Santo Patrón de los trabajadores, San José Obrero

La fiesta por excelencia del trabajador es el 1 de Mayo. En realidad es un día de huelga o día festivo, pagado por las empresas que, en general, discurre pacíficamente en miles de ciudades del mundo. Sin embargo, en sus orígenes fue una jornada bastante tumultuosa.

LA FESTIVIDAD RELIGIOSA

El 1 de mayo de 1955, la plaza de San Pedro estaba repleta con más de 200.000 trabajadores que gritaban: “¡Viva Cristo trabajador! ¡Vivan todos los trabajadores! ¡Viva el Papa!” ; el Papa Pio XII proclamaba en la Fiesta del Trabajo, de tradición sindicalista, la fiesta cristiana de San José Obrero. Todos escuchaban atentos la voz del Papa.

La festividad religiosa quedó instituida desde ese día. El Papa dijo a los obreros reunidos en la Plaza de San Pedro: «¡Cuántas veces hemos manifestado y hemos explicado el amor de la Iglesia a los trabajadores! San José, en el fiel desempeño del oficio de carpintero, brilla como ejemplo admirable de trabajador. Y además, el humilde obrero de Nazaret, encarna delante de Dios y de la Iglesia la dignidad del obrero manual, sea también el próvido guardián de vosotros y de vuestras familias, al igual que cuida de su esposa y de su hijo adoptivo, el hijo del carpintero, a quien enseña el oficio para que continúe su tarea.»

 

 

Pío XII tenía bien claro el principio de que el trabajo debe ser un medio para la salvación eterna, no obstáculo que «contrasta con el orden de Dios». Por lo que explicaba que la Iglesia no puede limitarse a pedir «un orden social más justo», sino que primero debe asegurar al trabajador una buena formación cristiana, solicitar legisladores y empleadores, indicar los principios fundamentales, que no son otros que el reconocimiento de Cristo (verdadero y justo) y de su reinado sobre la historia.

 

Esto es lo que el Papa San Juan Pablo II llamará el «Evangelio del trabajo», un concepto muy alto y magistralmente definido en su Laborem Exercens: Esta verdad, según la cual a través del trabajo el hombre participa en la obra de Dios mismo, su Creador, ha sido particularmente puesta de relieve por Jesucristo, aquel Jesús ante el que muchos de sus primeros oyentes en Nazaret permanecían estupefactos y decían: «¿De dónde le viene a éste tales cosas, y qué sabiduría es ésta que le ha sido dada? … ¿No es acaso el carpintero?».

 

SAN JOSÉ

San José, hijo descendiente de Jacob e hijo de Helí, nació en Belén, ciudad del Rey David del que era descendiente y después vivió en Nazaret.

San Jose

De profesión carpintero, pues San Justino lo confirma, así como la tradición ha aceptado esta interpretación de este oficio.

 

Sólo Nazaret, es la que podría explicarnos toda la trascendencia de la labor desarrollada por José en su pequeño taller de carpintero, mientras Jesús, a su lado, «crecía en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres».

 

En aquel pequeño poblado situado en las últimas estribaciones de los montes de Galilea, residió aquella familia excelsa, cuando pasado ya el peligro había podido volver de su destierro en Egipto.

 

Allí es donde José, viviendo en parte en un taller de carpintero y en parte en una casita semi-escavada en la ladera del monte, desarrolla su función de cabeza de familia.

 

Como todo obrero, debe mantener a los suyos con el trabajo de sus manos: toda su fortuna está radicada en su brazo, y la reputación de que goza está integrada por su probidad ejemplar y por el prestigio alcanzado en el ejercicio de su oficio.

 

Es este oficio el que le hace ocupar un lugar imprescindible en el pueblo, y a través del mismo influye en la vida de aquella pequeña comunidad. Todos le conocen y a él deben acudir cuando necesitan que la madera sea transformada en objetos útiles para sus necesidades.

 

Seguramente que su vida no sería fácil; las herramientas, con toda su tosquedad primitiva, exigirían de José una destreza capaz de superar todas las deficiencias de medios técnicos; sus manos encallecidas estarían acostumbradas al trabajo rudo y a los golpes, imposibles de evitar a veces. Habiendo de alternar constantemente con la gente por quien trabajaba, tendría un trato sencillo, asequible para todos. Su taller, seguramente debía de ser un punto de reunión para los algunos hombres  de Nazaret, que al terminar la jornada se encontrarían allí para charlar de sus cosas.

 

José, el varón justo, está totalmente compenetrado con sus conciudadanos. Éstos aprecian, en su justo valor, a aquel carpintero sencillo y eficiente. Aun después de muerto, cuando Jesús ya se ha lanzado a predicar la Buena Nueva, le recordarán como ya hemos dicho y con afecto: «¿Acaso no es éste el hijo de José, el carpintero?».

 

Por eso la Iglesia ha querido ofrecer a todos los obreros este espectáculo de santidad, proclamándole solemnemente Patrón de los mismos, para que en adelante, el casto esposo de María, el trabajador humilde, silencioso y justo de Nazaret, sea para todos los obreros del mundo, especial protector ante Dios, y escudo para tutela y defensa en las penalidades y en los riesgos del trabajo.

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