La conversión de San Pablo

 

San Pablo

Un  judío de la tribu de Benjamín de nombre Saulo, persona más bien baja de estatura, ancho de espaldas y una ligera cojera pero fuerte y macizo como un tronco, fue enviado por sus padres en plena juventud a Jerusalén, para que se instruyera en la Ley de Moisés junto al fariseo Gamaliel.

No tardó mucho en ingresar en esa severa secta farisea, convirtiéndose en un perseguidor y enemigo de Cristo, el Crucificado.

Cuando en las afueras de Jerusalén, uno de aquellos seguidores de Jesús el Nazareno, de nombre Esteban, seguidores visionarios, listos, serviciales, piadosos y caritativos pero que hacían mucho daño al estamento oficial judío, fue apedreado por blasfemo, él mismo estuvo y colaboró en lo que pudo; Sólo pudo guardar los mantos de los que lo lapidaban.

Tan apasionado y entregado estaba en esta persecución, que lo llevó a ofrecerse al sumo sacerdote para trasladarse a Damasco y arrestar a todos los judíos que confesaran ser seguidores de “ese tal” Jesús.

En el camino hacia Damasco, muy cerca ya de la ciudad, Dios decidió mostrar su misericordia y paciencia con Saulo y una luz del cielo brilló sobre él y sus compañeros. Cayendo por tierra oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Dijo: ¿Quién eres, Señor? Y él: Yo soy Jesús, a quien tú persigues. Pero levántate, y entra en la ciudad y se te dirá lo que has de hacer.

Los hombres que le acompañaban se habían detenido, mudos de espanto. Tambien oyeron la voz, pero no vieron a nadie.

Saulo, aún con los ojos abiertos, nada veía. Quedó ciego por el resplandor de la brillante luz por espacio de tres días. Y llevándole de la mano, lo introdujeron para refugiarse en casa de un judío llamado Judas, permaneciendo allí todo ese tiempo sin comer ni beber.

Ananías, gran devoto de la Ley y recomendado por todos los judíos de la ciudad,  fue al encuentro de Saulo por revelación de Cristo. Tal y como le indicó el Señor, llegó hasta  donde estaba alojado Saulo y poniéndose a su lado le dijo: «Saulo, hermano, recobra la vista» e inmediatamente recobró la vista y pudo ver. Ananías le dijo: «El Dios de nuestros padres te ha elegido para que conozcas su voluntad, para que vieras al Justo y oyeras su voz, porque vas a ser su testigo ante todos los hombres, de lo que has visto y oído. Ahora, no pierdas tiempo; levántate, recibe el bautismo que, por la invocación de su nombre, lavará tus pecados.»

Saulo, ahora ya de nombre Pablo, curado de sus dos cegueras, se convirtió, accediendo al bautismo y predicando en las sinagogas al Hijo de Dios, con gran asombro de sus oyentes.

El antiguo perseguidor blasfemo, se convirtió en apóstol y fue elegido por Dios, como uno de sus principales instrumentos para la conversión del mundo.

¿Y por qué celebramos la conversión de San Pablo?

La Iglesia Católica, celebra dicha festividad por ser un caso único. No es que sea único por la conversión, pues como podemos comprender, en la historia del cristianismo ha habido incalculables conversiones y muchas de ellas muchas conversiones de personas que han marcado hitos, incluso en ámbitos no estrictamente religiosos, como Agustín de Hipona, Francisco de Asís, Ignacio de Loyola, Teresa de Ávila, por poner algunos ejemplos.

Pero el caso de Pablo es único en la liturgia y nos llama poderosamente la atención.

Llamado en forma misteriosa por el mismo Jesús, su entrada en la Iglesia, suma los efectos de un sismo, violento y benéfico a la vez. La Iglesia, con Pablo, se abre al mundo grecorromano de donde proviene y, sucesivamente a todos los pueblos, y entiende en plenitud el mandato de Jesús de ir a evangelizar a todo el mundo.

La celebración litúrgica de su conversión, es un acto de gratitud a Dios por la llegada imprevista del nuevo apóstol que viene a completar el número inicial aunque en realidad fuera el número 13.

Pablo encuentra a Cristo en el camino de Damasco y desde ese momento, ya no tiene vida propia: Su vida es Cristo y no le mueve otro deseo que llevarlo y hacerlo conocer a todo el mundo, pues sólo en Cristo Jesús hay salvación. Es sin duda la fórmula que más significa para el cristianismo.

Así, de este modo, arranca su carrera, humanamente loca, que lo lleva a dejar atrás todo, a olvidar todo su pasado: raza, cultura, profesión, honores, y ya urgido por el amor, sólo quiere alcanzar a Cristo, que lo ha seducido.

Quiere darlo a conocer a todos, al mayor número posible de personas. Y, en esa carrera, nada ni nadie, podrá detenerlo. Solo la espada del verdugo romano, una tarde del año 67 de la era cristiana.

En el mismo instante en que la espada separa su cabeza del tronco, su boca, con una voz enteramente clara, pronunció esta invocación tantas veces repetida dulcemente por él a lo largo de su vida:»¡Jesucristo¡».

Se cuenta que de la herida, brotó primeramente un abundante chorro de leche que fue a estrellarse contra las ropas del verdugo; luego comenzó a fluir sangre y a impregnarse el ambiente de un olor muy agradable que emanaba del cuerpo del mártir y, mientras tanto, en el aire brilló una luz intensísima.

El verdugo y otros dos soldados se convirtieron a la vista de aquella maravilla. También es tradición antigua que, en el lugar donde se ejecutó la sentencia, brotaron tres fuentes, que se conservan corrientes hasta el día de hoy.

Su figura se ha agigantado y su pensamiento ha penetrado la teología, la liturgia, la moral, la misión, la organización de la Iglesia, influyendo en ella como ninguno de los otros discípulos de Cristo.

Pablo de Tarso, apóstol y mártir, nunca ha llegado a ser un santo popular al uso, como diríamos en términos coloquiales. Entre tantas conversiones del santoral, la de Pablo es ejemplar y paradigmática. Más se palpa y se descubre en ella, la acción divina que el esfuerzo humano.

Para la festividad de Pablo de Tarso, San Marcos cuenta en su Evangelio “ En aquel tiempo, Jesús se apareció a los once y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará. Éstas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien».

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