María, coronada reina de los ángeles y de los hombres

Dios te salve, Reina y Madre de misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te salve. A Tí llamamos los desterrados hijos de Eva; a Tí suspiramos, gimiendo y llorando en este valle de lágrimas. Ea, pues, Señora, abogada nuestra, vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos; y después de este destierro muéstranos a Jesús, fruto bendito de tu vientre. ¡Oh clementísima, oh piadosa, oh dulce Virgen María!

Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios.  Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesuscristo.

Amén.

 

El 1º de noviembre, de 1954, al final del Año Mariano, el Santo Padre Pío XII colocó una corona enjoyada sobre la pintura de Nuestra Señora, Protectora de Roma. En ese momento, se levantó un fuerte llanto de entre la gran multitud congregada en Sta. María la Mayor: “¡Viva la Reina!”.

El Papa nombró a la Virgen Reina de cielos y tierra y decretó que se celebrara una fiesta especial para honrarla bajo ese título. En esta ocasión el Papa también promulgó el documento principal del Magisterio acerca de la dignidad y realeza de María, la Encíclica “Ad coeli Reginam” (11 Octubre, 1954).

No era éste un nuevo privilegio para la Madre de Dios. Ella siempre ha sido considerada nuestra Reina, como lo testifica el arte Mariano desde los primeros siglos y las diferentes oraciones. Sin embargo, no había hasta entonces fiesta en particular que lo conmemorara.

Así pues, la fiesta de María Reina, la instituye el papa Pío XII. La reforma del Calendario Romano de Pablo VI decidió que se celebrara, con rango de memoria obligatoria el 22 de agosto, octava de la Asunción de María en cuerpo y alma a los cielos.

El pueblo cristiano siempre ha reconocido a María Reina por ser madre del Rey de reyes y Señor de Señores. Su poder y sus atributos los recibe del Todopoderoso: Su Hijo, Jesucristo. Es Él quien la constituye Reina y Señora de todo lo creado, de los hombres y aún de los ángeles.

La Coronación como Reina del Universo

María es Reina: Dios te salve Reina y Madre… Es Madre de Cristo, Rey universal por la plenitud de todo poder. María participa de la Realeza del Hijo al llevarlo virginalmente en sus entrañas. Ella es la MORADA de Dios con nosotros los hombres y primer Sagrario viviente.

Cristo reconoce la realeza de su Madre: es el mejor de los hijos de los hombres. Por eso, María, asunta al Cielo en cuerpo y alma, es coronada como Reina por su Hijo. Cristo es Rey por derecho propio y absoluto. María es Reina por gracia del Hijo.

Veneramos a la Virgen Madre como Reina de los coros angélicos: los Ángeles, los Arcángeles, las Potestades, las Dominaciones, los Tronos y Serafines. María es Reina de los Profetas, de los Apóstoles, de los Mártires, de los Confesores, de las Vírgenes. Es Reina de las almas del Purgatorio, de la Iglesia peregrina, de la familia, de la paz… Reina del Rosario.

Reconocemos la Realeza de la Virgen María consagrándonos a Ella en esclavitud. Somos totalmente de la Virgen María y todas nuestras cosas son suyas como la mejor manera de ser totalmente de Cristo y de su Iglesia. Expresamos nuestra dependencia de María Reina con el Rosario como cadena que nos ciñe a su corazón y nos empapa de sus sentimientos de Madre-Reina para mejor conocer, amar e imitar a Cristo.

Madre querida, la justicia de Dios no estaba satisfecha con reunirte en cuerpo y alma para que pudieras imitar a Jesús en su Reino. Tu divino Hijo, Dios y Señor, te coronó como Reina de Cielo y Tierra.

En la tierra eras la desconocida Madre de Jesús. Tu humildad asombró a los ángeles y confundió a los demonios. Es verdaderamente justo, que ahora tu grandeza sea manifestada a todos los hijos de Dios.

Tu solo deseo, es el de conducirnos a Jesús y tu única oración, es por nuestra salvación. Agradecemos tu solicitud y nos entristece nuestra negligencia.

Tu coronación nos garantiza que algún día seremos gloriosamente coronados. Dios enjugará todas nuestras lágrimas y nos será otorgada la luz de la Gloria.

Tu corazón fue lacerado con Siete Dolores durante su terrenal peregrinaje. Ahora, doce estrellas, circundan tu cabeza y la luna está bajo tus pies.

Tú eres Reina del Universo, los ángeles te sirven, las constelaciones enmarcan tu belleza. Obtén para nosotros, Madre querida, la gracia necesaria para un día entrar en Su Reino y recibir la corona de Santidad.

Historia de la Festividad.

El dogma de la Asunción, que celebramos la pasada semana, nos lleva de modo natural a la fiesta que hoy celebramos, la Realeza de María. Ella fue trasladada al Cielo en cuerpo y alma para ser coronada por la Santísima Trinidad como Reina; así lo enseña el concilio Vaticano II: «terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cfr. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte».

Como ya hemos indicado, esta festividad al igual que la Asunción de María, fue instituida también por el Papa Pío XII en 1955, para venerar a María como Reina igual que se hace con su Hijo, Cristo Rey, al final del año litúrgico. A Ella le corresponde no sólo por naturaleza sino por mérito el título de Reina Madre.

Para esta fiesta, Su Santidad invitaba a todos los cristianos a acercarse a este «trono de gracia y de misericordia de nuestra Reina y Madre para pedirle socorro en las adversidades, luz en las tinieblas, alivio en los dolores y penas», quiso alentar a todos a pedir gracias al Espíritu Santo y a esforzarnos para llegar a aborrecer el pecado, «para poder rendir un vasallaje constante, perfumado con la devoción de hijos», a quien es Reina y tan gran Madre. Adeamus ergo cum fiducia ad thronum gratiae, ut misericordiam consequamur… Acerquémonos, por tanto, confiadamente al trono de la gracia, a fin de que alcancemos misericordia y encontremos la gracia que nos ayude en el momento oportuno (Hb 4, 16).

María ha sido elevada sobre la gloria de todos los santos y coronada de estrellas por su divino Hijo. Está sentada junto a Él y es Reina y Señora del universo.

María fue elegida para ser Madre de Dios y ella, sin dudar un solo momento, aceptó con alegría. Por esta razón, alcanza tales alturas de gloria. Nadie se le puede comparar ni en virtud ni en méritos. A Ella le pertenece la corona del Cielo y de la Tierra.

María está sentada en el Cielo, coronada por toda la eternidad, en un trono junto a su Hijo. Tiene, entre todos los santos, el mayor poder de intercesión ante su Hijo por ser la que más cerca está de Él.

La Iglesia la proclama Señora y Reina de los ángeles y de los santos, de los patriarcas y de los profetas, de los apóstoles y de los mártires, de los confesores y de las vírgenes. Es Reina del Cielo y de la Tierra, gloriosa y digna Reina del Universo, a quien podemos invocar día y noche, no sólo con el dulce nombre de Madre, sino también con el de Reina, como la saludan en el cielo con alegría y amor los ángeles y todos los santos.

La realeza de María no es un dogma de fe, pero es una verdad del cristianismo. Esta fiesta se celebra, no para introducir novedad alguna, sino para que brille a los ojos del mundo una verdad capaz de traer remedio a sus males.

El reino de Santa María, a semejanza y en perfecta coincidencia con el reino de Jesucristo, no es un reino temporal y terreno, sino más bien un reino eterno y universal.  Es un reino eterno porque existirá siempre y no tendrá fin y universal porque se extiende al Cielo, a la tierra y a los abismos.

Es un reino de verdad y de vida. Para esto vino Jesús al mundo, para dar testimonio de la verdad y para dar la vida sobrenatural a los hombres. Es un reino de santidad y justicia porque María, la llena de gracia, nos alcanza las gracias de su Hijo para que seamos santos y de justicia porque premia las buenas obras de todos.

Es un reino de amor porque de su eximia caridad nos ama con corazón maternal como hijos suyos y hermanos de su Hijo. Es un reino de paz, nunca de odios y rencores; de la paz con que se llenan los corazones que reciben las gracias de Dios.

Santa María como Reina y Madre del Rey es coronada en sus imágenes según costumbre de la Iglesia para simbo­lizar por este modo el dominio y poder que tiene sobre todos los súbditos de su reino.

María, la humilde joven de Nazaret.

María, la humilde mujer de Nazaret, la esclava de su Señor, es Madre de Jesús. Y Jesús es Rey eterno, como Dios que es. Por lo tanto, María, la humilde Virgen de Nazaret, es Madre del Rey. Es la Reina-Madre. El reinado de Jesucristo abarca la tierra entera y abarca la creación entera. Pero abarca también el espacio increado en donde mora Dios y en donde moran las criaturas incorpóreas creadas por Dios y a las que ha dado a disfrutar de la inmensidad de la luz divina, los ángeles y arcángeles, los querubines y serafines… Dios es Señor y Rey de todo lo creado.

El Hijo de María, Dios, Señor y Rey, en cuanto hombre, es objeto de veneración por parte de todas las criaturas, visibles e invisibles, porque todas fueron creadas por Él. Esta veneración o culto a Dios se tributa desde los seres humanos a través del entendimiento y de la voluntad, a través del entender y del AMOR. Conocer y amar a Dios. Y este conocimiento y amor a Dios se proyectan en el conocimiento y amor hacia la Madre de Jesús, pues de Ella nació verdaderamente, lleno de gracia y de verdad, lleno de vida divina, que nos comunicó a todos nosotros. La vida de la gracia que nosotros disfrutamos nació de María en Belén. Ella es Madre nuestra.

María no es Dios. Pero es Madre del Dios humanado. Y como Madre de este Dios humanado ostenta su condición de Reina de toda la creación sin necesidad de signos externos, ni cortejo de personas, ni coronas, sin carrozas ni luces, sin tapices ni músicas. En Ella brilla una cualidad que no tiene ninguna criatura. Es Madre de Jesucristo, el Rey de la creación.

Pero para los humanos, a los que ha dado la vida con Jesucristo, que de Ella nació, es MADRE. Madre, más que Reina. Madre familiar, asequible, cariñosa, acogedora. Por eso la Iglesia de los bautizados la saluda como «Reina y MADRE de misericordia, Vida, dulzura y esperanza nuestra». Por eso le pide que «después de este destierro nos muestre a Jesús, fruto bendito de su vientre».

Como Reina la admira y la venera. Como MADRE la AMA y siente la mirada de sus ojos «misericordiosos», «maternales», sobre cada uno de sus hijos. Siente que es MADRE y que ejerce de MADRE. Es el gran regalo que nos ha dado el Padre-Dios. Los hijos acuden con confianza a su MADRE. Porque la MADRE es siempre MADRE, que quiere el mejor bien para todos sus hijos.

María, la “ESCLAVA” del Señor.

En las primeras páginas del Nuevo Testamento, encontramos a María haciendo una profunda profesión de lo que sinceramente se creía ante Dios. Recibido el mensaje del cielo, para que conociese la voluntad de Dios sobre lo que había pensado acerca de Ella, ante la inesperada propuesta de la gran amabilidad de parte de Dios para salvar al hombre, María, que tenía un papel importantísimo en aquel tramado por haber sido escogida para Madre de Dios, con toda sinceridad, consciente de su gratuita elección para ocupar un puesto de alto relieve en la Historia de la Salvación, se proclama: “He aquí la esclava del Señor” (Lc.1,38).

Con la respuesta que dio María al ángel nos mostró su alta catadura espiritual, su entera y absoluta disponibilidad para aceptar siempre la voluntad de Dios. Esta condición de “esclava” del Señor le llevó a ser la esclava y servidora de los hombres sus hermanos (Mt.20,27; Mc.10,44), pues, el amor a Dios nos lleva a amar a los hermanos y todo acto de amor lleva consigo el ser “esclavo”, servidor de quien se ama…

Dios proclama a María como Reina de todo el Universo.

María desde su inmaculada concepción hasta su final terreno y más allá, tuvo una sarta de privilegios, que no fueron fruto del esfuerzo personal, sino pura gratuidad de Dios, aunque siempre prestó su colaboración.

El último privilegio que Dios le concedió fue llevarla en cuerpo y alma al cielo. En Ella se sintetiza toda la belleza y todo el poder de la creación, visible e invisible, por su prerrogativa de Madre de Dios.

El Vaticano ll nos dice: “La Virgen Inmaculada preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el de curso de una vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina Universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de Señores, y vencedor del pecado y de la muerte” (L.G. 59).

Dios la ensalzó sobre todos los seres creados. Todos los grupos, gremios o estamentos la pueden proclamar “Reina”, se le proclama “Virgen de los Reyes” y en las letanías “Reina de los Apóstoles”, “Reina de los Profetas”, “Reina de los Mártires”, “Reina de todos los Santos”, etc…

La que comenzó proclamándose la “esclava del Señor”, terminó siendo constituida Reina de todo el universo.

María de Nazaret, Reina de los Cielos.

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