La deuda en sí misma es una de las bases de la cohesión social. Cada vez que entregamos algo, creamos en el otro una deuda que nos vincula a él. Si quien recibe no deseara ese vínculo (esa deuda), devolvería de inmediato el obsequio. En el ámbito de la religión, Dios es el dador por excelencia, pues hizo el universo y “puso en él al hombre para que lo cultivase y lo guardase” (Gen 2, 15). De esta forma espera provocar en nosotros el deseo de tratarlo. Por eso en el A.T se vinculaba la prosperidad a la predilección de Dios. Hoy sabemos que la riqueza del hombre no se mide sólo por el dinero que tiene, y que lo realmente precioso a los ojos de Dios es su ser humano. Sabemos, además, queDios vuelca su ternura particularmente en los niños, los pobres y los más indefensos.
Históricamente siempre se ha distinguido entre las relaciones sociales basadas en deudas que se formalizaban en contratos escritos o verbales (alianzas familiares, políticas, pactos comerciales, etc.) y la usura. Las primeras suponen el intercambio justo deseado por ambas partes. La segunda es una mera transacción monetaria, donde una parte entrega “tanto” dinero y cobra “tanto, más los intereses”.
Antiguamente existía la norma de “no cobrar intereses a tu hermano, sólo al extranjero”. Por eso los judíos buenos sólo hacían negocios fuera de su ciudad. El cristianismo dejó obsoleto el término extranjero al proclamar que todos somos hijos de Dios y hermanos en Cristo. Una vez desdibujados los límites de pueblo y patria, cuando ya no podía considerarse extranjero a nadie, se llamó interés a lo que podía pagarse trabajando.
En el A.T los préstamos eran para consumo de primera necesidad (porque se había arruinado la cosecha de ese año, o se había incendiado el negocio y había que comer hasta reflotarlo). Si los intereses eran abusivos, el prestamista acababa quedándose indefectiblemente con la tierra y hasta la familia del propio labrador. Por eso estaba prohibida la usura. Hoy se pide dinero prestado para hacer más dinero. Los pobres que depositan sus ahorros a plazo fijo son los que prestan a los ricos. Y popularmente se considera usura al “cobro de intereses mayores a los autorizados por la ley o las regulaciones administrativas del Estado, en los préstamos de dinero”. Los desahuciados son el equivalente moderno a los que acababan siendo vendidos como esclavos para saldar una deuda.
Para que la deuda cumpla la función de cohesión que mencionaba al inicio, ha de regirse por el principio general de “otro tanto, de la misma especie e igual cantidad”. Lo demás es usura.
Tras la Reforma, muchos pensadores protestantes ponderaron los préstamos como forma de promover el comercio (entonces, ya se entendía que el dinero facilitaba la devolución de las deudas contraídas al permitir tasar homogéneamente el “otro tanto, de la misma especie y calidad”, cuando la especie y/o la calidad eran distintas). Al principio se justificaba el pago de intereses alegando el riesgo a no cobrar, la no disponibilidad del dinero prestado, etc. Hoy se cobra comisiones – o intereses – porque sí, como sistema de trabajo. Nuestra conciencia colectiva ha olvidado que los principios generales (otro tanto, de la misma especie e igual cantidad) no son negociables, ni cambian según las circunstancias. Sí admiten discusión sobre su aplicación a casos concretos, y esta aplicación ha de tener en cuenta los factores de riego y libertad, es decir, ha de ejercerse apelando constantemente a la propia la responsabilidad y desechando el influjo de cualquier ideología.
“Cuando uno trata de leer una revista económica de nuestros días se pregunta si no estará en realidad leyendo una revista académica sobre química o hidráulica. Es tiempo de que hagamos un análisis crítico sobre estos temas. La economía no es una ciencia natural; es una ciencia moral y como tal se vincula al hombre como un ser espiritual y moral”(Wilhelm Roepke (1899-1966): “La economía humana: el marco social del mercado libre”).
MARTACM