que también venía del siglo XVII, unos años después de la visita del Papa, aún se seguía celebrando.

El pobre don Julián se desazonaba y le daba vueltas a su cabeza pues su mayor deseo era hacer resurgir aquélla preciosa tradición del siglo XVI y más en estos tiempos en que en muchas ciudades y pueblos, se habían puesto de moda las representaciones de las tradiciones antiguas que cada cual tenía. Pensaba: ahora que todo lo antiguo volvía a renacer, ¿cómo me las compondría para volver a celebrar la Nochebuena y Navidad del siglo XVI?. Una tradición tan bonita y que haciéndola bien, con los medios que hay en estos tiempos estoy seguro que se llenaría la iglesia e incluso habría también que repetirla al día siguiente como antes.

Después de casi volverse loco pensando solamente en aquello, se le ocurrió allá por Septiembre volver a poner en práctica, como prueba, la misma celebración, como si fuera una representación en recuerdo de la que se hacía en siglos anteriores. Sabía que era una idea muy complicada pues requería a mucha gente para ponerla en práctica; el número de habitantes del pueblo era aproximadamente la mitad que en el siglo XVI y además aquél entusiasmo de entonces actualmente no existía, tenía que inculcárselo él.

Sacó los legajos antiguos donde venía todo bien explicado, (ya que los párrocos de aquellos tiempos tuvieron la feliz idea de dejar por escrito todo lo que se hizo), se encerró en su despacho y durante tres días estuvo descifrando al castellano actual todo lo que estaba escrito en el castellano antiguo.

Fue anotando todos los pasos que tenía que cumplir, uno por uno, que fueron los mismos que entonces se hicieron. Lo primero y mas difícil, le pareció encontrar una Sagrada Familia para poner el pesebre viviente entre las gradas y una parte de la tarima del altar mayor como entonces; pieza vital del pesebre. Estuvo pensando y encontró a una con la cual tenía que hablar; después, coordinando con la gente que se apuntara, podía poner mas o menos comparsas: Reyes Magos con sus pajes, pastores, lavanderas, leñadores, etc., pero lo fundamental era la Sagrada Familia.

Como casi todos los vecinos tenían sus tierras, que era a lo que se dedicaban pues les daban buenos rendimientos, desde que habían puesto unos terrenos de regadío con una acequia traída del Canal de Castilla, no había obreros para trabajar en las tres fábricas de perfumes y eso lo solucionaron con inmigrantes sudamericanos que no se sabe cómo se habían enterado y allí se presentó un grupo de mejicanos hará cosa de tres años. Consiguieron trabajo de inmediato en las fábricas, y después, a medida que fueron necesitando más, fueron viniendo sus familiares para trabajar las tierras de secano que sus dueños habían dejado de cultivar pues como hemos dicho antes la población se había reducido a la mitad. Se formó una colonia de mejicanos para la cual, viendo que su comportamiento era excelente, entre el Ayuntamiento, la Comunidad y los mismos vecinos, construyeron un barrio de viviendas y les consiguieron papeles a todos. Al cabo de dos años ya estaban totalmente integrados como unos vecinos más, incluso empezaron a nacer nuevos mayoranos de la mezcla de ambas etnias en algunos casos; todos vivían felices.

Por cierto, después se supo la historia del porqué llegaron los primeros mejicanos a Mayorana del Camino. Resulta que cuando salieron de Méjico formaban un “mariachi” y llegaron a España para hacer una gira por todo el país cantando canciones del folklore azteca. No tuvieron el éxito que ellos pensaban y estando en Frómista, en la representación de un concierto, el director del grupo huyó, llevándose el dinero de todos y les dejó empantanados y sin recursos para continuar la gira. Entonces se enteraron que hacían falta trabajadores en Mayorana y hacia allí se fueron con el ánimo de que cuando ganaran algún dinero continuarían la gira, pero se encontraron tan a gusto y les trataron tan bien, que allí se quedaron para siempre. De vez en cuando sacaban sus guitarrones y demás instrumentos y daban algún concierto en el pueblo en festividades especiales, y así, al mismo tiempo que contentaban al pueblo, no perdían su afición. Cuando tuvieron su barrio de viviendas celebraron sus festividades, como el día de la Virgen de Guadalupe, y los nacidos ya en España no perdieron sus raíces aztecas.

Allí se podía decir que no había ninguna persona inactiva, quien no trabajaba era porque no quería.

Había una familia de mejicanos –Tomás y Guadalupe- que estaban esperando un hijo. Don Julián fue a verlos. –¿Para cuando esperáis vuestro primer hijo?

–Para los primeros días de Diciembre.

Don Julián les explicó la idea que tenía y les ofreció que representaran ellos a la Sagrada Familia en la misa del Gallo.

–Pero ¿si es niña?

No importa; como es tan chiquito nadie se dará cuenta y si lo saben es lo mismo, lo principal es que haya un niño en los brazos de María que serás tú Guadalupe, y tú, Tomás, serás San José. Si aceptáis, yo os daré instrucciones con antelación y haremos algún ensayo; eso sí, una vez terminada la misa le tendrás que destapar un poco una piernecita para que todos los asistentes pasemos, uno por uno, a adorarle, besándole el pie, pues para eso será el niño Jesús. El matrimonio aceptó de primera pues para ellos era un orgullo y un honor ser, por un rato, la Sagrada Familia y hasta estaban dispuestos a hacerse unos trajes de judíos de los tiempos de Jesús, si don Julián les decía cómo tenían que hacerlos. Don Julián aceptó y les recomendó que, de momento, no se lo dijeran a nadie ya que eran ellos los primeros que lo sabían y hasta que no tuviera la conformidad de todos los que hacen falta para la representación, no quería decirlo en público.

Ya había dado el primer paso.

La verdad era que en todo el pueblo no había quien fuera a tener para Navidad un niño recién nacido; ya lo había pensado antes y no era cosa de poner a un Niño Jesús de tres años que era el niño de menor edad que había.

Aquello le dio ánimos a don Julián para seguir con las gestiones que tenia escritas en el boceto que hizo. En la misa del domingo, al final de la misma, dio un aviso a todos los concurrentes sobre lo que pensaba hacer: regresar al pasado; resucitar las tradiciones ancestrales tan bonitas que tenía el pueblo y exhortó y animó a cuantos quisieran apuntarse para tomar parte en los diversos personajes que hacían falta para hacer una representación digna en las dos misas solemnes de la Navidad: la del Gallo de la medianoche de Nochebuena y la del mediodía del día de Navidad. Fue un éxito; gran cantidad de vecinos de todas las edades se entrevistaron con él para tomar parte en el pesebre viviente. El coro para cantar el aleluya, motetes y villancicos ya lo tenia. Era el mismo del resto del año, pero ahora aumentado por los nuevos que quisieron inscribirse.

El problema del vestuario también lo solucionó: las mujeres del pueblo hicieron los trajes a excepción de los de los tres Reyes Magos que tuvo que alquilarlos en Palencia en una casa que se dedicaba a éste menester. En fin, que para los primeros días de Noviembre, después de Animas, ya lo tenia todo preparado para comenzar los ensayos. Con mes y medio de tiempo creyó que le sobraba para hacer una gran alegoría que solemnizara, como antaño, las dos misas de Navidad.

Antes de comenzar en serio con los ensayos, hizo un viaje a la sede de la diócesis, Palencia, ya que le pareció de rigor pedir permiso al Sr. Obispo y explicarle lo que tenía pensado hacer. Antes de ir al Obispado, entró a la catedral; siempre que iba a la capital su primera visita era para la catedral de San Antolín, “esa bella desconocida”, que es como la llamaban y que en su interior guarda grandes tesoros artísticos; contempló el “San Sebastián” de “El Greco”, cosa que siempre hacía pues aparte que le tenía mucha devoción al santo, le entusiasmaba la pintura de “El Greco”. Después de hacer la obligada visita a la capilla de Jesús Sacramentado, fue seguidamente al Palacio del Obispo donde su Ilustrísima, monseñor José Ignacio Munilla, le recibió al poco de llegar. Después de explicarle detalladamente lo que pensaba hacer, así como su origen, Monseñor no sólo le dio permiso, sino que le animó a reverdecer aquella tradición y hasta él mismo se ofreció ir a Mayorana el día de Navidad para celebrar la misa de las doce de la mañana, con la misma solemnidad que la del Gallo ya que ésta la tenía que celebrar en la catedral pues era una obligación del Obispo de la diócesis. Salió don Julián contentísimo de aquella audiencia, ya sabía que el Obispo era una persona excelente y que toda la diócesis le amaba mucho y por lo tanto no le sorprendió su respuesta afirmativa; salió mas animado –si cabe- que cuando entró, ya que el comportamiento del Sr. Obispo, aunque esperado, le estimuló más y con sus ánimos renovados, y muy contento, resolvió unos asuntos que tenia pendientes y regresó a su pueblo.

Pasó el tiempo; todos los vecinos que se apuntaron, que llegaron casi al centenar, acudían a los ensayos con gran entusiasmo. Guadalupe tuvo una niña el día 3 de Diciembre y le pusieron por nombre Maria Jesús; estaban locos de contentos, pues ya estaba completa la Sagrada Familia para el Belén viviente. Llegaron de la capital los tres trajes para Melchor, Gaspar y Baltasar; unos trajes preciosos con todos los accesorios (barbas para Melchor y Gaspar, blanca y rubia respectivamente, con su complemento de bigotes de los mismos colores), guantes, medias, chapines y unas preciosas capas con las esclavinas y los bordes de armiño y unas riquísimas coronas de piedras preciosas para los dos, y por supuesto, al rey negro, Baltasar, le llegó un precioso turbante adornado con pedrería y plumas de pavo real.

Lo que más trabajo costó, fue hacer los trajes para los pajes, leñadores, pastores, lavanderas, etc.

Las mujeres del pueblo y algunas familiares y amigas de las aldeas vecinas, se pasaron Noviembre y Diciembre cose que te cose, con unos figurines que don Julián había traído de una librería de la biblioteca de la diócesis que había pedido el Sr. Obispo. En fin, tras un jaleo en el que estaban involucrados todos los vecinos del pueblo y de las aldeas vecinas, se terminó todo y por fin, llegó el día de Nochebuena.

Todos prepararon temprano la cena pues había que estar en la iglesia para las diez de la noche, porque tenían que prepararse para tan excepcional evento y así lo hicieron. La sacristía, a las diez de la noche, parecía un pandemonium por el jaleo, el ruido, y la confusión que allí había; a pesar de ser una habitación de grandes proporciones, resultaba pequeña para tanta gente, y a medida que iban llegando los “actores”, debido a su nerviosismo, no encontraban algunos de sus atrezzos y lo pedían a gritos.

Don Julián se tuvo que poner a mayores –pues el mas nervioso de todos era él– y en voz alta les tuvo que echar una reprimenda para que bajaran el tono de sus voces.

—Pero si el primero que grita es usted —le dijo la Filo que hacía de lavandera.

Por fin fue organizándose aquél galimatías, y para las doce de la noche ya estaba mas o menos ordenado.

Con lo que no contaba don Julián, era con casi una docena de curas que habían venido para no perderse tan gran acontecimiento y deseaban celebrar con él; menos mal que cada cual se había traído sus ropas. Por lo visto, había corrido la voz entre los pueblos de los alrededores y nadie quería perderse tan gran acaecimiento; en eso influyó también que las mujeres de dichos pueblos estaban trabajando en el vestuario de los personajes que don Julián les había solicitado, pues ya se sabe que dentro de la circunscripción de un pueblo, las familias del pueblo central –en éste caso Mayorana- suelen tener familiares en los pueblos y aldeas de los alrededores, que son los que   hacen correr la voz entre todos sus familiares y amigos.

Sus ecos llegaron hasta la capital de la provincia y para el día siguiente –Navidad- ya se había llenado un autobús de personas arraigadas a Mayorana por parte de sus antecesores que descendían de allí.

Media hora antes de dar las doce, ya estaba la iglesia abarrotada de gente, y todavía continuaban entrando más personas y eso que era una iglesia muy amplia; tenía tres grandes naves con una sillería de roble magnífica, en la cual se confundían los que integraban el coro –que estaban junto al órgano-, en un apelotonamiento de personas.

Por fin dieron las doce de la noche.

Había más gente de pi que sentada, y dentro de un silencio absoluto se apagaron todas las luces del templo y por la parte central –la Vía Sacra- fueron entrando con teas encendidas, mientras el coro cantaba “Dios viene ésta noche”: los pastores, lavanderas, y todos los demás personajes hasta un total de cien aproximadamente, los cuales con paso lento fueron colocándose en el sitio de las gradas que cada cual conocía de antemano, entrando por último la Sagrada Familia con el Niño en brazos de María. Esta, con un manto azul que le llegaba de la cabeza hasta los pies, y manteniendo al Niño en sus brazos, fue colocada junto a José, en el centro de las gradas mas altas para que todos los presentes pudieran verlos.

Cuando todos estuvieron colocados en su sitio respectivo, sorpresivamente, se encendieron todas las luces de la iglesia y salieron de la sacristía trece sacerdotes con-celebrantes que se pusieron alrededor del altar. El celebrante –don Julián-, con el incensario encendido, dio una vuelta alrededor del mismo, mientras todos los asistentes estaban deslumbrados por el espectáculo que contemplaban por primera vez, con el asombro pintado en sus rostros.

Comenzó la Santa Misa; en el Aleluya, el coro atronó la iglesia y los pelos se ponían de punta pues aquello que cantaban se estaba contemplando en el altar, al mismo tiempo varios pastores desplegaron una gran pancarta que decía en grandes y bellas letras “GLORIA A DIOS EN LAS ALTURAS Y PAZ EN LA TIERRA A LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD”.

Siguió la ceremonia y cuando llegó la homilía, don Julián se situó sobre el ambón y les explicó el Misterio que en una noche como ésta, había ocurrido hace dos mil años; un sermón que tenía escrito desde hacía varios días y que le costó mucho, pues estaba dirigido a todos sus feligreses a los cuales conocía y aunque no diera nombres, muchos se dieron por aludidos en varias ocasiones; justamente para ellos, habló don Julián; para los que habían venido a la iglesia igual que si fueran a un espectáculo y no la pisarían más hasta que no hubiera otro evento igual.

De repente, se esparció un olor por todo el altar y los primeros bancos de la iglesia, que no se parecía nada a mejorana sino todo lo contrario. Todos comprendieron que el Niño Jesús había hecho una necesidad fisiológica. La Virgen María tenía la cara roja de rubor y no sabía que hacer, y poco a poco todos los asistentes se dieron cuenta de lo que ocurría y se empezaron a ver sonrisas entre ellos como de comprensión. Don Julián, en cuanto se dio cuenta de lo que pasaba, dejó el micrófono y dijo a la Virgen que se fuera a la sacristía a cambiarle el pañal al Niño Jesús. Era lo que estaba esperando, pues había venido preparada, inmediatamente se fue y mientras ella estuvo ausente don Julián explicó que también el Niño Jesús le haría eso a su Madre, ¡cuantas veces la Virgen María limpiaría al Niño Jesús! Pues también era un niño como los demás. Aquello le sirvió para improvisar las dos naturalezas de Jesús, la Divina, como Hijo de Dios y la humana como persona con todas sus necesidades igual que las tenemos nosotros en la actualidad. Mientras tanto, los tres dueños de las fábricas de perfumes, que estaban con sus familias sentados en los bancos, se levantaron y se marcharon; al poco regresaron con varios pulverizadores llenos de un fragante aroma los cuales dispersaron por toda la iglesia, eliminando los anteriores olores que, también eran naturales. Mientras se hacían todas éstas operaciones salió de la sacristía la Virgen María, se sentó en su silla con el Niño en perfectas condiciones, y continuó la celebración de la Santa Misa del Gallo.

Al llegar al ofertorio, por la Vía Sacra, entró una procesión de pastores, lavanderas, leñadores, y todas las personas que estaban en el pesebre, llevando cada una su ofrenda al Niño Jesús; los pastores llevaban   pan, queso, una garrafa de leche, pañales, botellas de vino para consagrar, y roscas, pastas, etc. Mientras tanto el coro cantaba villancicos. Todos los asistentes, en un riguroso silencio, observaban con atención todas las operaciones. A su término, cada oferente se colocó en su sitio y continuó la misa.

Para la consagración de las especies, el celebrante disponía de una buena cantidad de Sagradas Formas en varios Copones y como cada con-celebrante había llevado su Cáliz, se repartió entre los 13 cálices, el vino que habían llevado como ofrenda. En el solemne momento trascendental en que los sacerdotes celebrantes empezaban a consagrar el pan y el vino en el Cuerpo y Sangre del Señor, el órgano, a todo volumen, tocó el himno nacional y todos, de rodillas o de pie, vivieron momentos sentimentales y nostálgicos que emocionaban. Todos los asistentes vivieron unos breves, pero intensos, momentos de piedad y devoción, al tiempo que se palpaba la grandeza de Dios y se percibía su presencia en la iglesia.

Continuó la misa y después de las oraciones, llegó el momento de la comunión; debido a la enorme cantidad de gente que estaba dispuesta para recibir la Sagrada Comunión, once sacerdotes se distribuyeron por diversas partes de la iglesia y dos se quedaron en la primera grada del altar mayor. El celebrante principal, don Julián, había decidido, y así lo había comunicado a los demás con-celebrantes, el repartir la comunión bajo las dos especies, mojando en la Sangre de Cristo, cuyo Cáliz lo llevaba un acólito o monaguillo, la Sagrada Forma conteniendo el Cuerpo de Cristo. Aquél detalle no pasó desapercibido, y fue después gratamente comentado por todos los asistentes; gustó mucho el detalle, pues ésta ocasión lo merecía. Mientras se repartía la comunión, el coro cantaba canciones eucarísticas apropiadas al momento que se estaba viviendo.

Cuando terminó la Misa todos los asistentes esperaban con ilusión, el momento de la adoración al Niño Jesús.

Bajó la Virgen María con el Niño en sus brazos a la primera grada del altar mayor, y allí destapó una piernecita del Niño y, primero los sacerdotes y después todos los asistentes, besaron con devoción el piececito del que representaba al Niño Jesús. Hasta el Niño Jesús se cansó; al principio estaba dormidito en los brazos de su madre, pero cuando le destaparon se despertó y después que pasaron unas cuarenta personas a besarle el pie, empezó a llorar y aquello se convirtió en un bullicio de fiesta, jaleo y alegría. Por un lado los asistentes hablando, por otro, el coro cantando a pleno pulmón los villancicos mas conocidos: Campana sobre campana, Arre borriquito, La Virgen y San José, Los peces en el río, Ande la marimorena, Pastores venid, El tamborilero, etc. Y a todo ello, el Niño Jesús llorando; finalmente entre su madre y su padre lo calmaron y dejó de llorar, y cuando todo terminó, don Julián, micrófono en mano, les dijo que como despedida cantaran todos el conocido villancico “Noche de Paz”, cuya letra todos sabían.

Aquél, fue un momento apoteósico por lo emotivo; la Sagrada Familia en el centro del altar, rodeada por todos los actores que habían compuesto el pesebre, cantaron dirigidos por el órgano y el coro y acompañados por todo el público asistente, aquel villancico tan precioso cuya letra dice: /Noche de Paz/, /Noche de luz/, / todo está en calma ya /, /los querubes al Niño Jesús /, /arrobados, velando están /, /Duerme en paz celestial /, /Duerme en paz celestial /.

Efectivamente, en la repetición que cantaron sotto-voce, el Niño Jesús se quedó plácidamente dormido. Si hubiéramos visto a toda la gente que llenaba la iglesia cantando emocionados el villancico, nos hubiéramos dado cuenta de que a unos les caían lágrimas y en otros la emoción les producía un nudo en la garganta, lo que les impedía, por breves instantes, cantar la canción. Fue un digno broche de oro a una celebración que, si los habitantes del pueblo del siglo XVI hubieran podido contemplar, se hubieran quedado atónitos de sus sucesores y hubieran aplaudido largamente por rescatar aquella tradición que ellos habían implantado.

Al día siguiente, Navidad, la ceremonia volvió a repetirse en la misa de las doce de la mañana. La iglesia estaba también abarrotada de un público que había llegado de la capital y de los pueblos limítrofes y de los pocos habitantes del pueblo que no habían asistido a la Misa del Gallo. La ceremonia salió igual, pero se notaba que en ella faltaba algo con respecto a la de la noche anterior. Le faltaba la emoción, la ternura y la piedad, ya que la mayoría de los asistentes habían venido por ver el espectáculo.

Cuando terminó, el párroco don Julián, sacó sus conclusiones con vistas al año próximo, dejándolo todo bien anotado, como hicieron sus antecesores. Como para entonces la novedad ya había pasado, no había necesidad de repetirla el día de Navidad y entonces la misa solemne sería exclusivamente la del Gallo a la cual asistirían todos los habitantes de Mayorana, que era para quienes se celebraba en conmemoración de una tradición finisecular y que solo a ellos les llegaba al alma; no veían solo el espectáculo como éstos, sino que lo vivían dentro de sí mismos porque sabían que sus ancestros la habían celebrado durante varios siglos y ellos eran los que la habían resucitado después de no haberla celebrado durante un siglo, y además querían dejarla a sus siguientes generaciones.

Pues a pesar de haberla venido a celebrar el Señor Obispo con todo su acompañamiento, don Julián había notado que le había faltado el calor de sus feligreses, las lágrimas en determinados momentos; eso hoy no había ocurrido, o sea el sentimiento y recuerdo devocional de antaño, que solamente podían sentir los «mayoranos», y agradeciendo a Su Ilustrísima su presencia cuando se despidió, después de terminada la celebración, al quedarse solo con sus pensamientos, tomó la decisión de que para las próximas Navidades solamente celebraría con la misma solemnidad que en éstas la misa del Gallo, y la de las doce de la mañana del día de Navidad sería una misa normal, como lo había sido antes.

El 6 de Enero, los tres Reyes Magos llegaron a Mayorana por la mañana, los niños, que los estaban esperando con impaciencia, en cuanto los vieron entrar al pueblo los aclamaron con gozo.

Recorrieron, junto con sus pajes, las calles principales del pueblo y a las doce fueron a la iglesia que ya estaba llena de niños y sus familiares, también estaba el Niño Jesús con sus padres María y José situados en la grada de abajo del altar mayor, y rodeándolos en las demás gradas, todos los participantes del pesebre de la Nochebuena. El Niño Jesús estaba precioso; María le había puesto un faldón azul y unos patucos del mismo color.

Cuando entraron los tres Reyes Magos comenzó a sonar el órgano y el coro cantó la canción ”Gloria a los Reyes Magos”. Se acercaron los tres Magos al lugar donde estaba la Sagrada Familia acompañados por sus pajes, y al llegar al altar mayor, se postraron ante el Niño Jesús adorándole y ofreciéndole un cofre cada uno: Melchor le dejó uno con oro, símbolo de la Realeza humana; Gaspar uno conteniendo incienso, simbolizando su Divinidad y Baltasar uno con mirra, simbolizando su Pasión, pues se trata de una resina con la cual se hacía un bálsamo para curar heridas.

Después de adorar al Niño y ofrecerle sus dones, se retiraron a un lado de la iglesia donde estaban preparados tres tronos en los cuales se sentaron rodeados de sus pajes y servidores; detrás de dónde estaban sentados se divisaba un enorme montón de paquetes que los niños, que estaban sentados en los primeros bancos, miraban con ansiedad.

Todos los niños del pueblo estaban expectantes y nerviosos. El Paje Mayor de los Reyes empezó a llamar por su nombre a cada uno sentándose en las rodillas del Rey Mago de su preferencia y manteniendo con él, una pequeña conversación mientras otro paje buscaba el paquete con su nombre el cual le entregaba al Rey para que se lo diera al niño. A los niños se les veía muy nerviosos cuando tenían que pasar ante el Rey y hubo niños que les daba vergüenza y no se atrevían a subir para hablar con ellos, pero como los Reyes eran muy comprensivos, no les obligaban y les daban su paquete al mismo tiempo que les sonreían.

Cuando terminó la entrega, los tres Reyes Magos se despidieron de la Sagrada Familia, volviendo a adorar al Niño Jesús al que entregaron, a través de sus padres, un paquete para Él.

Después salieron de la iglesia con todo su cortejo de pajes y servidores, montaron en sus caballos y salieron del pueblo para sus palacios de Oriente despidiéndose hasta el año próximo. Los niños que los acompañaron hasta la salida del pueblo, los aclamaron ilusionados, diciéndoles adiós.

Y así terminó aquella Navidad; primera de la segunda época en la que rememoraron la tradición del siglo XVI esperando que, a la vista de cómo había salido ésta, seguirían haciendo en las próximas Navidades.     .

Cuando por la tarde, don Julián se quedó sólo, entró a la iglesia y ante Jesús Sacramentado le dió gracias por la colaboración que sus feligreses habían tenido para rememorar el renacer de la tradición que ya creía perdida pero que ahora veía que no solamente había renacido sino que había penetrado en las almas de sus feligreses y pidió al Niño Jesús que, por muchos años, siglos quizás, se volviera a celebrar pasando así, de generación en generación. Unas lagrimitas caían por sus mejillas cuando se levantó y miró la imagen del Niño Jesús que tenía ante el altar; le pareció que el Niño le sonreía…

F I N

 

Terminé de escribir éste cuento el día 6 de Diciembre del Anno Domini de MMIX, festividad de San Nicolás de Bari, patrón de Nueva York y muy venerado en muchas naciones, especialmente en Holanda, como también en muchísimas ciudades, entre ellas en Logroño, donde todos los lunes es muy visitado en la Iglesia de Santa María de Palacio.

 

Cuento de Navidad de 2009

✝ D. Eugenio Ugarte Alonso.

(En su recuerdo)

Enlace al «Cuento de Navidad» del año pasado «La primera Navidad en el mundo» http://logronopasion.com/portal/la-primera-navidad-en-el-mundo/

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