«¡Alégrate Jerusalén!»

4º Domingo de Cuaresma, Laetare.

DOMINGO-DE-LAETARE

La Cuaresma es un tiempo penitencial, de oración, ayuno y limosna, donde el color litúrgico es el púrpura o morado. Entretanto, tenemos, en el transcurso de este tiempo, un momento de júbilo, donde el color litúrgico pasa del púrpura al rosa. Es el llamado «Domingo Laetare», o «Domingo de la Alegría», que ocurrirá este próximo domingo

¿Pero, usted sabe el por qué?

El IV Domingo de la Cuaresma recibe estos nombres porque así comienza, en este día, la Antífona de Entrada de la Eucaristía: «Laetare, Ierusalem, et conventum facite omnes qui diligites eam; gaudete cum laetitia, qui in tristitia fuistis; ut exsultetis, et satiemini ab uberibus consolationis vestrae» («¡Alégrate Jerusalén! ¡Reuníos, vosotros todos que la amáis; vosotros que estáis tristes, exultad de alegría! Saciaos con la abundancia de sus consolaciones»), conforme Isaías 66, 10-11.

 

El color litúrgico puede variar del púrpura al rosa para representar la alegría por la proximidad de la Pascua.

Laetare 2

Este domingo ya fue llamado también de «Domingo de las Rosas», pues, en la antigüedad, los cristianos acostumbraban obsequiarse rosas. Y es aquí que surge la «Rosa de Oro».

 

En el siglo X surgió, entonces, la tradición de la «Bendición de la Rosa», ocasión en que el Santo Padre, en el IV Domingo de la Cuaresma, iba del Palacio de Letrán a la Basílica Estacional de Santa Cruz de Jerusalén, llevando en la mano izquierda una rosa de oro que significaba la alegría por la proximidad de la Pascua. Con la mano derecha, el Papa bendecía a la multitud. Regresando procesionalmente a caballo, el Papa veía su montura conducida por el prefecto de Roma. Al llegar, obsequiaba al prefecto la rosa, en reconocimiento por sus actos de respeto y homenaje.

Rosas de oro

De ahí, entonces, tuvo inicio la costumbre de ofrecer la «Rosa de Oro», para personalidades y autoridades que mantenían una buena relación con la Santa Sede, como príncipes, emperadores, reyes…

 

En los tiempos modernos los papas acostumbran remitir este símbolo de afecto personal a santuarios de destaque. Por ejemplo, el Santuario de Nuestra Señora de Fátima, Portugal, recibió una Rosa de Oro de Pablo VI, en 1965, y la Basílica de Nuestra Señora Aparecida, Brasil, recibió una también de Pablo VI, en 1967 y otra más de Benedicto XVI, en 2007.

 

Nunca está demás, recordar algunas cosas relacionadas con el IV Domingo de Cuaresma, que es un Domingo excepcional, junto con el III Domingo de Adviento, pues difieren en algunas de las características propias de cada tiempo.

Laetare 1

Los dos tiempos litúrgicos de preparación a la venida del Señor, el adviento, cuarenta días de espera a su Nacimiento y la cuaresma, los mismos días de preparación para su Muerte y gloriosa Resurrección son tiempos de penitencia en los que el color morado es el propio de la liturgia.
Sin embargo, esta excepción en el que el color rosa hace acto de presencia brevemente durante ambos periodos litúrgicos. Rosa que simboliza alegría, aunque una alegría pasajera y efímera.
Como ya hemos dicho, se utiliza los domingos de Gaudete (es el imperativo del verbo latino “gaudeo” que significa gozar íntimamente, complacerse en algo. Por tanto “gaudete” significa regocijaos. Regocijo en Adviento porque pronto nacerá el Salvador) en el tercer domingo de Adviento y Laetare (que es el imperativo del verbo latino “laetor” que significa alegrarse, regocijarse. Alegraros y regocijaros porque el Señor padecerá, pero también resucitará) en el cuarto de Cuaresma. En medio de un tiempo de oración, limosna y ayuno, el rosa recuerda brevemente la alegría de en la proximidad de la Navidad o de la Pascua.
Gaudete y laetare, palabras latinas cuyo significado es similar, regocíjate y alégrate. La antífona de entrada de la Misa de este próximo domingo, comienza con esas palabra que da nombre al día; “Laetare, Ierúsalem” (Is 66), “Alégrate, Jerusalén”, de la misma forma que el del domingo de Adviento comienza con “Gaudéte in Dómino semper” “Estad siempre alegres en el Señor”.

Los ornamentos de color rosado, que es un morado aclarado o alegre, surgieron en la Baja Edad Media en el sur de Italia. Se asignan a los domingos Gaudete, III de Adviento, y Laetare, IV de Cuaresma, por ser los penúltimos de cada tiempo señalado: es un respiro en el camino de la austeridad al divisar en el horizonte la gloria que se va a alcanzar.
El color rosa pasó al Caeremoniale Episcoporum y de ahí se extendió su uso, aunque nunca ha sido preceptivo, sino “ad libitum”, es decir, a consideración o discreción del celebrante o presidente de la celebración litúrgica.
Como vemos, la liturgia de este Domingo se ve marcada por la alegría, ya que se acerca el tiempo de vivir nuevamente los Misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, durante la Semana Santa. Al igual que el tercer Domingo de Adviento («Gaudete»), se rompe el esquema litúrgico de la Cuaresma, con algunas particularidades:

  • – Predomina el carácter alegre (litúrgicamente hablando)
  • – Se usa color rosáceo en los ornamentos (siempre que esto sea posible).
  • – Los ornamentos pueden ser más bellamente adornados.
  • – Los diáconos pueden utilizar dalmática.
  • – Se puede utilizar el Órgano.

En general, son normas plenamente aplicables a ambas formas del rito romano, salvo del hecho de que algunas son obligatorias en la forma extraordinaria.

Entrando más en el sentido litúrgico de éste domingo, vemos que todo gesto y signo involucra algo verdaderamente en consonancia y dirección a los Sagrados Misterios que se vivirán pronto, donde el Señor sufre su pasión, muere por nuestros pecados, y resucita para darnos la Salvación.

Y es que el Domingo Laetare nos invita a mirar más allá de la triste realidad del pecado, mirando a Dios, quien es fuente de infinita Misericordia. Es una nueva invitación a convertirnos de corazón hacia Dios, para Amarlo y cumplir sus preceptos, que nos hacen libres.

Así mismo, no se debe olvidar que permanecemos en Cuaresma, por lo cual el Domingo Laetare no es un alto de la penitencia, sino que es para recordarnos que siempre, detrás de toda penitencia está el deber de aborrecer el pecado, el propósito de no pecar más y de confesar los pecados, para así vivir en Gracia, que nos es otorgada por Dios en su infinita misericordia.

Evangelio de este 4º domingo de Cuaresma «Laetare»

4º domingo de Cuaresma

Lectura del santo Evangelio según San Lucas

En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los letrados murmuraban entre ellos:
–Ese acoge a los pecadores y come con ellos.

Jesús les dijo esta parábola:
Un hombre tenía dos hijos: el menor de ellos dijo a su padre:
–Padre, dame la parte que me toca de la fortuna.
El padre les repartió los bienes.
No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, emigró a un país lejano, y allí derrochó su fortuna viviendo perdidamente.
Cuando lo había gastado todo, vino por aquella tierra un hambre terrible, y empezó él a pasar necesidad.
Fue entonces y tanto le insistió a un habitante de aquel país, que lo mandó a sus campos a guardar cerdos. Le entraban ganas de llenarse el estómago de las algarrobas que comían los cerdos; y nadie le daba de comer.
Recapacitando entonces se dijo:
–Cuántos jornaleros de mi padre tienen abundancia de pan, mientras yo aquí me muero de hambre. Me pondré en camino adonde está mi padre, y le diré: «Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo: trátame como a uno de tus jornaleros.»
Se puso en camino adonde estaba su padre: cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr se le echó al cuello y se puso a besarlo.

Su hijo le dijo:
–Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo.
Pero el padre dijo a sus criados:
–Sacad en seguida el mejor traje, y vestidlo; ponedle un anillo en la mano y sandalias en los pies; traed el ternero cebado y matadlo; celebremos un banquete; porque este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado.
Y empezaron el banquete.

Su hijo mayor estaba en el campo.
Cuando al volver se acercaba a la casa, oyó la música y el baile, y llamando a uno de los mozos, le preguntó qué pasaba.
Este le contestó:
–Ha vuelto tu hermano; y tu padre ha matado el ternero cebado, porque lo ha recobrado con salud.
El se indignó y se negaba a entrar pero su padre salió e intentaba persuadirlo.
Y él replicó a su padre:
–Mira: en tantos años como te sirvo, sin desobedecer nunca una orden tuya, a mí nunca me has dado un cabrito para tener un banquete con mis amigos; y cuando ha venido ese hijo tuyo que se ha comido tus bienes con malas mujeres, le matas el ternero cebado.
El padre le dijo:
–Hijo, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo: deberías alegrarte, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha revivido, estaba perdido, y lo hemos encontrado.

Palabra del Señor.

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