En espera, en espera del que va a nacer, en espera.

En aquellos días, María se levanto y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel.

Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y levantando la voz, exclamo:

«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».

Palabra del Señor.

¡DOS MUJERES AL SERVICIO DE LA ESPERANZA Y DE LA VIDA!

Faltaba María y, en este cuarto domingo de adviento, la liturgia la instala como modelo delante de nuestros ojos. Y, por si fuera poco, se pone en camino, cruza la montaña e Isabel, ante la presencia de la que va a ser Madre de Jesús, siente como sus entrañas se retuercen de gozo a la vez que, su voz, grita y proclama la bondad del Señor.

A pocos días de la celebración de la Navidad, la Virgen, es una puerta abierta a la esperanza. Por Ella, Cristo, aparecerá como la mejor lluvia desprendida de los mismos cielos. La Virgen María, al final de este tiempo de adviento, es un servicio a la espera de tantos hombres y mujeres que deseamos confiar e ir al encuentro de Dios como Ella mismo confió y se lanzó. ¡Qué buena intuición tuvieron Isabel y Juan! Una, al recibirla en su casa, proclama mil bondades de Dios, piropea a la humilde nazarena y, el otro (aquel que gemía en el interior de Isabel) brinca de gozo en su vientre. Reconocieron a la Madre del Señor. Las obras que, el Señor, había realizado en aquella que se dignaba visitar a su pariente. ¡Dichoso y bienaventurado reconocimiento! María, la mujer creyente, también nos visita en estos días a nosotros. ¿Danzan por deleite nuestras entrañas ante lo que vamos a celebrar en estos días? María, la mujer que aguarda, se sitúa en camino, nada le detiene. ¿Qué nos paraliza y nos impide vivir con profundidad y religiosidad estos días de la Navidad? María, llena de Dios, ayuda a los que se encuentran en la misma condición que Ella. Lejos de cerrarse en sí misma, disfruta abriéndose y siendo generosa con su prima Isabel. ¿Quién necesita, ante estas jornadas santas de la Navidad, una palabra de nuestros labios; un gesto fraterno de nuestras manos o una sonrisa sincera de nuestro rostro? ¿Somos conscientes que, sin caridad, no es auténtica nuestra navidad? ¿Caemos en la cuenta de que, una navidad sin apertura hacia los más débiles o tristes, corre el peligro de quedarse en simple vanidad?

Esperar con María al Nacimiento del Redentor, implica el ser pregoneros del mucho amor que Dios nos tiene. Conlleva ser altavoces de su presencia en una sociedad en la que, los ruidos y las luces, nos impiden escuchar y ver la huella de Dios en tantos momentos de la Navidad. En cierta ocasión, un enamorado que escuchó el “SI” de su amada, subió a lo más alto de un edificio para gritar: ¡Soy feliz! ¡Me ama! Poco le importó “el qué dirán”, la altura de los pisos o, incluso, las horas intempestivas en que se decidió a realizar tal hazaña: el amor le tenía totalmente poseído, feliz, radiante. Ojalá que, en estas antevísperas de la Navidad, tengamos un poco el entusiasmo de enamorados de Cristo. La valentía de María que, encontrándose en estado de buena esperanza, no dudo en ser portadora del mismo Cristo por difíciles caminos y montañas que separaban Nazaret del pueblo de su prima Santa Isabel. A nosotros, amigos, no se nos pide tanto. No se nos exige cruzar desiertos o escalar riscos para dar razón de lo que creemos. Pero, eso sí, que no olvidemos que Dios continúa encarnándose y habitando en nosotros. Que nos necesita para ser sus pies, sus manos, sus ojos y su voz para seguir renovando este viejo mundo con su amor y su paz.

¡Vaya par de mujeres al servicio de la esperanza! Que, también nosotros, sepamos impregnarnos un poco de este testimonio vivo y valiente de María y de Isabel. Que lejos de ser tibios en nuestras expresiones religiosas, en nuestras manifestaciones cristianas, hagamos creíble el mensaje de salvación acogiéndolo y dándolo a conocer. ¡Benditos seamos, si así somos y lo hacemos! ¡Gracias, María!

¡BENDITA TÚ, MARÍA!
Contigo, renace de nuevo la esperanza por tu alegría interior y, porque tus pies, lejos de plegarse en sí mismos se pusieron en marcha más allá de las montañas

¡BENDITA TÚ, MARÍA!
Si Dios te hizo grandes favores, no fue menos cierto que Tú le brindaste tu obediencia, para cumplir su voluntad tu sencillez, para no complicar sus planes tu silencio, para que hablase su inmenso poder tu bondad, para que se fijara sólo en Ti.

¡BENDITA TÚ, MARÍA!
Porque, si la Navidad asoma en el horizonte es porque, primero, tu “SI” sonó en Nazaret. Si, los ángeles proclamarán la Gloria de Dios, es porque, Tú antes que ellos, publicaste que Él había hecho obras grandes en Ti, que su nombre era santo.

¡BENDITA TÚ, MARÍA!
Siempre estuviste más dispuesta a dar, que a recibir. Al silencio, antes que, a la palabra. A la pobreza, huyendo de toda apariencia. A la docilidad, sin amistad con la dureza.

¡BENDITA TÚ, MARÍA!
Porque, tu nombre, tiene sabor a Navidad. Tus caminos, son senderos hacia Belén. Tu alegría, es preludio de lo que nos espera. Tus brazos, cuna que mecerán al Niño Dios.

¡BENDITA TÚ, MARÍA!
Porque sigues aportando ilusión a nuestro mundo Luz al sendero de nuestra fe. Porque sigues siendo el gran portal donde Dios nació

¡BENDITA TÚ, MARÍA!
Por salir a nuestro encuentro y llevarnos ante el rostro de Aquel que nace en Belén.

¡BENDITA TÚ, MARÍA!
Por hacernos participes de tu gozo y recordarnos que, el servicio, es exigencia de la fe.

¡BENDITA TÚ, MARÍA!
Porque, ante los días de Navidad, nos invitas y nos enseñas a estar vigilantes y dispuestos a acoger a Aquel que viene, pequeño y humilde.

Amén

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