Esperando en la Vigilia Pascual

EL DIA DE SABADO SANTO

En el Sábado Santo la Iglesia permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su Pasión y Muerte, su descenso a los infiernos y se abstiene del sacrificio de la Misa.

-Se recomienda que se celebre en las Iglesias el Oficio de lectura y los Laudes con participación de los fieles; una celebración de la palabra o un ejercicio piadoso.

– Pueden ser expuestas en la iglesia para su veneración, la imagen de Cristo crucificado, o en el sepulcro, o descendimiento a los infiernos, así como la imagen de la Virgen de los Dolores.

– No se distribuye la comunión, a no ser en caso de viático.

-Se recomienda el Ayuno y la abstinencia voluntaria;  la Iglesia ayuna “porque el Esposo le ha sido arrebatado”.

EL RECORRIDO DEL SÁBADO SANTO

ACOMPAÑANDO A MARÍA EN SU SOLEDAD

 

  • 1.- VAMOS A CASA DE JUAN.

María, es una mujer que acaba de perder a su hijo.

Todas las fibras de su ser están sacudidas por lo que ha visto en los días culminantes de la pasión. Cómo impedirle a María el sufrimiento y el llanto, si había pasado por una dramática experiencia llena de dignidad y de decoro, pero con el corazón quebrantado.

María es madre; y en ella está presente la fuerza de la carne y de la sangre y el efecto noble y humano de una madre por su hijo. Este dolor, junto con el hecho de que María haya vivido todo lo que había vivido en la pasión de su hijo, muestra su compromiso de participación total en el sacrificio redentor de Cristo.

María ha querido participar hasta el final en los sufrimientos de Jesús; no rechazó la espada que había anunciado Simeón, y aceptó con Cristo el designio misterioso de su Padre. Ella es la primera partícipe de todo sacrificio. María queda como modelo perfecto de todos aquellos que aceptaron asociarse sin reserva a la oblación redentora.

¿Qué pasaría por la mente de nuestra Señora este sábado?

Todos los recuerdos se agolpan en la mente de María: Nazaret, Belén, Egipto, Nazaret de nuevo, Canaán, Jerusalén. Quizá en su corazón revive la muerte de José y la soledad del Hijo con la madre después de la muerte de su esposo…; el día en que Cristo se marchó a la vida pública…, la soledad durante los tres últimos años. Una soledad que, ahora, Sábado Santo, se hace más negra y pesada. Son todas las cosas que Ella ha conservado en su corazón.

Y si conservaba en el corazón a su Hijo en el templo diciéndole: «¿Acaso no debo estar en las cosas de mi Padre?». ¡Qué habría en su corazón al contemplar a su Hijo diciendo: «¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, todo está consumado!»

¿Cómo estaría el corazón de María cuando ve que los pocos discípulos que quedan lo bajan de la cruz, lo envuelven en lienzos aromáticos, lo dejan en el sepulcro? Un corazón que se ve bañado e iluminado en estos momentos por la única luz que hay, que es la del Viernes Santo. Un corazón en el que el dolor y la fe se funden. Veamos todo este dolor del alma, todo este mar de fondo que tenía que haber necesariamente en Ella. Apenas hacía veinticuatro horas que había muerto su hijo. ¡Qué no sentiría la Santísima Virgen!

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  • 2.- VAMOS AL CENACULO.

Pena, vergüenza, el miedo se convirtió en egoísmo y ese egoísmo vuelve a convertirse en miedo: con las puertas cerradas, por miedo a los judíos, a que vinieran a por ellos

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  • 3.- VAMOS AL TEMPLO

La cortina desgarrada. Que manía les dio por lo del templo: fue su acusación inicial: lo que había dicho o dejado de decir. Los insultos en la cruz: tú que destruías el templo en tres días.

Ya no sirve ese templo, ya no sirven los sacrificios de animales.

Se comenzó rasgando la cortina y acabaría desgarrándose por completo.

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  • 4.- VAMOS AL SEPULCRO DE JOSE DE ARIMATEA.

El sábado santo está vacío, la pesada piedra de la tumba oculta al muerto, todo ha terminado, la fe parece haberse revelado a última hora como un fanatismo. Ningún Dios ha salvado a este Jesús que se llamaba su Hijo.

Sábado santo, día de la sepultura de Dios: ¿No es éste, de forma especialmente trágica, nuestro día? ¿No comienza a convertirse nuestro siglo en un gran sábado santo, en un día de la ausencia de Dios?

Hay en el evangelio una escena que prenuncia de forma admirable el silencio del sábado santo y que, al mismo tiempo, parece como un retrato de nuestro momento histórico. Cristo duerme en una barca, que está a punto de zozobrar asaltado por la tormenta.

Dios duerme mientras sus cosas están a punto de hundirse: ¿no es ésta la experiencia de nuestra propia vida? ¿No se asemejan la Iglesia y la fe a un pequeño bote que naufraga y que lucha inútilmente contra el viento y las olas mientras Dios está ausente?

Los discípulos, desesperados, sacuden al Señor y le gritan que despierte; pero él parece asombrarse y les reprocha su escasa fe. ¿No nos ocurre a nosotros lo mismo? Cuando pase la tormenta reconoceremos qué absurda era nuestra falta de fe.

Y, sin embargo, Señor, no podemos hacer otra cosa que sacudirte a ti, el Dios silencioso y durmiente y gritarte: ¡despierta! ¿no ves que nos hundimos? Despierta, haz que las tinieblas del sábado santo no sean eternas, envía un rayo de tu luz pascual a nuestros días, ven con nosotros cuando marchamos desesperanzados hacia Emaús, que nuestro corazón arda con tu cercanía.

Tú que ocultamente preparaste los caminos de Israel para hacerte al fin un hombre como nosotros, no nos abandones en la oscuridad, no dejes que tu palabra se diluya en medio de la charlatanería de nuestra época. Señor, ayúdanos, porque sin ti pereceríamos.

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  • 5.- VAMOS A DESCENDER A LOS INFIERNOS

El ocultamiento de Dios en este mundo es el auténtico misterio del sábado santo, expresado en las enigmáticas palabras: Jesús «descendió a los infiernos».

Seamos sinceros: nadie puede explicar verdaderamente esta frase. Pero surge la pregunta: ¿qué es la muerte en realidad y qué sucede cuando uno desciende a las profundidades de la muerte?

Tengamos en cuenta que la muerte no es la misma desde que Jesús descendió a ella, la penetró y asumió; igual que la vida, el ser humano no es el mismo desde que la naturaleza humana se puso en contacto con el ser de Dios a través de Cristo. Antes, la muerte era solamente muerte, separación del mundo de los vivos y —aunque con distinta intensidad— algo parecido al «infierno», a la zona nocturna de la existencia, a la oscuridad impenetrable.

Pero ahora la muerte es también vida, y cuando atravesamos la fría soledad de las puertas de la muerte encontramos a aquél que es la vida, al que quiso acompañarnos en nuestras últimas soledades y participó de nuestro abandono en la soledad mortal del huerto y de la cruz, clamando: «¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?»

Fue a ver a Adán, a los patriarcas, a los justos del AT para llevarles la noticia de su liberación.

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ORACIÓN

Señor Jesucristo, has hecho brillar tu luz en las tinieblas de la muerte, la fuerza protectora de tu amor habita en el abismo de la más profunda soledad; en medio de tu ocultamiento podemos cantar el aleluya de los redimidos.

Concédenos la humilde sencillez de la fe que no se desconcierta cuando tú nos llamas a la hora de las tinieblas y del abandono, cuando todo parece inconsistente. En esta época en que tus cosas parecen estar librando una batalla mortal, concédenos luz suficiente para no perderte; luz suficiente para poder iluminar a los otros que también lo necesitan.

Haz que el misterio de tu alegría pascual resplandezca en nuestros días como el alba, haz que seamos realmente hombres pascuales en medio del sábado santo de la historia.

Haz que a través de los días luminosos y oscuros de nuestro tiempo nos pongamos alegremente en camino hacia tu gloria futura.

Amén.

 

“Durante la noche permaneced reunidos en comunidad, no durmáis, pasad toda la noche en vela, rezando y orando, leyendo los Profetas, el Evangelio y los Salmos con temor y temblor hasta la tercera vigilia de la noche, después del sábado. Entonces romped vuestro ayuno. Alegraos entonces y comed, llenaos de gozo y de júbilo porque Cristo ha resucitado, como prenda de vuestra resurrección”. (“Didascalia de los Apóstoles”)

 

LITURGIA DE LA VIGILIA PASCUAL

 

1ª. LUCERNARIO

 

La incorporación de una bendición del fuego y del cirio pascual es un hecho fluctuante que aparecerá por primera vez en las Iglesias del Norte de Italia en el siglo V para extenderse por la Galia y España.

Consiste en la bendición del fuego, encendido del Cirio Pascual y Canto del Pregón Pascual

 

2ª.- LAS LECTURAS.

Todas ellas forman un conjunto unitario en la que cada una de ellas es seguida de un canto responsorial y una oración colecta que conectan con el contenido de las lecturas.

Han sido seleccionadas siete lecturas del Antiguo Testamento y dos del Nuevo (Apóstol y Evangelio), aunque no es preceptivo utilizar todas.

 

LECTURAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO

1ª.- GENESIS 1,1-31; 2,1-2: LA CREACION

SALMO 103: ENVIA TU ESPIRITU, Y REPUEBLA LA FAZ DE LA TIERRA, o SALMO 32: LA MISERICORDIA DEL SEÑOR LLENA LA TIERRA

 

2ª.- GENESIS 22, 1-18: EL SACRIFICIO DE ABRAHAN, NUESTRO PADRE EN LA FE

SALMO 15: PROTEGEME, DIOS MIO QUE ME REFUGIO EN TI

 

3ª.- EXODO 14,15-15,1: EL PASO DEL MAR ROJO

SALMO (Éxodo 15,1): CANTARÉ AL SEÑOR, GLORIOSA ES SU VICTORIA

 

4ª.- ISAIAS 54, 5-14. CON AMOR ETERNO TE QUIERE EL SEÑOR, TU LIBERTADOR

SALMO 29: TE ENSALZARÉ, SEÑOR PORQUE ME HAS LIBRADO.

 

5ª.- ISAIAS 55, 1-11. VENID A MI Y VIVIREIS. SELLARE CON VOSOTROS UNA ALIANZA PERPETUA.

SALMO (Isaías 12,2-6) SACAREIS AGUAS CON GOZO DE LAS FUENTES DE LA SALVACION

 

6ª.- BARUC 3,9-15.32: CAMINA AL RESPLANDOR DEL SEÑOR

SALMO 18: SEÑOR, TU TIENES PALABRAS DE VIDA ETERNA.

 

7ª.- EZEQUIEL 36, 16-17. 18-28 DERRAMARÉ SOBRE VOSOTROS UN AGUA PURA Y OS DARE UN CORAZÓN NUEVO.

SALMO 41: COMO BUSCA LA CIERVA CORRIENTES DE AGUA, ASÍ MI ALMA TE BUSCA A TI, DIOS MIO ó SALMO 50: OH, DIOS, CREA EN MÍ UN CORAZÓN PURO.

 

Al terminar las lecturas del Antiguo Testamento se canta el GLORIA para proclamar LA RESURRECCCION DE JESUCRISTO.

 

 

ROMANOS 6,3-11:

CRISTO UNA VEZ RESUCITADO DE ENTRE LOS MUERTOS, YA NO MUERE MAS.

Hermanos: Cuando fuimos bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados en su muerte. Por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva.

Pues si hemos sido incorporados a él en una muerte como la suya, lo seremos también en una resurrección como la suya; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo, para que fuera destruido el cuerpo de pecado, y, de este modo, nosotros dejáramos de servir al pecado; porque quien muere ha quedado libre del pecado

Si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él.

Porque quien ha muerto, ha muerto al pecado de una vez para siempre; y quien vive, vive para Dios. Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.

SALMO 117: ALELUYA, ALELUYA, ALELUYA

 

SAN MARCOS 16,1-7JESÚS, EL NAZARENO, EL CRUCIFICADO, HA RESUCITADO

Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron aromas para ir a embalsamar a Jesús. Y muy temprano, el primer día de la semana, al salir el sol, fueron al sepulcro. Y se decían unas a otras:

“¿Quién nos correrá la piedra de la entrada del sepulcro?”  Al mirar, vieron que la piedra estaba corrida y eso que era muy grande. Entraron en el sepulcro y vieron a un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y quedaron aterradas. Él les dijo: “No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron.

Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro: “Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo”.

 

SIMBOLOGÍA EN LA LITURGIA

LUZ, AGUA Y CANTO NUEVO: ALELUYA

San Marcos nos relata en su Evangelio que los discípulos, bajando del monte de la Transfiguración, discutían entre ellos sobre lo quería decir «resucitar de entre los muertos» Antes, el Señor les había anunciado su pasión y su resurrección a los tres días. Pedro había protestado ante el anuncio de la muerte. Pero ahora se preguntaban qué podía entenderse con el término «resurrección». ¿Acaso no nos sucede lo mismo a nosotros?

¿Qué es Resurrección?  La Iglesia trata de hacérnoslo comprender traduciendo este acontecimiento misterioso al lenguaje de los símbolos, en los que podemos contemplar de alguna manera este acontecimiento sobrecogedor. En la Vigilia Pascual nos indica el sentido de este día especialmente mediante tres símbolos: la luz, el agua y el canto nuevo, el Aleluya.

 

Primero la luz.

El cirio pascual arde y, al arder, se consume: cruz y resurrección son inseparables.

En la Vigilia Pascual, la Iglesia representa el misterio de luz de Cristo con el signo del cirio pascual, cuya llama es a la vez luz y calor. El simbolismo de la luz se relaciona con el del fuego: luminosidad y calor, luminosidad y energía transformadora del fuego: verdad y amor van unidos.

El cirio pascual arde y, al arder, se consume: cruz y resurrección son inseparables. De la cruz, de la autoentrega del Hijo, nace la luz, viene la verdadera luminosidad al mundo.

Todos nosotros encendemos nuestras velas del cirio pascual, sobre todo las de los recién bautizados, a los que, en este Sacramento, se les pone la luz de Cristo en lo más profundo de su corazón. La Iglesia antigua ha calificado el Bautismo como “fotismos”, como Sacramento de la iluminación, como una comunicación de luz, y lo ha relacionado inseparablemente con la resurrección de Cristo. En el Bautismo, Dios dice al bautizando: «Recibe la luz». El bautizando es introducido en la luz de Cristo. Ahora, Cristo separa la luz de las tinieblas.

En Él reconocemos lo verdadero y lo falso, lo que es la luminosidad y lo que es la oscuridad. Con Él surge en nosotros la luz de la verdad y empezamos a entender.

Él es la Luz. El cirio bautismal es el símbolo de la iluminación que recibimos en el Bautismo. Así, en esta hora, también san Pablo nos habla muy directamente. En la Carta a los Filipenses, dice que, en medio de una generación tortuosa y convulsa, los cristianos han de brillar como lumbreras del mundo.  Pidamos al Señor que la llamita de la vela, que Él ha encendido en nosotros, la delicada luz de su palabra y su amor, no se apague entre las confusiones de estos tiempos, sino que sea cada vez más grande y luminosa, con el fin de que seamos con Él personas amanecidas, astros para nuestro tiempo.

 

Segundo el agua.

El segundo símbolo de la Vigilia Pascual:  la noche del Bautismo ES EL AGUA.

Aparece en la Sagrada Escritura y, por tanto, también en la estructura interna del Sacramento del Bautismo en dos sentidos opuestos. Por un lado, está el mar, que se manifiesta como el poder antagonista de la vida sobre la tierra, como su amenaza constante, pero al que Dios ha puesto un límite. Por eso, el Apocalipsis dice que en el mundo nuevo de Dios ya no habrá mar.

 Es el elemento de la muerte. Y por eso se convierte en la representación simbólica de la muerte en cruz de Jesús: Cristo ha descendido en el mar, en las aguas de la muerte, como Israel en el Mar Rojo. Resucitado de la muerte, Él nos da la vida. Esto significa que el Bautismo no es sólo un lavado, sino un nuevo nacimiento: con Cristo es como si descendiéramos en el mar de la muerte, para resurgir como criaturas nuevas.

El otro modo en que aparece el agua es como un manantial fresco, que da la vida, o también como el gran río del que proviene la vida. Según el primitivo ordenamiento de la Iglesia, se debía administrar el Bautismo con agua fresca de manantial. Sin agua no hay vida. Impresiona la importancia que tienen los pozos en la Sagrada Escritura. Son lugares de donde brota la vida.

San Juan nos dice que un soldado golpeó con una lanza el costado de Jesús, y que, del costado abierto, del corazón traspasado, salió sangre y agua . La Iglesia antigua ha visto aquí un símbolo del Bautismo y la Eucaristía, que provienen del corazón traspasado de Jesús. En la muerte, Jesús se ha convertido Él mismo en el manantial.

 El profeta Ezequiel percibió en una visión el Templo nuevo del que brota un manantial que se transforma en un gran río que da la vida: en una Tierra que siempre sufría la sequía y la falta de agua, ésta era una gran visión de esperanza. El cristianismo de los comienzos entendió que esta visión se ha cumplido en Cristo. Él es el Templo auténtico y vivo de Dios. Y es la fuente de agua viva. De Él brota el gran río que fructifica y renueva el mundo en el Bautismo, el gran río de agua viva, su Evangelio que fecunda la tierra.

Pero Jesús ha profetizado en un discurso durante la Fiesta de las Tiendas algo más grande aún. Dice: «El que cree en mí … de sus entrañas manarán torrentes de agua viva». En el Bautismo, el Señor no sólo nos convierte en personas de luz, sino también en fuentes de las que brota agua viva.

Todos nosotros conocemos personas de este tipo, que nos dejan en cierto modo sosegados y renovados; personas que son como el agua fresca de un manantial. No hemos de pensar sólo en los grandes personajes, las encontramos continuamente también en nuestra vida cotidiana: personas que son una fuente. Ciertamente, conocemos también lo opuesto: gente de la que promana un vaho como el de un charco de agua putrefacta, o incluso envenenada. Pidamos al Señor, que nos ha dado la gracia del Bautismo, que seamos siempre fuentes de agua pura, fresca, saltarina del manantial de su verdad y de su amor.

 

Tercero el Nuevo Cántico.

El tercer gran símbolo de la Vigilia ES EL CANTAR EL CANTO NUEVO, EL ALELUYA.

Tras el paso del mar Rojo “Moisés y los hijos de Israel cantaron un cántico al Señor».

Cuando un hombre experimenta una gran alegría, no puede guardársela para sí mismo. Tiene que expresarla, transmitirla. Pero ¿qué sucede cuando el hombre se ve alcanzado por la luz de la resurrección y, de este modo, entra en contacto con la Vida misma, con la Verdad y con el Amor? Simplemente, que no basta hablar de ello. Hablar no es suficiente. Tiene que cantar.

En la Biblia, la primera mención de este cantar se encuentra después de la travesía del Mar Rojo. Israel se ha liberado de la esclavitud. Ha salido de las profundidades amenazadoras del mar. Es como si hubiera renacido. Está vivo y libre. La Biblia describe la reacción del pueblo a este gran acontecimiento de salvación con la expresión: «El pueblo creyó en el Señor y en Moisés, su siervo». Sigue a continuación la segunda reacción, que se desprende de la primera como una especie de necesidad interior: «Entonces Moisés y los hijos de Israel cantaron un cántico al Señor».

En la Vigilia Pascual, año tras año, los cristianos entonamos después de la tercera lectura este canto, lo entonamos como nuestro cántico, porque también nosotros, por el poder de Dios, hemos sido rescatados del agua y liberados para la vida verdadera.

La Iglesia está sobre las aguas de muerte de la historia y, no obstante, ya ha resucitado. Cantando, se agarra a la mano del Señor, que la mantiene sobre las aguas.

Desde que Cristo ha resucitado, la gravitación del amor es más fuerte que la del odio; la fuerza de gravedad de la vida es más fuerte que la de la muerte. ¿Acaso no es ésta realmente la situación de la Iglesia de todos los tiempos, nuestra propia situación? Siempre se tiene la impresión de que ha de hundirse, y siempre está ya salvada. San Pablo ha descrito así esta situación: «Somos… los moribundos que están bien vivos».

La mano salvadora del Señor nos sujeta, y así podemos cantar ya ahora el canto de los salvados, el canto nuevo de los resucitados: ¡aleluya! Amén.

 

 

3.- LA LITURGIA BAUTISMAL

La incorporación de la liturgia bautismal a la celebración de la vigilia fue un hecho progresivo y muy extendido, tanto en Oriente como en Occidente. De esta forma, si bien la celebración de la noche de Pascua estuvo al principio integrado únicamente por una larga vigilia de oración y de escucha de la palabra de Dios que culminaba en la Eucaristía, pronto se vio completado con la celebración bautismal como elemento integrante de la misma. La Iglesia renueva las promesas bautismales y bautiza a los catecúmenos.

 

4.- LA EUCARISTIA

Es el coronamiento de toda la celebración. El desarrollo de la Eucaristía no ofrece, por otra parte, peculiaridad alguna; de no ser la especial solemnidad que reviste el banquete eucarístico en la fiesta más importante del año.

 

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