Jesús, de nuevo con nosotros

Solamente después de que el Señor les hubo mandado salir de nuevo a pescar, el discípulo tan amado lo reconoció: «Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: Es el Señor«. Es, por decirlo así, un reconocer desde dentro que, sin embargo, queda siempre envuelto en el misterio.

En efecto, después de la pesca, cuando Jesús los invita a comer, seguía habiendo una cierta sensación de algo extraño. «Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor». Lo sabían desde dentro, pero no por el aspecto de lo que veían y presenciaban. El modo de aparecer corresponde a esta dialéctica del reconocer y no reconocer.

Jesús llega a través de las puertas cerradas, y de improviso se presenta en medio de ellos. Y, del mismo modo, desaparece de repente, como al final del encuentro en Emaús. Él es plenamente corpóreo. Y, sin embargo, no está sujeto a las leyes de la corporeidad, a las leyes del espacio y del tiempo. En esta sorprendente dialéctica entre identidad y alteridad, entre verdadera corporeidad y libertad de las ataduras del cuerpo, se manifiesta la esencia peculiar, misteriosa, de la nueva existencia del Resucitado.

En efecto, ambas cosas son verdad: Él es el mismo -un hombre de carne y hueso- y es también es Nuevo, el que ha entrado en un género de existencia distinto.

 (Joseph Ratzinger, Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, segunda parte, p. 102)..

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Los apóstoles habían regresado a Galilea como Jesús se lo había pedido. Esta vez es en casa, en Galilea, donde se ha desarrollado la mayor parte de su vida y los apóstoles vuelven a su vida normal.

Vuelven al lago, a pescar, como nosotros volvemos a nuestras cosas, a nuestro trabajo, a nuestra casa. Pero cuando se ha conocido a Jesús no se puede dejar de vivir con Él, pues sin Él hay un vacío un no acertar.

Pero El está con nosotros: lo vemos cuando nos dejamos tocar por su amor, quizás no todos lo veamos, pero el que lo ve, lo comunica a los demás y los demás si creen y aman también lo verán.

Los apóstoles estaban juntos, unidos no solo físicamente sino también por lo compartido con Jesús.

Jesús ya tiene las brasas hechas, tiene pan, y tiene el pescado preparado. Él, es la resurrección y la vida. Él, les invita a comer con Él, les parte el pan, símbolo de eucaristía, alimento espiritual, y los peces, alimento físico, como la otra vez.

Esa comida tuvo que ser muy especial, llena de intimidad, de amor, de calor y alegría.

Jesús se hace buscar, se hace desear, no solo en la oración si no en tu hacer diario.

Le deseas? Le buscas? Le amas? Te sientas a comer con Él?

A Jesús se le ve muy bien después de una noche porque es luz, después de un fracaso porque es resurrección, después de una pena, porque es alegría, lo reconoces en la palabra, en un gesto, en un cariño. Si abres bien los ojos (no los ojos físicos) lo puedes ver en cada unos de nuestros hermanos, cada vez que damos amor a nuestros semejantes, a nosotros mismos. Él está en cada uno de nosotros, en cada uno de ellos. Como dijo “el que lo hiciera a uno de sus hermanos, a mí me lo hiciere”

La pregunta de Jesús: ”Pedro me amas?” es la pregunta clave que nos hará a nosotros en nuestro atardecer. Quizá responda un poco a las tres negaciones de Pedro y a la tercera Pedro se rinde y dice Tú Señor lo sabes todo Jesús te quiero y soy débil. Pero a Jesús lo único que le importa es que le quiere, y eso es lo más importante para poder trabajar para Jesús y su reino.

No le hace falta un test de inteligencia, ni le pide títulos ni experiencia, solo amor. Estamos advertidos: no nos preguntará por sacrificios oraciones o celebraciones si no por la misericordia y el amor que hayamos tenido, sabiendo que el amor a Dios y al prójimo se unen y que Cristo está presente en el pequeño, en el pobre, en el necesitado.

No esperes al atardecer de tu vida, examínate cada atardecer. No te preguntes solo si has tenido éxito, pregúntate si has amado, si lo has hecho con amor.

Impulsado por su amor a Jesús, Pedro ha sido el primero en seguirle y terminada la comida, el Señor lo examina precisamente sobre el amor. Debió serle muy penoso ser interrogado tres veces sobre un punto tan delicado, pero de este modo Jesús lo inducía delicada y veladamente a reparar su triple negación y le daba a comprender que el hombre no debe sentirse seguro de su amor sino más bien poner toda su seguridad en Dios.

Pedro lo intuye y a la tercera pregunta “se entristece”, pero lleno de humildad y de absoluto abandono de sí mismo, le responde: “Señor, tú conoces todo, tú sabes que te amo”, y entonces el mismo Pedro es constituido Cabeza de la Iglesia. Y para que sepa que no se trata de un honor sino de un servicio semejante al que Jesús ha hecho a los hombres inmolándose por su salvación, Jesús le dice: “Cuando eras joven, tú te ceñías e ibas a donde querías; cuando envejezcas, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras”

Desde ese momento, Jesús hace entrega del primado a Pedro

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