EL BUENO, EL MALO Y EL PEOR

Está demostrado que nuestra sensibilidad, nuestro gusto por las cosas (unas u otras) y nuestra personalidad determinan la forma que tenemos de enfocarlo y afrontarlo todo.

La disparidad de personas y experiencias justifica la diversidad de criterios dentro de la Iglesia: unos son eminentemente serviciales con los pobres, otros cuidan el patrimonio artístico e inmobiliario; unos gustan del servicio pastoral, otros tienden a especializarse en gestión; unos dan la batalla por la defensa de la vida y la familia, otros reclaman sobre todo compasión y respeto; unos predican la incondicionalidad del amor divino, otros reivindican el sentido pedagógico, estructural y garantista de la ley canónica, etc. Pero, ¿quién tiene más razón? ¿Quién hace mejor las cosas? ¿Quién es el bueno y quien el malo?

Pablo Vl, en una catequesis de 1974, dijo lo siguiente: uno recibe el carisma de la sabiduría para que llegue a ser maestro; otro recibe el don de los milagros para que pueda realizar actos que, a través de la maravilla y la admiración, llamen a la fe. Estos dones son gratuitos y de suyo no necesarios, pero dados por la sobreabundancia de la economía del Señor, pretenden hacer a la Iglesia más rica, más animada, y más capaz de auto definirse y auto documentarse (…).

En otras palabras: la variedad de carismas NO PUEDE traducirse en anarquía práctica. Cada carisma es una gracia particular dada por el Espíritu Santo a personas concretas para que hagan el bien pero, por encima de esos dones, los católicos tenemos un solo Señor, una sola fe y un solo bautismo.

Así las cosas, conviene tanto dejar la actitud crítica frente al que piensa y vive diferente dentro de la Iglesia, como velar para que esto no suponga renunciar al sentido común o a la obediencia debida para caer en el relativismo moral bajo pretexto de ejercer la tolerancia o la compasión. Esto SÍ sería “lo peor”.

Para todo hay un punto medio. Sin embargo la virtud no siempre está  en él, también abunda la mediocridad o tibieza. Pecadores sí, corruptos no – dijo el Papa Francisco -. O lo que es casi igual: todos podemos errar muchas veces (somos pecadores). No obstante, en el momento que justifiquemos nuestros errores y desobediencias, en lugar de pedir perdón por ellos y combatirlos a la luz de la sana doctrina, estaremos eligiendo vivir como cristianos corruptos.

La compasión permite acercarse al que sufre, escucharle y “achucharle”, pero no le saca del charco de miseria en que vive y padece. La misericordia, en cambio, tira de él, le urge a levantarse aunque duela, le presenta la verdad sin descafeinar y le anima a ser consecuente con ella, le señala metas más elevadas, le empuja a progresar, le coloca – por así decirlo – en la zona de alcance del amor de Dios.

Una madre de familia numerosa decía que “Dios nos ha dado inteligencia para pensar y que los que rezan se organizan y piensan de otra manera”. Podríamos hacer este propósito: antes de cuestionar, criticar y/o ignorar las normas de la Iglesia (cosa muy habitual en los laicos y extremadamente perjudicial cuando lo hacen sacerdotes o religiosos), deberíamos pensar rezando y preguntarnos: ¿cómo puedo ayudar a este hermano (laico o sacerdote) sin faltar a la lealtad que le prometí a Jesús?

MartaCM

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