CONTROL INTERNO Y AUTOCRÍATICA

   He tratado a varios políticos y, lo confieso, ganan bastante en las distancias cortas. Sin embargo, esta impresión me confunde más aún: ¿Por qué cuando los ciudadanos hablamos con ellos parecen escucharnos y luego hacen lo que hacen? ¿Es una pose? ¿Son a la vez el Dr. Jekyll y Mr.  Hyde?

Me queda claro que las familias siguen produciendo – de momento y no demasiados – individuos capaces de comprometerse con sus prójimos, voluntarios o profesionales de conciencia formada, mentes críticas, espír

 

itus inquietos que buscan la verdad en distintos ámbitos, personas generosas que disfrutan trabajando al servicio de los otros. Si estos llegan a las puertas de los partidos políticos y se vuelven progresivamente invisibles, o si se corrompen, ¿qué es lo que falla, la familia o los partidos? El ambiente de los últimos, ¿es tan hostil, demagogo y oportunista que anula fácilmente las conciencias y premia a los “trepas”? 

Efectivamente puede haber un problema de imagen. Es posible que las buenas noticias sean menos sensacionalistas y tengan menor difusión. Pero aún así, si en verdad predominan las manos blancas, si se hace infinitamente más de lo que se destroza, los “políticos buenos” deberían redoblar sus esfuerzos para que se visualizara el fruto de su trabajo, y deberían promover los mecanismos de control interno necesarios para potenciar las conductas ejemplares, y edificar un tejido estatal  al servicio de los ciudadanos, “no de un grupo o de los que ostentan el poder público”. (Gaudium et Spes, constitución del Conc. Vat. II, sobre la Iglesia en el mundo actual)

La revisión y la autocrítica -examen de conciencia le decimos los cristianos- es fundamental para mantener la casa limpia y para marcarse objetivos nuevos y más ambiciosos. Los católicos que están – o estarán – en política, harían bien en potenciar estos valores en el seno de sus partidos y en el ámbito de su trabajo. ¿Saben qué es lo más triste y paradójico de una democracia enferma? Que hijos de los que viven maltratados por el sistema alcancen el poder ejecutivo o judicial, y los medios de comunicación, no para ayudar a los suyos y eliminar progresivamente los nidos  de pasionaria que se forman, sino para situarse del lado de los que abusan del poder económico o político.

 La diferencia sustancial entre los gobiernos autoritarios o absolutistas y los democráticos radica en que las personas que ostentan el poder lo tienen por encargo del pueblo (de todos); no por haberlo robado a golpe de fusil, ni por haberlo heredado en virtud de la consanguinidad. Este hecho deja sin excusa a los políticos que practican la prepotencia, el despotismo o la indolencia.

La democracia permite una relación – o complicidad, o colaboración – casi familiar entre el poder y los ciudadanos, con el objetivo de que “todos, y no solamente algunos privilegiados, puedan hacer uso efectivo de los derechos personales” (GS, 73). ¡Permitámosla! Contribuyamos al desarrollo de las libertades desde la responsabilidad, “el sentido interior de la justicia y la benevolencia, robusteciendo una y otra vez las convicciones fundamentales en lo que toca a la naturaleza verdadera de la comunidad política, y al fin, recto ejercicio y limites de los poderes públicos”

No se pone el empeño necesario en perseguir  la corrupción y el fraude político porque en el ámbito político  faltan honestidad y generosidad. “El que quiere hacer algo encuentra un medio, quien no quiere hacer nada encuentra una excusa” (proverbio árabe).

Sin embargo, la sanción sólo disuade y, aunque es de justicia penalizar cuando toca, lo que necesitamos es un cambio en lo esencial,

Conseguir el Gobierno es el objetivo natural de toda campaña electoral. Sin embargo, concluidas las elecciones, todos los partidos deberían desactivar la orden de “ganar el poder”, poniendo la totalidad de sus recursos humanos al servicio del bien común.  Como reza el anuncio de una aseguradora: “¡personas al servicio de personas!”

 

Alguno estará pensando: “hablar de política en una publicación religiosa, no queda bien”. Yo le digo, el mundo laico es familia, y economía, y catequesis, y trabajo; es formación al matrimonio, hijos… ¡y política! Mi propósito no es abusar del aprecio o la confianza que me profesan, sino alentarles a ser – también en política – críticos, constructivos, valientes, honestos, comprometidos con la justicia y la caridad. (Entrada en el foro de esta Web con fecha 4 de abril de 2012)

MARTACM

 

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