Festividad de la Santisima Trinidad

“Apenas hemos celebrado la venida del Espíritu Santo, cantamos la fiesta de la Santísima Trinidad en el Oficio del Domingo que sigue” escribía San Ruperto en el siglo XII, y esta fecha para la celebración está muy bien escogida, porque tan pronto como hubo bajado el Espíritu Santo, comenzó la predicación y la creencia; y, en el bautismo, la fe y confesión en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.»

Santisima Trinidad 3

Es el lugar más apropiado del año litúrgico para esta celebración. Por el Espíritu Santo llegamos a creer y a reconocer la trinidad de personas en el único Dios. Habiendo celebrado todos los misterios de Cristo, la Iglesia echa una mirada de agradecimiento a la obra completa de la redención. Desde la contemplación de las obras maravillosas de Dios nos volvemos a considerar la vida interna de la Divinidad.

El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo. La Encarnación del Hijo de Dios revela que Dios es el Padre eterno, y que el Hijo es consubstancial al Padre, es decir, que es en él y con él el mismo y único Dios. La misión del Espíritu Santo, enviado por el Padre en nombre del Hijo y por el Hijo que junto al Padre  revela que él es con ellos, el mismo Dios único. Por ello creemos y decimos «Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria». Decía San Agustín «El Espíritu Santo procede del Padre en cuanto fuente primera y, por el don eterno de este al Hijo, del Padre y del Hijo en comunión»

Por la gracia del bautismo «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» somos llamados a participar en la vida de la Bienaventurada Trinidad, aquí abajo en la tierra, en  la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la luz eterna. Esta es nuestra fe cristiana y católica: veneramos a un Dios en la Trinidad y la Trinidad en la unidad, no confundiendo las personas, ni separando las substancias; una es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, es una sola divinidad. Las personas divinas, inseparables en su ser, son también inseparables en su obrar. Pero en la única operación divina cada una manifiesta lo que le es propio en la Trinidad, sobre todo en las misiones divinas de la Encarnación del Hijo y del don del Espíritu Santo.

No hay nada creado, nada sujeto a otro en la Trinidad: tampoco hay nada que haya sido añadido como si alguna vez no hubiera existido, pero que ingresó luego: por lo tanto, el Padre nunca ha estado sin el Hijo, ni el Hijo sin el Espíritu: y esta misma Trinidad es inmutable e inalterable por siempre.

Evangelio según San Juan 16, 12-15    “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.

Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.”

Santisima Trinidad 2

La historia de esta fiesta, comenzó a celebrarse hacia el año 1000, tal vez un poco antes. Parece ser que fueron los monjes los que asignaron el domingo después de Pentecostés para su celebración. Anteriormente existía una misa votiva y oficio en honor de la Trinidad pero no día de su fiesta como tal. 

Las iglesias diocesanas comenzaron a seguir el ejemplo de los monjes benedictinos y cistercienses y en los dos siglos siguientes, la celebración se extendió por toda Europa. 

En el año 1334,  el papa Juan XXII la introdujo como fiesta de la Iglesia universal.

El domingo de la Santísima Trinidad es de institución relativamente tardía pero fue precedido por siglos de devoción al misterio que celebra. Tal devoción arranca del mismo Nuevo Testamento pero lo que le dio especial impulso fue la lucha de la Iglesia contra las herejías de los siglos IV y V. 

El arrianismo negaba la divinidad de Cristo. En el año 325, el concilio de Nicea afirmó que Cristo es coeterno y consustancial con el Padre, y así condenó el arrianismo. Esto fue reafirmado en el concilio de Constantinopla en el año 381 que declaró además que el Espíritu Santo es distinto del Padre y del Hijo pero consustancial, igual y coeterno con ellos.

La antigua iglesia hispánica en los siglos V al VII, enseñó magníficamente la fe trinitaria, sobre todo en los concilios de Toledo, y de su liturgia procede el prefacio propio de esta solemnidad. Es consolador saber que nuestro Dios es “Uno sólo, pero no solitario» como se dijo en el Concilio VI de Toledo en el año 638, “amor puro que sólo busca darse de forma creadora y llevarnos a participar en su unidad vital eterna.”

El dogma de la Trinidad resplandeció también en nuestras iglesias. Hemos contemplado en las alturas, anchuras y larguras admirablemente proporcionadas de esos edificios, el símbolo de la Trinidad; lo mismo que en sus divisiones principales y en las secundarias: las tres entradas, las tres puertas, los tres ventanales y a menudo también las tres torres. Por doquier, hasta en los detalles ornamentales, el número tres repetido sin cesar obedece a una idea, a la fe en la Trinidad.

También la iconografía cristiana tradujo de mil maneras este mismo pensamiento. Hasta el siglo XII a Dios Padre se le representó por una mano, que sale de las nubes y bendice. En esa mano se significa la divina omnipotencia. En los siglos XIII y XIV ya se añadió la cara y luego el busto del Padre, en el cual desde el siglo XV es representado como un venerable anciano vestido con ornamentos papales.

Hasta el siglo XII Dios Hijo fue primero representado por una cruz, por un cordero o bien por la juventud. Desde el siglo XII al XVI vemos ya representado a Cristo en la plenitud de la edad y con barba. A partir del siglo XIII lleva la cruz y también aparece en figura de cordero.

Al Espíritu Santo se le representó a lo primero por una paloma, cuyas alas extendidas tocaban a veces la boca del Padre y del Hijo, para demostrar cómo procede de entre ambos. Ya desde el siglo XI aparece con la figura de un niñito, por idéntico motivo. En el siglo XIII es un adolescente y en el siglo XV un hombre hecho y semejante al Padre y al Hijo, pero con una paloma sobre sí o en la mano, para distinguirle así de las otras dos divinas personas. Más desde el siglo XVI la paloma torna a asumir el derecho exclusivo de representar al Espíritu Santo.

Para representar a la Trinidad se adoptó la figura del triángulo. También el trébol sirvió para figurar el misterio de la Trinidad y lo mismo tres círculos enlazados con la palabra Unidad en el espacio central que queda libre por la intersección de los círculos.

 Santisima Trinidad 1

 

 

 

 

 

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