DINERO EN (Y) POLÍTICA

     Todos necesitamos un trabajo que nos permita asegurar el propio sustento, y si de paso nos realizarnos como personas contribuyendo al desarrollo y mejora de la comunidad humana en la que vivimos, mejor que mejor. Por eso es tan dramático el paro, y por eso – entre otras cosas – es tan satisfactorio trabajar en el ámbito de la política.

     Personalmente, hablar de unas profesiones más dignas que otras me fastidia mucho, pues lo digno es la persona que realiza el trabajo, no la materialidad de lo que hace. Pero si he de conceder que el mundo otorga mayor prestigio a unas profesiones que a otras, reconoceré también que el salario, y los estudios, son parámetros de peso en esa valoración.

     Sin embargo, hacer del concepto “ganancias” el objetivo único o principal de toda actividad humana, también de la política, nos llevaría a poner el futuro de los pueblos en manos de verdaderos mercenarios. De hecho, los países que integramos la UE no tendríamos tantos problemas con las primas de riesgo si la identidad del proyecto europeo no se fundamentara en la moneda única, sino en reforzar esa civilización profundamente humanista que llegamos a ser, y en tender la mano a los países, antiguas colonias, donde logramos exportar nuestra forma de concebir al hombre y el universo que le rodea. Esto es tarea de los políticos, esos que cobran una pasta y que, según parece, andan perdidos en teorías del laicismo.

     Los cristianos sabemos que el dinero no es un valor absoluto, pero, ¿de qué sirve el dato si los que están en las cámaras regionales, general o europea – muchos, no todos – subordinan sus convicciones y su moral a las estrategias de partido y a las macro finanzas? Sus antecesores (Chuman, Adenauer, De Gasperi y otros), promovieron un desarrollo de la vida civil basado en el reconocimiento de la elevada dignidad humana porque eran profundamente cristianos, no porque cobraran “sueldos dignos de la profesión”. ¿Seguimos pensando que renegar de la cultura cristiana, también en esto, no tiene consecuencias?

      Hace pocas semanas escuchaba decir a un diputado del PP en La Rioja que, en aplicación de la nueva Ley de Administración Local impulsada por el Gobierno de España, los ayuntamientos con menos de 1000 habitantes no pagarían sueldo a sus concejales. En 2012, más de la mitad de los alcaldes españoles no cobraba por ejercer  su cargo. El  60% de los pueblos de España y el 3,5% de la población total de nuestro país dependen de la gestión de políticos que no perciben salario por sus servicios a los ciudadanos. Este dato habla por sí mismo: la ausencia de retribución nunca ha sido obstáculo para que aquellos ciudadanos con vocación de servicio entren en política.

     Como ningún organismo tiene un registro público que detalle los sueldos de los cargos locales – los cuales se fijan normalmente en los plenos municipales – , algunos regidores (los del otro 40% de los municipios españoles donde reside el 96,5% de la población),  temen que esta iniciativa del Gobierno pueda alcanzarles y ponen el grito en el cielo alegando que “se pretende cercenar la autonomía de los consistorios”. Es significativo que los sueldos más altos se cobren en alcaldías como la de Madrid y Barcelona, o en cargos políticos dependientes de Autonomías con marcado carácter independentista. Creo que podría decirse, sin miedo a errar, que un cabo de la madeja de la corrupción política es la falta de auditorías a los cargos que manejan grandes presupuestos y la opacidad subyacente a los nacionalismos.

          El     salario permite la dedicación en exclusiva, y esta permite una mayor     eficacia. Ahora bien,  ¿necesitamos políticos     profesionales (o funcionarios políticos), que aseguren la funcionalidad     del sistema público igual que hacen los funcionarios jueces, médicos,     militares o inspectores de Hacienda? ¿Cuántos harían falta? ¿Cómo     accederían a ese puesto? La ley de incompatibilidades, ¿debe ser más     exigente? ¿Qué faltas deberían estar sancionadas con el cese y la     inhabilitación?

      Para tener leyes honestas y justas (tambien las que regulan competencias, salarios y comportamientos sancionables en los cargos políticos o de responsabilidad pública), necesitamos hombres honestos y justos. Y me da que el cristianismo puede aportar algo al respecto.

MARTACM

politica y dinero 1

Esta imagen define cómo viven muchos ciudadanos el trabajo de los políticos.

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