Sano laicismo

Iniciaba la serie de artículos que hoy concluyo relatándoles un caso que ejemplifica bien los ataques que padece actualmente el derecho de libertad religiosa en el mundo desarrollado: una asociación coloca su belén en la calle, cerca de un juzgado, y se denuncia el hecho “por inconstitucional”. Hemos repasado  la evolución del hecho religioso y demostrado que los argumentos basados en una determinada moral religiosa no son inapropiados, ni injustificados, ni desdeñables. También hemos apuntado algunos temas en los que las religiones, y en particular el cristianismo, aportan perspectivas y argumentos más favorables al hombre que los propuestos por otras fuentes de pensamiento.

Ahora bien, ¿cómo se vive, o qué es, el sano laicismo? La mejor respuesta que conozco está condensada en el mito de la plaza desierta. Paso a relatárselo:

“Una ciudad cualquiera con su plaza. En torno a la plaza se elevan altísimos edificios y cada edificio alberga a los habitantes de la cuidad según su fe o su planteamiento existencial: católicos, judíos, musulmanes, budistas, ateos, etc. Los ciudadanos viven en su rascacielos compartiendo espacio con quienes profesan las mimas convicciones, y cualquiera puede salir a la plaza para debatir, preguntar o plantear un asunto: reparto de riqueza, derecho laboral, modelo de hombre, familia y/o sociedad, enseñanza religiosa en las escuelas, conflictos bélicos, aborto, etc. La plaza es el espacio común donde se debate perennemente con una sola regla en vigor: respetar el turno de palabra y escuchar”.

Este modelo de sociedad exigiría que el poder público evolucione de una actitud a-religiosa o de tolerancia pasiva, a una actitud de apertura activa que no reduzca la relevancia pública de la religión al mero respeto de los acuerdos con el Estado. Por parte de las religiones sería necesario propiciar el dialogo sin aferrarse a planteamientos fundamentalistas – la Iglesia católica es esencialmente modélica en este aspecto- y los católicos, así como los miembros de otras religiones, deberían participar de la vida social (trabajo, comercio, interacción con otras personas, relaciones con el estado a través de asociaciones, etc.) cualificados por su pertenencia a la Iglesia – o a su respectiva comunidad de fe- y  poniendo de relieve dicha pertenencia.

Personalmente me hace mucho bien escuchar a políticos o sindicalistas de distinto signo –casi siempre militantes apartados del aparato institucional y por lo tanto con una perspectiva más afectada del sentido común-, defendiendo sus posturas desde el sosiego, la razón y la autocrítica. Activistas pro gays, asociaciones de jueces, de empresarios, movimientos eclesiales, medios de comunicación, etc., todos tienen cabida para proponer su “idea de las cosas”. Eso sí, sin faltar al respeto y con clara voluntad de escuchar. Me ponen nerviosa los debates cargados de ideología y prejuicios, anclados en la demagogia y desvinculados de la realidad, sobre todo si tienen lugar en los aledaños del Parlamento.

El éxito del llamado estado del bienestar, no se juega en la cancha de los recursos económicos disponibles, sino en el campo de la búsqueda de la verdad objetiva y del bien común. Es en éste campo donde tenemos la oportunidad de pelear la correcta interpretación y aplicación de los derechos fundamentales.

Los individuos no podemos renunciar al espacio de la plaza, ni permitir que sea tomada por el Estado. El poder establecido dista mucho de ser un “papá”, por eso no debemos entregarle todo lo que no sea explícitamente privado o particular.

Aun cuando se considerara  la moral religiosa mera filosofía o tendencia de pensamiento, si lográramos asentar como punto de partida el afán por encontrar la verdad, la voluntad por hacer las cosas lo mejor posible, la llamada a proponer ideas y soluciones, renunciando a imponer lo que sólo le convence a uno mismo y a sus amigos, es posible la cooperación entre el estado y las religiones, así como un intercambio enormemente fructífero entre personas con distintas creencias. De hecho, la experiencia demuestra que aquellos países con presencia histórica de distintas religiones alcanzaron su máximo apogeo cultural cuando todas las partes (poder político y comunidades religiosas) daban lo mejor de sí mismos.

Avanzar en este sentido sería tanto como coger el guante lanzado por Benedicto XVI durante su última visita a España: “participar en el anhelo profundo del hombre, de este hombre europeo, escéptico y desencantado, que a pesar de todo está siempre en camino, ansiando la plenitud de su propio ser”.  

YOTAMBIENSOY

Una respuesta a “Sano laicismo”

  1. En ésta «ventana», solo pueden visulizar los cuatro últimos artículos de la serie de escritos que intentan exponer el GRAN tema IGLESIA – ESTADO.

    Para consultar los escritos que los preceden y completan, puden dirigirse a la pestaña «Foro» de esta misma Web, sección YO TAMBIEN SOY IGLESIA.

    Gracias por vuestro seguimiento y comentarios. YOTAMIENSOY

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