La Cruz de Cristo, símbolo de amor, misericordia y perdón de Dios.

La fiesta que celebramos hoy 14 de Septiembre, la Exaltación de la Santa Cruz, es ciertamente muy hermosa, aunque no ha alcanzado el carácter popular que ella se merece.

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Esta fiesta se corresponde al Viernes Santo, como el Corpus Christi se corresponde con el Jueves Santo. Pero en plena Semana Santa no caería bien unas celebraciones festivas, alegres, de la Eucaristía y de la Redención.

El Día del Corpus viene a llenar esta ansia de nuestro corazón, la de celebrar el misterio eucarístico y la presencia del Señor entre nosotros con una alegría que es desbordante.

Al igual, la muerte del Señor en la Cruz es para los Evangelios, sobre todo para Juan, el triunfo, la victoria, la glorificación de Jesús. Pero, ¿Cómo vamos a celebrar el Vienes Santo una jornada llena de júbilo, cuando lo que hace la Iglesia es llorar la muerte de Nuestro Señor?

Esto es lo que hace la fiesta de hoy: Exaltar con gran alegría y gozo, el triunfo de Jesús en la Cruz. Un triunfo en el cual creemos y nos llena de esperanza. Por ello entonamos con entusiasmo en muchas de las celebraciones el canto ¡Oh Cristo, Tú reinarás! ¡Oh Cruz, tú nos salvarás!… Himno eco de las palabras de Jesús, que dijo unos días antes de morir “Cuando yo sea levantado de la tierra lo atraeré todo hacia mí.”

El cristianismo es sí mismo, es un mensaje de total amor y entrega. ¿Por qué entonces exaltar la Cruz? Además la Resurrección, más que la Cruz, da sentido a nuestra vida.

Pero ahí está la Cruz, el escándalo de la Cruz, de San Pablo. Nosotros no hubiéramos introducido la Cruz. Pero los caminos de Dios son diferentes. Los apóstoles la rechazaban. Y nosotros también.

La Cruz es fruto de la libertad y amor de Jesús. No era necesaria. Jesús la ha querido para mostrarnos su amor y su solidaridad con el dolor humano. Para compartir nuestro dolor y hacerlo redentor.

Jesús no ha venido a suprimir el sufrimiento: el sufrimiento seguirá presente entre nosotros. Tampoco ha venido para explicarlo: seguirá siendo un misterio. Ha venido para acompañarlo con su presencia. En presencia del dolor y muerte de Jesús, el Santo, el Inocente, el Cordero de Dios, no podemos rebelarnos ante nuestro sufrimiento ni ante el sufrimiento de los inocentes, aunque siga siendo un tremendo misterio.

Jesús, en plena juventud, es eliminado y lo acepta para abrirnos el paraíso con la fuerza de su bondad: “En plenitud de vida y de sendero dio el paso hacia la muerte porque El quiso. Mirad, de par en par, el paraíso, abierto por la fuerza de un Cordero” (Himno de Laudes).

En toda su vida Jesús no hizo más que bajar: en la Encarnación, en Belén, en el destierro. Perseguido, humillado, condenado. Sólo sube para ir a la Cruz. Y en ella está elevado, como la serpiente en el desierto, para que le veamos mejor, para atraernos e infundirnos esperanza. Pues Jesús no nos salva desde fuera, como por arte de magia, sino compartiendo nuestros problemas. Jesús no está en la Cruz para adoctrinarnos olímpicamente, con palabras, sino para compartir nuestro dolor solidariamente.

Pero el discípulo no es de mejor condición que el maestro, dice Jesús. Y añade: “El que quiera venirse conmigo, que reniegue de sí mismo, que cargue con su cruz y me siga”. Es fácil seguir a Jesús en Belén, en el Tabor. ¡Qué bien estamos aquí!, decía Pedro. En Getsemaní se duerme, y, luego le niega.

“No se va al cielo hoy ni de aquí a veinte años. Se va cuando se es pobre y se está crucificado” (León Bloy). “Sube a mi Cruz. Yo no he bajado de ella todavía” (El Señor a Juan de la Cruz). No tengamos miedo. La Cruz es un signo más, enriquece, no es un signo menos. El sufrir pasa, el haber sufrido, la madurez adquirida en el dolor, no pasa jamás. La Cruz son dos palos que se cruzan: si acomodamos nuestra voluntad a la de Dios, pesa menos. Si besamos la Cruz de Jesús, besemos la nuestra, astilla de la suya.

Es la ambigüedad del dolor. El que no sufre, queda inmaduro. El que lo acepta, se santifica. El que lo rechaza, se amarga y se rebela.

Jesucristo en lo alto de la Cruz, y elevado después por el Padre a la mayor altura en el Cielo, ha atraído todas las cosas y a todos hacia a Sí.  En su Persona se resume todo lo creado. Los ángeles lo adoran como a su Señor, sentado como está a la derecha del Padre. Todos los hombres lo miran, mientras esperan de Él la salvación.

Las lecturas que nos trae la Liturgia de la Misa, aunque todas se refieren al Señor Crucificado, las tres tienen un marcado aire de triunfo:

En la primera contemplamos el gran signo de la Cruz en el desierto, cuando el pueblo se amotinó contra Moisés y vino el castigo de Dios.

 – ¡Moisés, Moisés! ¡Que hemos pecado contra el Señor y contra ti! ¡Pide a Dios que aleje de nosotros estas serpientes venenosas que causan la muerte a tantos en el campamento!

Dios se compadece, y encarga a Moisés:

– Haz una serpiente de bronce y levántala sobre un asta a la vista de todos. Quienes la miren al ser picados por las serpientes venenosas, se salvarán.

Jesús, hablando con Nicodemo, da el sentido propio de este hecho bíblico tan relevante:

– Así seré yo levantado en la Cruz. Quien me mire, aunque haya sido mordido por Satanás, la serpiente infernal, tendrá la vida eterna.

Y el santo evangelio según San Juan (3, 13-17), el propio Jesús le dice a Nicodemo: «Nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.»

La Iglesia, en el prefacio de la Misa, resume su fe y su enseñanza cantándole a Dios: En el árbol de la Cruz, Tú, oh Dios, has establecido la salvación del hombre, porque donde surgía la muerte allá renacía la vida, y el demonio, que en el árbol del paraíso arrancaba la victoria, en el árbol de la Cruz venía a ser derrotado, por Cristo nuestro Señor.

Toda la Liturgia de esta festividad respira triunfo, augurio del triunfo definitivo de la Resurrección, la de Jesús y la nuestra.

Cruz de Cristo

 

Muchos cristianos llevamos una Cruz colgada en el pecho. La Cruz de Jesús está en los altares, y en el exterior, en la parte más alta de las Iglesias. La Cruz es el instrumento para levantar a los caídos, la salud del alma y del cuerpo, la destrucción del pecado, y el árbol de la vida eterna. La Cruz se presenta en nuestra vida de muy diferentes maneras: enfermedad, pobreza, cansancio, dolor, desprecio, soledad…Hoy la Cruz sigue siendo y será siempre un signo de salvación. Aunque la lleves en el pecho, en la solapa o en el ojal, o metida en el bolsillo, no es una superstición. Y darle un beso lleno de amor no es un infantilismo. Es una profesión de fe, que más de una gracia grande debe traer al alma…

Desde niños hemos aprendido a hacer la señal de la Cruz en la frente, en los labios y en el corazón, como un signo externo de nuestra profesión de fe.

Hoy podemos revisar cual es nuestra disposición ante esa Cruz que se muestra a veces difícil y dura, pero que si la llevamos con amor, se convierte en una fuente de Vida y de alegría.

Quienes dejan de lado un signo tan bendito, por creerlo pasado de moda y propio de gente sin vigor humano, lo sustituyen por una herradura tonta por ejemplo, o por un signo del Zodíaco sin sentido alguno, que les traerá cualquier cosa menos buena suerte y si esta llegara, sería por otras causas, mientras que les aumentará la confusión de sus mentes poco seguras…

La Cruz, con todo los significados que ya sabemos y decimos, tiene por otra parte y  nos hace presentes, a los crucificados de hoy: los pobres, los enfermos, los parados que buscan trabajo con desesperación, los detenidos justa o injustamente, los que padecen soledad, los que viven sin fe…

Todos ellos son para nosotros un reclamo. Jesucristo los quiere resucitados con Él y solicita nuestra colaboración para realizar esta resurrección en el mundo. Trabajar por el que sufre es desclavar a Jesucristo de la cruz y nadie puede rehuir el realizar esta obra de amor.

Jesús no inventó la Cruz: la encontró en su camino, como todo hombre. La novedad es que Él, lo que inventó fue el poner en la Cruz un germen de amor. Así la Cruz de Cristo se convirtió en el camino que lleva a la vida, en mensaje de amor. ¡Es la Cruz de Jesús!

Esa Cruz abraza, primero a cada uno de nosotros, nos confía una misión en nuestra vida personal, en nuestras familias, en el ámbito de nuestras amistades, de nuestros conocimientos, en todas partes encontramos y encontraremos cruces. Y desde la Cruz, nos invita a cada uno de nosotros hoy, a poner todas estas cruces, y no sólo la nuestra, en relación con la suya. Jesús nos invita a sembrar también en ellas, como El lo hizo, el germen del amor y la esperanza.

¡Oh Cristo, Tú reinarás! ¡Oh Cruz, tú nos salvarás!, te volvemos a repetir con el cantar.

Con tu Cruz, oh Cristo, nos rescataste y con ella nos trajiste todos los dones del Cielo.

Con ella, fuente de gracia y de bondad, extiendes por el mundo tu reino de santidad,

Infunde en nuestros corazones el fuego del amor.

Fuente del perdón, derrama sobre nuestros pueblos la paz de Dios. Paz divina que se convierte también en fraternidad universal.

Tu Cruz, oh Señor, es cifra de tu victoria y signo de nuestra salvación

«Mirad el árbol de la Cruz».

A lo largo de la historia, la Iglesia ha celebrado tres fiestas relacionadas con la Santa Cruz: La llamada Invención de la Santa Cruz (día 3 de mayo), el Triunfo de la Santa Cruz (16 de julio) y la Exaltación de la Santa Cruz (día 14 de septiembre).

En el calendario litúrgico de la Iglesia Católica, únicamente ha prevalecido la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que tiene lugar hoy, catorce de septiembre.

Pero vamos a dar unos pequeños detalles en la historia de cada una de estas festividades.

“LA INVENCION DE LA SANTA CRUZ”   (3 de mayo)

El Emperador Constantino trajo la paz y la libertad a la Iglesia, después de las crueles persecuciones del Imperio Romano. Vio en el cielo la Cruz de Cristo (“en este signo vencerás”).

Sin llegar a bautizarse, favoreció generosamente a la Iglesia. Emprendió la reconstrucción de Jerusalén, donde edificó varías basílicas. Su madre, Santa Elena, no descansó hasta que, el día tres de mayo del año 326, encontró la Cruz en que murió el Señor, en uno de los huecos del sepulcro.

Santa Elena repartió la Cruz entre las iglesias de Roma, Constantinopla y Jerusalén, donde quedó la parte principal.

Así se instituyó la fiesta de “la Invención de la Santa Cruz”, el día tres de mayo.

La Cruz de Mayo fue muy celebrada y cantada en España. Esta fiesta todavía aparece en el misal reformado de San Pío V, realizado por mandato del Papa San Pío X en 1911.

El mencionado misal de San Pío V daba a la Cruz de Mayo la categoría litúrgica de “Duplex II classis”. Las sucesivas reformas litúrgicas suprimieron esta fiesta de la Invención de la Santa Cruz.

“EL TRIUNFO DE LA SANTA CRUZ”  (16 de julio)

En esta fecha se instituyó la muy toledana fiesta del “Triunfo de la Santa Cruz”. Como consecuencia de la victoria cristiana sobre los musulmanes, en la batalla de las Navas de Tolosa, el 16 de julio de 1212. Así la mantuvieron los diversos sínodos diocesanos durante varios siglos. Incluso se mantuvo como fiesta de guardar en el sínodo del Cardenal Tavera (año 1536), que redujo el número de las fiestas de precepto.

El Papa Gregorio XIII, por bula de 30 de diciembre de 1573, mandó que la fiesta del Triunfo de la Santa Cruz se celebrara en todos los Reinos de España y en el Nuevo Mundo.

Esta fiesta de ámbito muy local tuvo que competir con la fiesta de la Virgen del Carmen, que, desde fines del siglo XV, se celebró el mismo día dieciséis de julio. En el año 1726, el Papa Benedicto XIII extendió a la Iglesia universal la fiesta de la Virgen del Carmen.

El Triunfo de la Santa Cruz, corriendo los años, quedó muy reducida en ámbitos totalmente locales.

“LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ”  (14 de Septiembre)

De las tres fiestas de la Santa Cruz, sólo ha prevalecido esta última “La Exaltación de la Santa Cruz”. En ella se conmemora cómo el Emperador Heraclio I (610-641), el día catorce de septiembre del año 629, colocó de nuevo la Cruz en el Calvario, que había sido arrebatada en el año 628 por Cosroes, Rey de Persia.

Cosroes II (591-628) persiguió a los cristianos, a los que llegó casi a exterminar en Persia. Tomó Jerusalén y se llevó la Cruz de Cristo, depositada en esta ciudad Santa por Santa Elena.

Desde entonces comenzó a celebrarse la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz el catorce de septiembre. Se mantuvo a lo largo de la Edad Media como consecuencia de votos populares por las poblaciones de la Cristiandad. Muchos sínodos diocesanos declararon, como fiesta de guardar, la Exaltación de la Santa cruz.

La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz del catorce de septiembre oficialmente aparece en el misal romano, que el Papa Pío V mandó publicar en 1570, recogiendo así lo dispuesto en el Concilio de Trento. A esta fiesta de le concedía, en el mencionado misal, la categoría de “Duplex Majus”.Litúrgicamente era Fiesta Doble Mayor.

En la actualidad las celebraciones litúrgicas pueden ser solemnidades, fiestas y memorias. La Exaltación de la Santa Cruz pertenece a la segunda categoría: Fiesta que se celebra dentro de los límites del día natural, sin primeras vísperas.

 

Historia de la festividad.

 

La fecha elegida  para esta celebración es el 14 de Septiembre, ya que ese día es el aniversario de la consagración de la Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén en el año 335. También se dice que se conmemora, por la recuperación de la Cruz en ese día por Heraclio en el año 628 de manos de los persas, que la tenían en su poder desde el año 614.

Santa Elena

Pero realmente lo que conmemoramos este día es el recuerdo del hallazgo de la Santa Cruz por parte de Santa Elena, madre de Constantino. Más tarde Cosroes, rey de Persia se llevó la Cruz a su país y  Heraclio la devolvió a Jerusalén.

Hacia el año 320 la Emperatriz Elena de Constantinopla, encontró la Vera Cruz, la Cruz en que murió Nuestro Señor Jesucristo. La Emperatriz y su hijo Constantino hicieron construir en el sitio del descubrimiento la Basílica del Santo Sepulcro, en el que guardaron la reliquia.

Años después, el rey Cosroes II de Persia, en el 614 invadió y conquistó Jerusalén y se llevó la Cruz poniéndola bajo los pies de su trono como signo de su desprecio por el cristianismo. Pero en el año 628, el emperador Heraclio logró derrotarlo y recuperó la Cruz, llevándola de nuevo a Jerusalén el 14 de septiembre de ese mismo año. Para ello se realizó una ceremonia en la que la Cruz fue llevada en persona por el propio emperador a través de la ciudad.

Según manifiesta la historia, al recuperar el precioso madero, el emperador quiso cargar la Cruz, como había hecho Cristo a través de la ciudad, pero tan pronto se puso el madero al hombro e intentó entrar a un recinto sagrado, no pudo hacerlo quedando paralizado. El patriarca Zacarías que iba a su lado le indicó que todo aquel esplendor imperial iba en desacuerdo con el aspecto humilde y doloroso de Cristo cuando iba cargando la Cruz por las calles de Jerusalén. Entonces el emperador se despojó de su atuendo imperial, y con simples vestiduras, avanzó sin dificultad seguido por todo el pueblo hasta dejar la Cruz en el sitio donde antes era venerada. Desde entonces, ese día quedó señalado en los calendarios litúrgicos como el de la Exaltación de la Vera Cruz, verdadera Cruz de Cristo.

La Santa Cruz, fue partida en varios pedazos para evitar nuevos robos. Uno fue llevado a Roma, otro a Constantinopla, un tercero se dejó en un hermoso cofre de plata en Jerusalén. Otro se partió en pequeñísimas astillas para repartirlas en diversas iglesias del mundo entero, que se llamaron “Veracruz” (Verdadera Cruz).

La señal de la Cruz.

 

La Santa Cruz la recordamos y la exaltamos con mucho cariño y veneración porqué en ella murió nuestro Redentor Jesucristo, y con las cinco heridas que allí padeció, pagó Cristo nuestras inmensas deudas con Dios y nos consiguió la salvación.

El gesto de hacer la señal de la Cruz, signo sacramental, consiste en dibujar una cruz invertida imaginaria con la punta de dos o tres dedos de una mano.

Consta de dos movimientos: el primero se realiza de arriba abajo y el segundo de izquierda a derecha en caso de los católicos o de derecha a izquierda en el caso de los ortodoxos. El acto de hacer la señal de la Cruz, es conocido como “persignar” si se hace sobre una persona, y “bendecir” si es sobre una cosa o en una dirección vaga. Pero en general lo llamamos “santiguar”.

Se puede hacerse en silencio o acompañado de la fórmula verbal de oración. Al señalarnos con la cruz decimos “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”…

Muchos ejemplos que ayudan a comprender la importancia de este llamado gesto o señal sacramental han quedado reflejados en muchos documentos y relatos.

Varios ejemplos: En el año 300, a San Antonio Abad, le sucedió que el demonio lo atacaba con terribilísimas tentaciones y cuentan que un día, angustiado por tantos ataques, se le ocurrió hacerse la señal de la Cruz, y el demonio se alejó. En adelante cada vez que le llegaban los ataques diabólicos, el santo hacía la señal de la Cruz y el enemigo huía. Y dicen que desde entonces se empezó la costumbre de hacer la señal de la Cruz para librarse de males.

De una gran santa, se narra que empezaron a llegarle espantosas tentaciones de tristeza. Por todo se disgustaba. Consultó con su director espiritual y este le dijo: “Si Usted no está enferma del cuerpo, ésta tristeza es una tentación del demonio”. Le recomendó la frase del libro del Eclesiástico en la S. Biblia: “La tristeza no produce ningún fruto bueno”. Y le aconsejó: “Cada vez que le llegue la tristeza, haga muy devotamente la señal de la Cruz”. La santa empezó a notar que con la señal de la Cruz se le alejaba el espíritu de tristeza.

También, cuando Nuestra Señora se le apareció por primera vez a Santa Bernardita en Lourdes en el año 1859, la niña al ver a la Virgen quiso hacerse la señal de la cruz. Pero cuando llegó con los dedos frente a la cara, se le quedó paralizada la mano. La Virgen entonces, hizo Ella misma la señal de la cruz muy despacio desde la frente hasta el pecho, y desde el hombro izquierdo hasta el derecho. Y tan pronto como la Madre de Dios terminó de hacerse la señal de la cruz, a la niña se le soltó la mano y ya pudo hacerla ella también. Y con esto entendió que Nuestra Señora le había querido dar una lección: que es necesario santiguarnos más despacio y con más devoción.

Una lección que habría que aprender y recordar en nuestros días. Solo hay que mirar a la gente cuando pasa por la fachada de una iglesia ó templo. ¿Cuánta gente se hace la señal de la Cruz? ¿Cómo nos parece esa señal de la Cruz que nos hacemos? ¿No es cierto que más parece un garabato que una señal de la Cruz? ¿Cómo la debiéramos hacer de hoy en adelante?

Los cristianos, debiéramos comenzar nuestra jornada, nuestras oraciones y nuestras acciones con la señal de la Cruz. Como bautizados, debiéramos consagrar la jornada diaria a la gloria de Dios e invocar la gracia del Señor que le permite actuar en el Espíritu como hijo del Padre. La señal de la Cruz nos fortalece en las tentaciones y en las dificultades.

Los cristianos, con frecuencia hacemos con la mano la señal de la Cruz sobre nuestras personas. O nos la hacen otros, como en el caso del bautismo o de las bendiciones.

Al principio parece que era costumbre hacerla sólo sobre la frente. Luego se extendió poco a poco a lo que hoy conocemos: o hacer la gran Cruz sobre nosotros mismos, desde la frente al pecho y desde el hombro izquierdo al derecho o bien la triple Cruz pequeña, en la frente, en la boca y el pecho, como en el caso de la proclamación del Evangelio.

Es un gesto sencillo, pero lleno de significado. Esta señal de la Cruz es una verdadera confesión de nuestra fe: Dios nos ha salvado en la Cruz de Cristo. Es un signo de pertenencia, de posesión: al hacerlo sobre nuestra persona, es como si dijéramos: “estoy bautizado, pertenezco a Cristo, El es mi Salvador, la Cruz de Cristo es el origen y la razón de ser de mi existencia cristiana…”

En realidad, el primero que hizo la señal de la Cruz, fue el mismo Cristo, que “extendió sus brazos en la Cruz” y sus brazos extendidos dibujaron entre el cielo y la tierra el signo imborrable de su Alianza”. Si ya en el Antiguo Testamento se hablaba de los marcados por el signo de la letra “tau”, en forma de cruz (Ez. 9:4-6) y el Apocalipsis también nombra la marca que llevan los elegidos, nosotros, los cristianos, al trazar sobre nuestro cuerpo el signo de la Cruz, nos confesamos como miembros del nuevo Pueblo, la comunidad de los seguidores de ese Cristo que desde su Cruz nos ha salvado.

Todo gesto simbólico, todo signo, puede ayudarnos por una parte a entrar en comunión con lo que simboliza y significa, que es lo importante. La imagen o señal de la Cruz, quiere indicarnos y es, camino PASCUAL, o sea de muerte y resurrección que recorrió ya Cristo. Es fácil hacer distraídamente la señal de la Cruz en los momentos que estamos acostumbrados. Lo que es difícil es escuchar y asimilar el mensaje que nos transmite este símbolo: Un mensaje de salvación y esperanza, de muerte y de resurrección.

Los cristianos tenemos que reconocer a la Cruz, todo su contenido para que no sea un símbolo vacío. Y entonces sí, puede ser un signo que continuamente alimente la fe y el estilo de vida que Cristo nos enseñó. Si entendemos la Cruz, y si nuestro pequeño gesto de la señal de la Cruz es consciente, estaremos continuamente reorientando nuestra vida en buena dirección.

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