Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres personas distintas, un solo Dios Verdadero.

Stma. Trinidad

Un solo Dios en tres Personas: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

La Iglesia dedica el siguiente domingo después de Pentecostés a la celebración de la festividad del misterio de la Santísima Trinidad, un misterio es todo aquello que no podemos entender con la razón. Es algo que sólo podemos comprender cuando Dios nos lo revela.

El misterio de la Santísima Trinidad -Un sólo Dios en tres Personas distintas-, es el misterio central de la fe y de la vida cristiana, pues es el misterio de Dios en Sí mismo.

Aunque es un dogma difícil de entender, fue el primero que entendieron los Apóstoles. Después de la Resurrección, comprendieron que Jesús era el Salvador enviado por el Padre. Y, cuando experimentaron la acción del Espíritu Santo dentro de sus corazones en Pentecostés, comprendieron que el único Dios era Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 

Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres personas distintas un solo Dios verdadero que reciben una misma adoración y gloria.

El Padre. Es increado e inengendrado.

El Hijo. No es creado sino engendrado eternamente por el Padre.

El Espíritu Santo. No es creado, ni engendrado, sino que procede eternamente del Padre y del Hijo

 

No hay nada creado, nada sujeto a otro en la Trinidad: tampoco hay nada que haya sido añadido como si alguna vez no hubiera existido, pero que llegó luego: por lo tanto, el Padre nunca ha estado sin el Hijo, ni el Hijo sin el Espíritu: y esta misma Trinidad es inmutable e inalterable por los siglos de los siglos.

 

“Apenas hemos celebrado la venida del Espíritu Santo, cantamos la festividad de la Santísima Trinidad en el Oficio del Domingo que sigue” escribía San Ruperto en el siglo XII, “ y esta fecha, para la celebración está muy bien escogida, porque tan pronto como hubo bajado el Espíritu Santo, comenzó la predicación y la creencia; y, en el bautismo, la fe y confesión en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.”

El misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana. Sólo Dios puede dárnoslo a conocer revelándose como Padre, Hijo y Espíritu Santo. La Encarnación del Hijo de Dios revela que Dios es el Padre eterno, y que el Hijo es consubstancial al Padre, es decir, que es en él y con él el mismo y único Dios. La misión del Espíritu Santo, enviado por el Padre en nombre del Hijo y por el Hijo que junto al Padre  revela que él es con ellos, el mismo Dios único. Por ello creemos y decimos “Con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”. Decía San Agustín “El Espíritu Santo procede del Padre en cuanto fuente primera y, por el don eterno de este al Hijo, del Padre y del Hijo en comunión”

Evangelio según San Juan 16, 12-15    “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues lo que hable no será suyo: hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.

Él me glorificará, porque recibirá de mí lo que os irá comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo anunciará.”

La historia de esta fiesta

Comenzó a celebrarse hacia el año 1000, tal vez un poco antes. Parece ser que fueron los monjes los que asignaron el domingo después de Pentecostés para su celebración. Anteriormente existía una misa votiva y oficio en honor de la Trinidad pero no día de su fiesta como tal.

Las iglesias diocesanas comenzaron a seguir el ejemplo de los monjes benedictinos y cistercienses y en los dos siglos siguientes, la celebración se extendió por toda Europa.

En el año 1334,  el papa Juan XXII la introdujo como fiesta de la Iglesia universal.

El domingo de la Santísima Trinidad es de institución relativamente tardía pero fue precedido por siglos de devoción al misterio que celebra. Tal devoción arranca del mismo Nuevo Testamento pero lo que le dio especial impulso fue la lucha de la Iglesia contra las herejías de los siglos IV y V.

El arrianismo negaba la divinidad de Cristo. En el año 325, el concilio de Nicea afirmó que Cristo es coeterno y consustancial con el Padre, y así condenó el arrianismo. Esto fue reafirmado en el concilio de Constantinopla en el año 381 que declaró además que el Espíritu Santo es distinto del Padre y del Hijo pero consustancial, igual y coeterno con ellos.

La antigua iglesia hispánica en los siglos V al VII, enseñó magníficamente la fe trinitaria, sobre todo en los concilios de Toledo, y de su liturgia procede el prefacio propio de esta solemnidad. Es consolador saber que nuestro Dios es “Uno sólo, pero no solitario” como se dijo en el Concilio VI de Toledo en el año 638, “amor puro que sólo busca darse de forma creadora y llevarnos a participar en su unidad vital eterna.”

El dogma de la Trinidad resplandeció también en nuestras iglesias. Hemos contemplado en las alturas, anchuras y larguras admirablemente proporcionadas de esos edificios, el símbolo de la Trinidad; lo mismo que en sus divisiones principales y en las secundarias: las tres entradas, las tres puertas, los tres ventanales y a menudo también las tres torres. Por doquier, hasta en los detalles ornamentales, el número tres repetido sin cesar obedece a una idea, a la fe en la Trinidad.

También la iconografía cristiana tradujo de mil maneras este mismo pensamiento. Hasta el siglo XII a Dios Padre se le representó por una mano, que sale de las nubes y bendice. En esa mano se significa la divina omnipotencia. En los siglos XIII y XIV ya se añadió la cara y luego el busto del Padre, en el cual desde el siglo XV es representado como un venerable anciano vestido con ornamentos papales.

Hasta el siglo XII Dios Hijo fue primero representado por una cruz, por un cordero o bien por la juventud. Desde el siglo XII al XVI vemos ya representado a Cristo en la plenitud de la edad y con barba. A partir del siglo XIII lleva la cruz y también aparece en figura de cordero.

Al Espíritu Santo se le representó a lo primero por una paloma, cuyas alas extendidas tocaban a veces la boca del Padre y del Hijo, para demostrar cómo procede de entre ambos. Ya desde el siglo XI aparece con la figura de un niñito, por idéntico motivo. En el siglo XIII es un adolescente y en el siglo XV un hombre hecho y semejante al Padre y al Hijo, pero con una paloma sobre sí o en la mano, para distinguirle así de las otras dos divinas personas. Más desde el siglo XVI la paloma torna a asumir el derecho exclusivo de representar al Espíritu Santo.

Para representar a la Trinidad se adoptó la figura del triángulo. También el trébol sirvió para figurar el misterio de la Trinidad y lo mismo tres círculos enlazados con la palabra Unidad en el espacio central que queda libre por la intersección de los círculos.

Santisima Trinidad 1

 

 

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