Solemnidad de la Inmaculada Concepción y Apertura del Año de la Misericordia.

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El Papa Francisco anunció el pasado 13 de marzo de este año en la Basílica de San Pedro, durante la Jornada penitencial, la celebración de un jubileo de la Misericordia, es decir, un Año Santo extraordinario.

 

La preparación del jubileo estaría a cargo del Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización y la bula por la que se convocaba dicho año jubilar, la Misericordiae Vultus, fue publicada el 11 de abril de 2015. En ésta se confirman las fechas y se añade que el siguiente domingo a la apertura del Año de la Misericordia, se abriría la Puerta Santa de la Archibasílica de San Juan Letrán, catedral de Roma, siguiéndole a ésta, la apertura de las restantes puertas santas de las cuatro basílicas mayores de Roma, además, de establecer que en cada catedral del mundo, durante este año, se abra una puerta similar de la misericordia.

 

https://w2.vatican.va/content/francesco/es/apost_letters/documents/papa-francesco_bolla_20150411_misericordiae-vultus.html

 

Coincide pues en este martes 8 de diciembre, con la Solemnidad de la festividad de la Inmaculada Concepción, el inicio del Jubileo de la Misericordia y la apertura de la Puerta Santa con la que dará comienzo dicho jubileo a cuyas ceremonias ha sido invitado por el Papa Francisco, el Papa emérito Benedicto XVI, quien ha aceptado la invitación y participarán juntos los Pontífice.

 

La Apertura del Año la Misericordia transcurrirá desde el 8 de diciembre de 2015 hasta el 20 de noviembre de 2016 Festividad de Cristo Rey del Universo, cuando concluirá y finalizará.

 

¿Pero que es la Misericordia?

  •  «Es la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad.»
  •  «Es el acto último y supremo con el que Dios acude a nuestro encuentro.»
  •  «Es la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira con ojos sinceros el hermano que encuentra en el camino de la vida.»
  •  «Es la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser estimados a pesar del límite de nuestro pecado.»

¿Por qué el Papa ha convocado un Jubileo de la Misericordia justamente ahora?

  • En pleno Adviento, en un momento en que la Iglesia vive un tiempo de nueva evangelización, en el día de la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, Reina y Madre de la Misericordia, es el momento más propicio para la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes y trata de renovar el espíritu del Concilio Vaticano II en su quincuagésimo aniversario; con el concilio «la Iglesia sintió la responsabilidad de ser en el mundo signo vivo del amor del Padre», ahora la Iglesia siente la necesidad de mantenerlo vivo en este Jubileo Extraordinario de la Misericordia.

 ¿Cómo se llevará a cabo?

  • Tal y como ya se ha indicado, en la fiesta de la Inmaculada Concepción, inicio del Año Jubilar de la Misericordia, el Papa abrirá la Puerta Santa en el Vaticano, que en esta ocasión, «será una Puerta de la misericordia, mediante la cual cualquier quien entre por ella, experimentará el amor de Dios».
  • El siguiente domingo, III de Adviento, se abrirá la Puerta Santa en la catedral de Roma, la basílica de San Juan de Letrán y sucesivamente se abrirá la Puerta Santa en las otras Basílicas Papales.
  • En el mismo domingo, se establece que cada una de las Diócesis, se abra para todo el Año Santo una Puerta de la Misericordia idéntica a la Catedral que es la Iglesia Madre para todos los fieles, o en la iglesia principal de la ciudad o en una iglesia de significado especial o santuario.
  • El jubileo, por tanto, será celebrado en Roma y también en las Iglesias particulares como signo visible de la comunión de toda la Iglesia.

¿Cómo propone el Papa Francisco vivir este año santo?

  • El lema de este año santo es «misericordiosos como el Padre». «Es mi vivo deseo, dice el Papa, que el pueblo de Dios reflexione durante el Jubileo sobre obras de misericordia corporales y espirituales» Redescubrir las obras de misericordia corporales: dar de comer al que pasa hambre, acoger al forastero, asistir a los enfermos y visitar a los presos, etc. Y obras de misericordia espirituales: dar consejo a quien lo necesite, consolar al afligido, corregir al que se equivoca, perdonar ofensas, rezar por los vivos y los difuntos …

¿Quiénes son los misioneros de la misericordia de que habla en la bula?

  • Sacerdotes enviados por el Papa los que les dará autoridad para perdonar pecados especialmente graves incluso aquellos reservados a la sede papal; estarán presentes en todas las diócesis «signo vivo de cómo el Padre acoge a todo aquel que busca el perdón»

¿Qué dice la bula del sacramento del perdón?

  • Se pone otra vez el sacramento de la confesión en el centro de la vida cristiana. Porque permite vivir la grandeza de la misericordia, en el sacramento de la reconciliación donde Dios perdona todos los pecados con la mediación de la Iglesia. Acudir a la confesión será fuente de verdadera paz interior. Se prevé que la iniciativa «24 horas por el Señor» se incremente cada diócesis el próximo año, el viernes y sábado antes del IV domingo de Cuaresma.

¿Quién llega a cruzar la Puerta Santa de la misericordia?

  • La peregrinación es un signo peculiar en el año santo, porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. La vida es una peregrinación y el ser humano es viator, un peregrino que recorre su camino hasta llegar a la meta anhelada. También para llegar a la Puerta Santa en Roma y en cualquier otro lugar, cada uno deberá realizar, de acuerdo con las propias fuerzas, una peregrinación.
  • Las etapas de la peregrinación mediante la cual es posible alcanzar esta meta: «No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. Dad y se os dará: os verterán en el regazo una buena medida, apretada, sacudida y repleta. Con la medida seréis medidos. «(Lc 6,37-38).

¿María, Inmaculada Concepción?

“…declaramos, proclamamos y definimos que la doctrina que sostiene que la beatísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de la culpa original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Cristo Jesús Salvador del género humano, está revelada por Dios y debe ser por tanto firme y constantemente creída por todos los fieles…” (Bula Ineffabilis Deus, el Papa Pío IX )

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Con la bula Ineffabilis Deus, el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, proclamó como dogma de fe, la Inmaculada Concepción de María que por una gracia especial de Dios, fue preservada de todo pecado desde su concepción.

El significado de dogma es la creencia, doctrina o proposición sobre cuya verdad no se admiten dudas dentro de una religión cuyo acatamiento se exige a todos los fieles.

Definimos como concepción, el momento en el cual Dios crea el alma y la infunde en la materia orgánica procedente de los padres, es en ese momento en el que comienza la vida humana.

Y cuando hablamos de la Inmaculada Concepción no nos referimos a la concepción de Jesús quién, claro está, también fue concebido sin pecado, nos referimos a la inmaculada concepción de María, quien quedó preservada de toda carencia de gracia santificante desde que fue concebida en el vientre de su madre Santa Ana. Es decir María es la “llena de gracia” desde su concepción.

La Encíclica “Fulgens corona”, publicada por el Papa Pío XII en 1953 para conmemorar el centenario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, argumenta así: «Si en un momento determinado la Santísima Virgen María hubiera quedado privada de la gracia divina, por haber sido contaminada en su concepción por la mancha hereditaria del pecado, entre ella y la serpiente no habría ya -al menos durante ese periodo de tiempo, por más breve que fuera- la enemistad eterna de la que se habla desde la tradición primitiva hasta la solemne definición de la Inmaculada Concepción, sino más bien cierta servidumbre»

En la Biblia no se menciona explícitamente el dogma de   la Inmaculada Concepción, como tampoco menciona explícitamente muchas otras   doctrinas que la Iglesia recibió de los Apóstoles. La palabra   “Trinidad”, por ejemplo, no aparece en la Biblia. Pero la   Inmaculada Concepción se deduce de la Biblia cuando ésta se interpreta   correctamente a la luz de la Tradición Apostólica.

El primer   pasaje que contiene la promesa de la redención (Génesis 3:15) menciona a la   Madre del Redentor. Es el llamado Proto-evangelium, donde Dios declara la   enemistad entre la serpiente y la Mujer. Cristo, la semilla de la mujer   (María) aplastará la cabeza de la serpiente. Ella será exaltada a la gracia   santificante que el hombre había perdido por el pecado. Solo el hecho de que   María se mantuvo en estado de gracia puede explicar que continúe la enemistad   entre ella y la serpiente. El Proto-evangelium, por lo tanto, contiene una   promesa directa de que vendrá un redentor. Junto a El se manifestará su obra   maestra: La preservación perfecta de todo pecado de su Madre Virginal.

Tambien en el evangelio de Lucas (1:28) el ángel Gabriel enviado por Dios le dice a la Santísima Virgen María «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.». Las palabras en español “Llena de gracia” no hace justicia al texto griego original que es “kecharitomene” y significa una singular abundancia de gracia, un estado sobrenatural del alma en unión con Dios. Aunque este pasaje no “prueba” la Inmaculada Concepción de María si lo sugiere.

La Inmaculada Concepción en los primeros siglos

En los primeros siglos del cristianismo, los Santos Padres no se propusieron el problema de la Concepción Inmaculada de María. Recuérdese lo que hemos dicho en el capítulo primero de nuestro Tratado, al propósito. Pero la doctrina sobre el privilegio de María está contenida, como el árbol en la semilla, en las enseñanzas de los mismos Padres al contraponer la figura de María a la de Eva en relación con la caída y la reparación del género humano; al exaltar, con palabras sumamente encomiásticas, la pureza admirable de la Virgen; y al tratar sobre la realidad de su maternidad divina. Tres principios de la ciencia sobre María que dejaron firmísimamente sentados los primeros Doctores de la Iglesia.

La Inmaculada Concepción hasta la Edad Media

A partir del siglo IV, la Iglesia occidental no corre parejas con la oriental en profesar la Concepción Inmaculada de María. La herejía nestoriana que atacó directamente, única en la historia, la prerrogativa máxima de la Virgen, su divina maternidad, y que iba extendiéndose en el siglo V, ofreció más frecuente ocasión y aun necesidad de exaltar la soberana figura de la Bienaventurada Madre de Dios; al paso que en Occidente, en esta misma época, el hereje Pelagio desfiguraba el concepto de pecado original y sus funestas consecuencias en los hombres, por lo que los Padres se ven constreñidos a tratar antes de la universalidad del pecado que de la gloriosa excepción que representa la Virgen.

  • En la Iglesia oriental

Encontramos el esforzado defensor de la maternidad divina de María, San Cirilo, que escribe: «¿Cuándo se ha oído jamás que un arquitecto se edifique una casa y la deje ocupar por su enemigo?». No se puede expresar más claramente la idea de la Concepción Inmaculada.

Teodoto de Ancira dice: «Virgen inocente, sin mancha, santa de alma y cuerpo, nacida como lirio entre espinas». Y en otra parte: «María aventaja en pureza a los serafines y querubines». Y Proclo, secretario de San Juan Crisóstomo, en el mismo siglo V, dice de María que está formada «de barro limpio», es decir, de naturaleza humana, pero incontaminada.

En el siglo VI, leemos en un himno compuesto por San Jaime Nisibeno: «Si el Hijo de Dios hubiera encontrado en María una mancha, un defecto cualquiera, sin duda se escogiera una madre exenta de toda inmundicia». Y a la santidad de María la califica de «Justicia jamás rota».

San Teófanes alaba así a María: «Oh, incontaminada de toda mancha». Y en otra parte: «El purísimo Hijo de Dios, como te hallase a Ti sola purísima de toda mancha, o totalmente inmune de pecado, engendrado de tus entrañas, limpia de pecados a los creyentes».

San Andrés de Creta: «No temas, encontraste gracia ante Dios, la gracia que perdió Eva… Encontraste la gracia que ningún otro encontró como Tú jamás».

Y en la carta a Sergio, aprobada por el Concilio Ecuménico VI, Sofronio dice de María: «Santa, inmaculada de alma y cuerpo, libre totalmente de todo contagio».

En adelante, la palabra Inmaculada, Purísima, ya no se refiere directamente a la sola virginidad de María. A medida que van adelantando los siglos se va perfilando con mayor precisión la idea de la Concepción Inmaculada.

Y así en el siglo VIII podemos leer estas palabras tan claras de San Juan Damasceno: «En este paraíso (María) no tuvo entrada la serpiente, por cuyas ansias de falsa divinidad hemos sido asemejados a las bestias».

En los siglos IX y X se contornea aún con mayor claridad la Concepción sin mancha de María. San José el Himnógrafo: «Inmune de toda mancha y caída, la única Inmaculada, sin mancha, sola sin mancha», dice de la Virgen.

Queda claro que en oriente, ya tiene éste significado preciso y concreto: la exención de María del pecado original. Además, desde el siglo VII la Iglesia oriental celebraba la fiesta de la Inmaculada Concepción, aunque no fuera universalmente. Sobre el significado de la fiesta dice San Juan de Eubea: «Si se celebra la dedicación de un nuevo templo, ¿cómo no se celebrará con mayor razón esta fiesta tratándose de la edificación del templo de Dios, no con fundamentos de piedra, ni por mano de hombre? Se celebra la concepción en el seno de Ana, pero el mismo Hijo de Dios la edificó con el beneplácito de Dios Padre, y con la cooperación del santísimo y vivificante Espíritu». Como se observará, en estas palabras se menciona la creación de María y, asimismo, su santificación, como insinúa la alusión al Espíritu Santo a quien se apropia.

  •   En la Iglesia occidental

En la Iglesia occidental, el proceso hasta llegar a la confesión clara y paladina de la Concepción Inmaculada de María resultó más lento debido a circunstancias especiales que lo entorpecieron. Pero el concepto que los Santos Padres manifiestan tener de la grandeza espiritual y moral de la excelsa Madre de Dios no desmerece ni cede en nada al de los orientales. La admisión de una mancha en María hubiera producido en Occidente, al igual que en el Oriente, un escándalo entre los fieles, y hubiera chocado con la idea que se profesaba sobre la santidad eximia de la Bienaventurada Virgen. Y en efecto, de ello echó mano el hereje Pelagio para atacar a su contrincante San Agustín, en la discusión sobre el pecado original que aquél negaba. Juliano, discípulo del hereje, escribía dirigiéndose al Obispo de Hipona: «Tú entregas a María al diablo por razón del nacimiento», es decir, si afirmas que el pecado original se trasmite por generación natural, María fue súbdita del diablo, porque de esta manera descendió y de este modo fue concebida por sus padres.

A esto contestó el Santo Doctor: «La condición del nacimiento se destruye por la gracia del renacimiento». Se discute si, con estas palabras, el santo Obispo admitió la Inmaculada Concepción. Pero es lo cierto que nuestro Doctor enseña que los pecados actuales tienen su origen en el pecado original. «Nadie, dice, está sin pecado actual, porque nadie fue libre del original». Ahora bien, opina que María no tuvo pecado actual alguno. «Excepto la Virgen María, de la cual no quiero, por el honor debido al Señor, suscitar cuestión alguna cuando se trata de pecado… Si pudiéramos congregar todos los santos y santas… cuando aquí vivían, ¿no es verdad que unánimemente hubieran exclamado: Si dijésemos que no tenemos pecado, nos engañamos y no hay verdad en nosotros?». Así, según el principio que sienta el mismo Santo Doctor, hemos de concluir que María careció del pecado original.

En esta misma época, hacia el 400, encontramos el máximo poeta cristiano Prudencio que, interpretando la fe de la Iglesia en la pureza sin mancha de María, canta en escogidos versos: «La víbora infernal yace, aplastada la cabeza, bajo los pies de la mujer. Por aquella virgen, que fue digna de engendrar a Dios, es disuelto el veneno, y retorciéndose bajo sus plantas, vomita impotente su tóxico sobre la verde yerba».

En el siglo V, San Máximo escribe estas palabras: «María, digna morada de Cristo, no por la belleza del cuerpo, sino por la gracia original».

Al revés de lo que sucede en Oriente, en Occidente, a medida que van avanzando los siglos, se habla con mayor cautela sobre este asunto. No que se nuble por completo la creencia en la Concepción Inmaculada de María, pues sabemos que pronto comenzó a celebrarse su fiesta, sino que los autores eclesiásticos, por la autoridad de San Agustín, cuya opinión sobre este misterio es dudosa, y ante la necesidad de defender el dogma cierto de la universalidad del pecado original y sus consecuencias, se ven constreñidos antes a tratar de este punto que a establecer e ilustrar la excepción que constituye María a la ley universal del pecado.

Buena prueba de que la fe en este glorioso privilegio de María no quedó ofuscada nos la suministra la Liturgia. Se dice que en el siglo VII, y por obra de San Ildefonso, Arzobispo de Toledo, ya se celebraba la fiesta de la Concepción Inmaculada en España. Algunos, empero, dudan de la autenticidad del documento en que se apoyan los que lo defienden. Pero con toda seguridad se celebraba ya en el siglo IX, como aparece por el calendario de mármol de Nápoles, que reza: «Día 9 de diciembre, la Concepción de la Santa Virgen María». La fecha de la celebración (la misma en que la celebran los orientales) indica que la fiesta transmigró de Oriente, con el que mantenía intensa relación comercial Nápoles. No es ésta la única constancia que queda de la celebración litúrgica. Por los calendarios de los siglos IX, X y XI sabemos que se celebraba también en Irlanda e Inglaterra.

Pero, a pesar de la celebración litúrgica, el significado de la solemnidad no estaba teológicamente fijado. Y no deja de llamar la atención que fuese, San Bernardo,  el Santo quizás más devoto de María, quien frenase los impulsos del pueblo cristiano, suscitando la discusión teológica más enconada de la historia de los dogmas.

Habiendo llegado a sus oídos que los monjes de Lyón, en 1140, introdujeron la fiesta, el Santo Abad les escribió una carta vehementísima, reprobando lo que él llama una innovación «ignorada de la Iglesia, no aprobada por la razón y desconocida de la tradición antigua». La carta es uno de los mejores documentos para probar la gran devoción del Santo a María. Cada vez que la nombra, la pluma le rezuma unción, y con la inimitable galanura de estilo que le caracteriza, convence al lector de que en todo el raciocinio no hay ni brizna de pasión. Impugna el privilegio porque así cree deber hacerlo.

A pesar del enorme prestigio del santo Doctor, su carta no quedó sin réplica. El primero que replicó a la misma, Pedro Comestor, ya hace notar la confusión de San Bernardo en el asunto, y distingue entre la concepción del que concibe, es decir, el acto de los padres, y la concepción del ser concebido. Ni faltó tampoco, como en toda polémica, la frase dura y encendida de parte del contradictor: «Dos veces -escribió Nicolás, monje de San Albano- fue traspasada el alma de María: en la Pasión de su Hijo y en la contradicción de su Concepción».

Llegado al Concilio de Trento, al hablar de la universalidad del pecado original, aunque no define el dogma de la excepción de María, significó su opinión con estas palabras: «Declara, sin embargo, este santo Concilio que, al hablar del pecado original, no intenta comprender a la bienaventurada e inmaculada Virgen María, sino que hay que observar sobre esto lo establecido por Sixto IV». Este Papa, ya en 1483, casi 4 siglos antes del dogma, había extendido la fiesta de la Concepción Inmaculada de María a toda la Iglesia de Occidente.

Papa Sixto IV

Apenas se hallará una Orden religiosa que no pueda presentar nombres ilustres de grandes teólogos que favorecieron la prerrogativa de la Virgen, contribuyendo a su triunfo. La Compañía de Jesús puede presentar a Diego Laínez, Alfonso Salmerón, Toledo, Suárez, San Pedro Canisio, San Roberto Belarmino y otros muchos más. La gloriosa Orden Dominicana, el celebérrimo Ambrosio Catarino, Tomás Campanella, Juan de Santo Tomás, San Vicente Ferrer, San Luis Beltrán y San Pío V, papa, etc. La Orden Carmelitana, ya en 1306, determinó celebrar la fiesta en el Capítulo General reunido en Francia, y los agustinos defendieron también la prerrogativa de la Virgen ya en 1350.

La definición dogmática de la Inmaculada

La contribución de España al triunfo del Dogma de la Inmaculada Concepción merecería capítulo aparte, bien nutrido y glorioso, Habría que recordar como  significativas, las legaciones que reyes españoles hacen a los Sumos Pontífices pidiendo la definición del dogma. Por eso Pío IX quiso que el monumento a la Inmaculada, después de su definitivo oráculo, se levantara en la romana Plaza de España.

El Papa Pío IX, es quien decidió dar el último paso para la suprema exaltación de la Virgen, definiendo el dogma de su Concepción Inmaculada. Dícese que en las tristísimas circunstancias por las que atravesaba la Iglesia, en un día de gran abatimiento, el Pontífice decía al Cardenal Lambruschini: «No le encuentro solución humana a esta situación». Y el Cardenal le respondió: «Pues busquemos una solución divina. Defina S. S. el dogma de la Inmaculada Concepción».

Para dar este paso, el Pontífice quiso conocer la opinión y parecer de todos los Obispos, pero al mismo tiempo le parecía imposible reunir un Concilio para la consulta. La Providencia le salió al paso con la solución. Una solución sencilla, pero eficaz y definitiva. San Leonardo de Porto Maurizio había escrito una carta al Papa Benedicto XIV, insinuándole que podía conocerse la opinión del episcopado consultándolo por correspondencia epistolar… La carta de San Leonardo fue descubierta en las circunstancias en que Pío IX trataba de solucionar el problema que hizo exclamar al Papa: «Solucionado». Al poco tiempo conoció el parecer de toda la jerarquía. Por cierto que un obispo de Hispanoamérica pudo responderle: «Los americanos, con la fe católica, hemos recibido la creencia en la preservación de María». Hermosa alabanza a la acción y celo de nuestra Patria.

Papa Pío IX

Y el día 8 de diciembre de 1854, rodeado de la solemne corona de 92 Obispos, 54 Arzobispos, 43 Cardenales y de una multitud ingentísima de pueblo, definía como dogma de fe el gran privilegio de la Virgen: «La doctrina que enseña que la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su Concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano, es revelada por Dios, y por lo mismo debe creerse firme y constantemente por todos los fieles».

Estas palabras, al parecer tan sencillas y simples, están seleccionadas una a una, y tienen resonancia de siglos. Son eco, autorizado y definitivo, de la voz solista que cantaba el común sentir de la Iglesia entre el fragor de las disputas de los teólogos de la Edad Media.

MARIA, MADRE INMACULADA DESDE SU CONCEPCIÓN,
MADRE DE DIOS HECHO HOMBRE
Y MADRE NUESTRA

A ella dirijamos nuestra mirada en este tiempo de Adviento. A María, que preparó a conciencia el primer y verdadero adviento. Nadie como Ella supo interpretar los signos de los tiempos, sintiendo que el Señor estaba cerca, Ella oró como nadie con el Salmo 24: “Descúbrenos, Señor, tus caminos, guíanos con la verdad de tu doctrina. Tú eres nuestro Dios y salvador y tenemos en ti nuestra esperanza”

Cuando le fue propuesta la maternidad, nada menos que del mismísimo Hijo de Dios, no quiso decir que no. Su vida fue un “sí “rotundo a los planes de Dios. Ella con su sí, propició que el Dios lejano se hiciera nuestro, y a partir de la encarnación de su Hijo, Dios tuviera otro título que antes no tenía: “Emmanuel”, el Dios con nosotros, el Salvador, el que puso su tienda entre nosotros. Quién mejor que Ella para abrir y disponer nuestros corazones para que esta Navidad no tenga las características de ser sólo una fiesta más, o mejor la fiesta de las fiestas, donde hay de todo, pero donde se siempre sentimos un vacío, no tanto por las cosas de las que no se pude disponer para la fiesta y el festejo, sino precisamente por no haber dispuesto el corazón, para hacer el Adviento, la llegada, la recepción y la acogida para el recién nacido.

Navidad es o debe ser, un festejo anticipado de la Pascua del Señor. Sin su encarnación, no hubiera sido posible ni la entrega, ni la redención, ni la cruz; pero tampoco la Resurrección y la vuelta de los hijos de Dios a la casa, al Reino, a los brazos amorosos del buen Padre Dios.

La Navidad nos hermanará en torno al Divino Niño, nos hará compadecernos y enternecernos a la vista de quien se convierte en la presencia más cercana del Dios de los Cielos, y de la tierra. Y María, su Madre, nuestra Madre es un signo anticipado de Limpieza, de belleza, de santidad, de perfección, de plenitud, de vida nueva, de victoria pascual. Es un anticipo del ideal humano, del proyecto que Dios había soñado para el hombre. Un modelo, por lo tanto, para cada persona humana, para cada creyente, para la Iglesia, para la humanidad. Lo que tanto soñamos y deseamos es posible, en María se ha realizado ya.

María en la alegre aurora, cuando aparecen las primeras luces del día, cuando está amaneciendo y admiramos los tonos de color que vencen la oscuridad de la noche y nos alegramos. María es la luz de la mañana, que además de ofrecernos claridad y un nuevo día, nos llena de alegría. Así es María, Virgen Inmaculada, suave luz que anuncia victoria sobre el pecado y la muerte, señal segura de que se acerca el día, buena noticia para todos los hijos de la noche, causa de nuestra nuestro contento. Alegría verdadera, porque nos garantiza salvación y victoria. Después de tantos fracasos, después de tantas derrotas, por fin podemos levantar cabeza. El poder de las tinieblas ha sido superado. En la Madre aparece un punto de luz primero, como una flor, pero la luz va creciendo hasta el encanto. Es un regalo, no sólo para los ojos, sino para toda el alma.

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