Punto de partida

Ayer encontré una web con las profesiones más valoradas del mundo: médico, cirujano, futbolista, actor y arquitecto eran las cinco primeras. Periodista aparecía en la posición 36, modelo en la 40, político en la 107 – de un total de 123 – y en última posición “ser piloto de la formula 3 británica”. Los niños y los jóvenes no sueñan con ser políticos, ni siquiera saben muy bien qué hay que estudiar para ser buen político. Pero saben que mandan mucho, que todo el mundo habla de ellos – casi siempre para criticarles- y que si atesoran millones es porque los roban.

Creo que merece la pena asomarse a esta realidad con la misma honestidad que le exigimos a “la clase política”.

Yo he tenido oportunidad de hablar recientemente con dos políticos: uno lo dejó a causa de las presiones recibidas (era un católico practicante muy popular en su ciudad); la otra -también es católica- sigue ejerciendo.

Los motivos de ambos eran altruistas cuando se iniciaron en este trabajo: el primero quiso concretar su compromiso con la construcción de una sociedad mejor; la segunda quiso dar un paso adelante para defender la libertad de opinión frente al terrorismo. Los dos se acercaron al partido político por el que sentían mayor afinidad ideológica pues, según dijeron: “es complicado identificarse plenamente con una institución política”; sin embargo – y sigo con sus argumentos – “hay partidos que  acogen con más naturalidad  los valores cristianos o que no son tan frontalmente opuestos a ellos”. Yo les miraba y escuchaba con atención, sin detectar falsedad en sus palabras. En ellos vibraba la ilusión por lograr un cambio en el sentido del bien común, de reforzar las libertades fundamentales del hombre (comida, casa, trabajo, religión, pensamiento, salud, educación, etc.).

   Es probable que, como ellos, muchos políticos no se iniciaran en política para despenalizar la usura o aprobar las actuales leyes de hipotecas, electoral, de partidos o del aborto. Sin embargo ahí están esas leyes. Políticos como ellos las aprobaron y los que ahora están, no las reforman. ¿?

 Si el interés por el bien común está presente en la voluntad de quienes inician su andadura en política, ¿por qué luego se diluye? ¿Qué cuernos pasa desde que empiezan hasta que llegan a cargos de responsabilidad institucional? ¿En qué momento, dónde y por qué motivos se opera el cambio? ¿La mayoría se vuelven calculadores y egoístas? ¿Cuándo empiezan a pesar más las razones de carácter ideológico, que las razones de carácter humanitario? ¿El poder y el dinero siempre corrompen? Acceder a la política para lograr un buen estatus económico y/o para vender “mi visión” del mundo, ¿son los objetivos perseguidos por la mayoría los políticos? ¿Cuándo – para ellos – el bien de unos pocos es insoslayable frente a los intereses de otros más poderosos o más numerosos? ¿Político sin nómina o ministro deshonesto? ¿Es así como funciona, todo o nada? Los cristianos, ¿podemos elegir trabajar en política sin atentar contra la salud de nuestras almas? ¿Es necesario diferenciar entre los puestos de gran visibilidad y los de segundo plano, optando por los segundos?

Para los que puedan responderse estas preguntas, una más: ¿cómo se entra en política? La implicación en los ayuntamientos puede ser un buen camino, generalmente lejos de las tentaciones propias del poder, pero “muy pegaditos” a la realidad de los conciudadanos. Otras opciones son: acercarse a la sede de los partidos políticos y preguntar sobre posibles formas de participación (simpatizante, asociado, militante, profesional independiente, etc.), o plantearse alguna “nueva fórmula de partido”. Lo que no es una opción válida es dejar en manos de hombres avaros y calculadores nuestro futuro y el de las personas que nos importan. Necesitamos a la gente buena que ya está dentro, y necesitamos a gente nueva con CONCIENCIA recta. ¿Se anima?

MARTACM

partido politico 2

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