¿Son las intenciones buenas?

Arzobispo de París: “Basta, acabemos con estas payasadas”

La interrupción por la policía de una misa retransmitida en París en la que, junto al celebrante, solo estaban tres fieles, ha colmado la paciencia de monseñor Michel Aupetit, arzobispo de París, que ha denunciado la infame persecución so capa de luchar contra el virus.

“Los policías han entrado armados a la iglesia”, denunciaba el arzobispo en Radio Notre-Dame. “Esto es inadmisible, porque hay una prohibición formal y explícita de que los agentes de policía entre en un templo llevando armas”.

“¡Allí no había terroristas!”, se indigan Aupetit. “Hay que mantener la sangre fría y acabar con estas payasadas. De otro modo, nos veremos obligados a tomar la palabra y gritaremos muy fuerte”.

El caso que sulfura al arzobispo de París es similar al que ya se ha reproducido no sabemos cuántas veces en nuestro país. Mientras el padre Philippe de Maistre celebraba una Misa que retransmitía por Internet entraron en su iglesia, San Andrés de Europa, tres agentes armados que pidieron al sacerdote que interrumpiera la Misa. Como quiera que De Maistre se negara, le impusieron una multa. Solo estaban presenmtes También estaban presentes un acólito, un cantor, un organista y tres parroquianos. De Maistre declaró en la versión online del diario LeFigaro que el sacerdote es la autoridad legal en una iglesia: “Excepto los bomberos, la policía no puede entrar hasta que es llamada por el párroco”. Posteriormente, De Maistre alertó al arzobispo de París, monseñor Michel Aupetit, quien el 22 de abril condenó el incidente.

Sirva todo esto como introducción al extenso compendio de artículos de prensa

El pasado día 19/04/2020 se publicaba por D. Javier Paredes (Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá )un artículo bastante interesante que reproduzco entero para su comodidad y dejo el enlace integro por si les es más cómodo o para poder acceder en otro momento, y así saber y comprender de donde viene la crítica al citado primer artículo artículo.

https://www.hispanidad.com/la-resistencia/inesperada_12017825_102.html

Coronavirus: cuando los sacerdotes españoles dan lecciones a sus obispos. De coraje y de santidad.

Nosotros los católicos lo que esperamos de nuestros pastores es que nos faciliten y defiendan el derecho que como fieles tenemos a practicar el culto y a recibir los sacramentos.

Feligreses en una misa, una imagen que no se ve desde hace más de un mes por el confinamiento

Feligreses en una misa, una imagen que no se ve desde hace más de un mes por el confinamiento

Por el respeto y la consideración que, como cristiano de a pie, les debo a los obispos españoles me limitaré a calificar como “inesperadas” las declaraciones de los siete obispos que componen la comisión de la Conferencia Episcopal para las comunicaciones sociales, así como la reciente intervención del anterior presidente de la Conferencia Episcopal Española y arzobispo de Valladolid, el cardenal Ricardo Blázquez.

Pero que yo califique en este artículo como “inesperadas” dichas intervenciones, no quiere decir que los historiadores del futuro se queden en tan liviana calificación, porque ellos ya estarán obligados a contar la verdad, sin condicionantes. Y así como yo en anteriores artículos dominicales he hablado de los obispos de los siglos pasados bien, regular, mal y muy mal, según de quien se trate, por deberme a la verdad, cuando pase el tiempo otros emitirán el juicio histórico que se merecen los obispos españoles actuales, según el comportamiento que están teniendo en la pandemia del coronavirus.

De un cardenal como don Ricardo Blázquez, los católicos esperamos trascendencia, no alabanzas a un proceso político

Así es que por mi parte y por ahora, dejémoslo en lo “no esperado”. Porque “inesperado” es en mi opinión el documento publicado por la comisión episcopal para las comunicaciones sociales, en el que se afirma que las empresas de comunicación están abriendo “una ventana a la esperanza y al futuro”, para continuar reconociendo con palabras que cito del documento: “la capacidad de entretener con programas de humor, con el cine o la música, que nos permite salir de una rutina diaria necesariamente estrecha, y nos puede vincular con lo mejor de la humanidad, el arte y la cultura”.

Y lo califico de “inesperado” porque por mucha comisión episcopal que formen los siete obispos que la componen, junto con un secretario técnico, que además de licenciado en Teología dice serlo también en Periodismo, todos ellos son sacerdotes; y de nuestros pastores lo que se espera es que nos muestren otras ventanas abiertas a la esperanza teologal, con un carácter algo más trascendente que lo que los comunicadores escriben en los periódicos, o dicen por la radio y por la televisión. Y es que yo pienso muy al contrario de sus excelencias, porque algunas periodistas y ciertos “periodistos” no atentan contra mi esperanza, contra mi fe, contra mi caridad, ni contra todo el resto de las virtudes, pero solo porque no les leo, no les escucho y no les veo por la televisión.

Yo pienso muy al contrario de sus excelencias, porque algunas periodistas y ciertos “periodistos” no atentan contra mi esperanza, contra mi fe, contra mi caridad, ni contra todo el resto de las virtudes, pero solo porque no les leo, no les escucho y no les veo por la televisión

Y ya en lo del reconocimiento de la comisión episcopal de la capacidad de los medios de comunicación, para entretenernos con programas de humor y con películas de cine, comprendo que los obispos de dicha comisión digan semejante melonada, porque no se deben distraer ni entretener con semejantes programas, dadas sus múltiples ocupaciones “pastorales”.

Pero en esa comisión hay un secretario técnico que además de sacerdote, dice haber estudiado Periodismo y este sí que debería estar al tanto de lo que se emite, por la obligación del cargo y por lo que le debieron enseñar en la Facultad, si es que en ella aprendió algo de provecho. ¿Pero es que en los programas de televisión de entretenimiento y en las películas de cine que ponen no hay nada que atente contra la doctrina cristiana, contra la moral católica y hasta contra la dignidad humana? ¿O es que el bien moral de un contenido informativo ahora se mide por el número de las audiencias?

Y la guinda es afirmar que todo esto, que según el comunicado de la comisión episcopal es tan divertido… “nos puede vincular con lo mejor de la humanidad, el arte y la cultura”. Sin duda que el que lo ha redactado, al empotrar esta frase en el comunicado de la comisión episcopal, se delata: ha hecho un corta y pega. Y al delatarse, lo malo no es que ponga en evidencia su vagancia, por ser incapaz de escribir algo original, sino que también manifiesta su incapacidad intelectual, ya que no es consciente ni de dónde lo ha cortado, pues lo de “vincularnos con lo mejor de la humanidad” lo tiene que haber sacado de alguna página esotérica. La frasecita apesta a comunicado de logia a la legua.

Prelados: son las leyes las que deben orientar las acciones humanas, no al revés

Y califico también como “inesperada” la intervención del arzobispo de Valladolid, que se ha publicado en la página oficial de su archidiócesis y se presenta bajo el título de “Necesitamos renovar el espíritu de la Transición, porque solo unidos venceremos la epidemia”.

La afirmación de don Ricardo Blázquez tiene bastantes papeletas para que, en un futuro, los historiadores digan que el que tuvo la ocurrencia de poner semejante título estaba bajo el influjo de confundir las témporas con no sé qué parte del cuerpo humano. Y el que así lo juzgue estará cargado de razón, porque ya me dirán ustedes, mis queridos lectores, qué es lo que tiene que ver el triunfo sobre el coronavirus con la Transición de Adolfo Suárez.

Por otra parte, el tono tan positivo con el que el cardenal presenta la transición política de Adolfo Suárez… Debería saber don Ricardo Blázquez que no es una verdad unánimemente admitida. Así, por ejemplo, hay hasta quien considera que se hicieron las cosas al revés. Y estoy pensando en un catedrático de Derecho de la Complutense, buen amigo mío. Según este jurista, aquella frase de Suárez que define como nada su ejecutoria: “elevemos a categoría de ley lo que es normal en la calle”, es lo que nos ha conducido a tan calamitosa situación, por colocar el Derecho a la espalda del comportamiento humano. Son las leyes las que deben orientar las acciones humanas y no al revés. Por lo tanto, la aprobación por parte de un obispo de una actuación política discutida es cuando menos inapropiada, y alguno podría pensar que hasta imprudente.

Pero, al principio de este artículo, no he calificado yo la manifestación de don Ricardo Blázquez ni de inapropiada, ni de imprudente. He dicho que es “inesperada”. Y la he calificado así porque lo que los cristianos esperamos de un sucesor de los apóstoles y de todo un príncipe de la Iglesia, como es el arzobispo de Valladolid, es un discurso trascendente y la adopción de medidas tendentes a ayudar a nuestra vida espiritual, y en definitiva a salvar nuestras almas, sobre todo en estos momentos, en los que cualquiera puede encontrase con la muerte a la vuelta de una esquina.

Me comentaba un párroco rural, que por culpa del abandono y el silencio de los obispos, sus funciones como sacerdote se han limitado a presidir entierros. Y eso sin rezar los responsos muy alto, no vaya a dar pistas con tanto entierro de que los datos oficiales de los muertos son falsos y  se enfade este Gobierno de los socialistas y los comunistas.

“Inesperado” es en mi opinión el documento publicado por la comisión episcopal para las comunicaciones sociales, en el que se afirma que las empresas de comunicación están abriendo “una ventana a la esperanza y al futuro”

No, nosotros los cristianos, por bautizados, no esperamos que nuestros obispos se dediquen a pasarles la mano por el lomo a los medios de comunicación y a los políticos. Nosotros, lo que esperamos de nuestros pastores es que nos faciliten y defiendan el derecho que como fieles tenemos a practicar el culto y a recibir los sacramentos, adoptando las medidas especiales que haga falta para poder ejercer ese derecho en esta situación de pandemia.

Muchos católicos, entre los que me incluyo, lo que esperamos de nuestros obispos es que pongan los medios y den la cara ante quien sea, para que el culto sea posible y que se incluya entre las actividades esenciales como son la compra-venta en farmacias, hipermercados y estancos o pasear a las mascotas.

Nosotros los que esperamos es que un obispo no mande desalojar la catedral a los pocos fieles que asisten a los oficios de Semana Santa, sino que defienda el legítimo derecho a la libertad de culto y denuncie a quien haya dado la orden a la policía, aunque sea el mismísimo Ministro del Interior.

Nosotros lo que esperamos es que cuando pasemos por delante de una iglesia estén sus puertas abiertas y expuesto el Santísimo Sacramento, para poder adorarlo. Y lo mismo que un tike de un supermercado justifica la salida de casa para que a uno no le multen, con más motivo pueda valer el comprobante y la firma de nuestro párroco de que se ha estado en la iglesia, adorando al Santísimo, recibiendo la comunión, confesándose o asistiendo a la Santa Misa.

Ya se habrán dado cuenta que, por un deber de conciencia, se me ha acabado la tregua del silencio y por eso quiero acabar reclamando a nuestros obispos que dejen ya de una vez de emitir comunicados “inesperados” y tomen ejemplo de tantos sacerdotes heroicos que, a escondidas, están haciendo todo lo que pueden, y no hacen lo que deben y exigen estás circunstancias, porque les falta la cercanía y el apoyo de sus superiores eclesiásticos, que se han refugiado en el escondite de lo “inesperado”.

Hombres de carne y hueso


Respuesta de D. Juan Jose Omella Omella.

Cardenal arzobispo de Barcelona

Juan José Omella

Esta semana, todavía en plena adaptación al nuevo panorama que ha provocado la pandemia del coronavirus, observamos como nuestras rutinas se han alterado en todos los ámbitos de nues-tra vida.

El decreto de confinamiento total y las recomendaciones del Gobierno también han modificado enormemente el día a día de la Iglesia. Las decisiones que hemos tomado han obedecido únicamente a contribuir a que los efectos nefastos del coronavirus se atajaran. Algunos templos han sido cerrados para evitar contagios, aunque la actividad y servicio espiritual no ha cesado gracias a las nuevas tecnologías y, sobre todo, gracias a nuestros sacerdotes que no han dejado de remar en medio de esta convulsa tempestad.

Siento dolor por las críticas a los sacerdotes que no han abierto los templos en las semanas de duro confinamiento

Por ello, quiero agradecer públicamente la ingente labor y entrega generosa de nuestros sacerdotes y diáconos, que están llevando esta nueva situación con diligencia, una situación nada fácil de gestionar. En este momento, tengo muy presentes a nuestros hermanos sacerdotes que han fallecido y a los que aún siguen ingresados o en cuarentena. Del mismo modo agradezco los calurosos mensajes de ánimo y de apoyo de muchos ciudadanos a la labor de estos hombres de carne y hueso, que inmerecidamente hemos recibido el don del ministerio sagrado para trabajar al servicio humano y espiritual de las personas. Agradezco a todos los ciudadanos su solidaridad con los más vulnerables y su esfuerzo por respetar las normas para evitar la propagación del virus.

Sin embargo, también quiero expresar mi profundo dolor y perplejidad al leer algunos artículos en los que se critica duramente a los sacerdotes que no han abierto los templos durante las dos semanas de duro confinamiento. Esos comentarios no ayudan a vivir la comunión. Los sacerdotes han querido respetar las normas para evitar que se extienda el coronavirus.

Conviene puntualizar que la diócesis de Barcelona en ningún momento ha decretado el cierre de los templos. En cambio, sí que se acordó prohibir las celebraciones litúrgicas públicas y, por ello, se dispensó a los fieles de la obligatoriedad del precepto dominical. Quiero destacar que esta misma medida ha sido tomada por la Iglesia en todos los países afectados por esta pandemia. Cuando el confinamiento se hizo más estricto se recomendó, pero no se impuso, el cierre de las iglesias, si en las mismas no se podían garantizar las medidas higiénicas exigidas por las autoridades sanitarias. De hecho, algunos templos cerraron y otros siguieron abiertos.

Desde el primer momento, los sacerdotes y diáconos se han prestado voluntarios para ir a hospitales, tanatorios y residencias. Sin embargo, no siempre han podido llevar a cabo este servicio de asistencia espiritual in situ, porque las autoridades sanitarias no nos permitían acceder a estos centros al no contar con suficientes equipos de protección individual (EPI). Afortunadamente, esta situación va poco a poco cambiando y nuestros sacerdotes empiezan a contar con EPI. Recuerdo a las personas ingresadas y a sus familiares que para acceder al servicio de atención espiritual en el centro sanitario, según el protocolo de las autoridades, han de hacer dicha petición al personal sanitario del centro.

A pesar de ello, la labor social y espiritual realizada por los sacerdotes no ha cesado. Se están atendiendo muchos comedores parroquiales, se han activado múltiples iniciativas para ofrecer las celebraciones litúrgicas a través de los medios de comunicación y de las redes sociales, se han puesto en marcha teléfonos, correos electrónicos, etc., a disposición de quienes necesitasen atención espiritual, escucha o hacer cualquier tipo de consulta… Incluso, se han llevado a cabo ejercicios espirituales y horas santas online. Desde la distancia, ha sido posible acompañar a las personas confinadas en sus hogares, los cuales se han convertido en pequeñas iglesias domésticas.

Tras estas dos semanas de total confinamiento, iniciaremos una nueva etapa de progresiva apertura. Se irá valorando la conveniencia de dejar abiertos los templos -donde sea posible- para que quien lo desee pueda entrar a rezar, hablar con un sacerdote o recibir el sacramento de la confesión, siempre con la máxima prudencia, siguiendo los criterios de las autoridades sanitarias y escuchando lo que nos indican los técnicos y expertos que nos asesoran.

A este respecto, me gustaría añadir que se ha creado una comisión ad hoc, con la participación de Metges Cristians de Catalunya, con el fin de asesorar a nuestra diócesis en este lento camino hacia la normalidad.

Una vez más agradezco a todo el personal sanitario su valioso trabajo. No quiero olvidarme de agradecer también la importante actividad de empresas y trabajadores de otros sectores que hacen posible, con su trabajo diario, que podamos cubrir las necesidades básicas y vivir estos días con cierta normalidad, a pesar de todo.

Esta pandemia nos está abriendo a una gran crisis social, política y económica. Pero toda crisis es una oportunidad. No estamos solos, Dios nos acompaña, pero su acción necesita de nuestra colaboración para hacer posible la comunión, para trabajar todos unidos, para poner nuestra atención, inteligencia y acción coordinada ante los retos que se nos presentan. No es tiempo para críticas. Es cierto que será necesario evaluar lo sucedido para aprender de los errores y pedirnos perdón. Pero ahora, tenemos que prescindir de siglas políticas y de medallas particulares.

Es el momento de trabajar todos juntos, de ayudarnos todos, particularmente los medios de comunicación, a sacar lo mejor de cada uno de nosotros. Sabemos que estamos de paso, pero el Señor nos invita a hacer de este mundo una anticipación del mundo que nos espera. Por ello, os animo también a pedir con intensidad al Señor que insufle su Espíritu en todos nosotros, especialmente en nuestros gobernantes mundiales, para que haga posible que trabajemos unidos y por el bien común. Quiero acabar dando las gracias a todos, profesionales, servidores del bien común, trabajadores sociales, sacerdotes, voluntarios… por el trabajo que hacéis por los demás. Todos, hombres y mujeres de carne y hueso, si caminamos unidos entre nosotros y con Dios, somos capaces de hacer grandes cosas, como reconstruir Europa tras las dos grandes guerras mundiales.

Y de nuevo, la respuesta del día 26/4/2020 de D. Javier Paredes, Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá, al Cardenal arzobispo de Barcelona D. Juan José Omella Omella.

https://www.hispanidad.com/la-resistencia/omella-dolido-perplejo_12018001_102.html

Omella, dolido y perplejo. Pero eminencia, si no criticábamos a los sacerdotes, solo a ustedes, los obispos

En estos momentos críticos en los que se puede encontrar la muerte a la vuelta de la esquina, la mayoría de los obispos nos han dejado tirados y abandonados en internet, donde ni se puede recibir a Jesús Sacramentado, ni el perdón de los pecados.

Sacramentado, ni el perdón de los pecados.

Juan José Omella

Aunque no era esa mi intención, el presidente de la Conferencia Episcopal y arzobispo de Barcelona, el cardenal Juan José Omella, me acusa en un artículo publicado en La Vanguardia de haberle provocado “profundo dolor y perplejidad”.

El artículo del cardenal Juan José Omella apareció en el periódico catalán de la antes “Vanguardia Española” el martes 21 de este mes, lo que quiere decir que el arzobispo de Barcelona lo entregó al día siguiente de que yo publicara en Hispanidad mi artículo titulado “Coronavirus:cuando los sacerdotes españoles dan lecciones a sus obispos. De coraje y de santidad”. Así es que tengo bastantes papeletas de haber sido el objeto, o una parte de él, de la reprimenda del prelado, porque cuando escribió su artículo Omella, no creo que se hubieran publicado muchos artículos como el mío.

Naturalmente que el cardenal no me cita por mi nombre, porque en su escrito dice textualmente uno de sus párrafos: “quiero expresar mi profundo dolor y perplejidad al leer algunos artículos en los que se critica duramente a los sacerdotes que no han abierto los templos, durante las dos semanas de duro confinamiento”.

Corto se le ha debido hacer el confinamiento a su eminencia en su residencia episcopal, porque Omella se refiere a las dos semanas de encierro, cuando por la fecha en la que apareció su artículo, ya llevábamos más de un mes sin poder salir de casa

Pero no es esta la peor de las imprecisiones de su escrito, pues en modo alguno yo he criticado a las sacerdotes por cerrar los templos, como se dice en el artículo de La Vanguardia. Lo que yo critiqué el domingo pasado es la injusta imposición de la mayoría de los obispos para que los sacerdotes cierren las iglesias de las parroquias. Es más, en mi escrito aprobaba y alababa la actuación de muchos de ellos, que están haciendo lo que pueden, es decir saltándose el ordeno y mando de su obispo, y hasta les ponía como modelos, porque estaban dando ejemplo a sus superiores de coraje y de santidad.

Lo que dije que me parecía mal la semana pasada, y me sigue pareciendo todavía peor al día de hoy es la actitud de las autoridades eclesiásticas, de las que Omella ocupa la más importante: en estos momentos críticos en los que se puede encontrar la muerte a la vuelta de la esquina, la mayoría de los obispos para no defender ante el poder político el derecho que los fieles tenemos de recibir los sacramentos, nos han dejado tirados y abandonados en internet, donde ni se puede recibir a Jesús Sacramentado, ni el perdón de los pecados…

Lo que yo critiqué el domingo pasado es la injusta imposición de la mayoría de los obispos para que los sacerdotes cierren las iglesias de las parroquias

Y más todavía, no han sido los sacerdotes de a pie los que nos han impedido asistir a la Santa Misa, sino las autoridades eclesiásticas, cuyo cargo más alto lo desempeña el cardenal Juan José Omella, por ser el presidente de la Conferencia Episcopal y, por lo tanto, el que más responsabilidad tiene en este punto.

La mayoría de los obispos de España han ido todavía más lejos que un Gobierno de comunistas y socialistas y decidieron prohibirnos a los fieles asistir a la celebración de la Santa Misa, cuando el decreto del Gobierno no prohíbe el culto. Y dice en su escrito el cardenal que han cerrado los templos para no contagiarnos. Por esta regla de tres habría que haber cerrado también los hipermercados, las farmacias y los estancos, donde la gente está más apiñada que en una iglesia. Tomando las mismas medidas que se adoptan en estos centros comerciales, el cardenal Omella podría haber celebrado la Santa Misa en su gran catedral de Barcelona con un centenar de fieles, por lo menos. Y detrás del arzobispo de Barcelona podrían haber seguido los canónigos diciendo misa, ininterrumpidamente, hasta que hubiera asistido toda la fila, que esto es exactamente lo que se ha hecho ejemplarmente en los hipermercados: no dejar tirado a ninguno de sus clientes.

A lo mejor tan insólita decisión del presidente de la Conferencia episcopal tenga explicación en el título de su artículo: “Hombres de carne y hueso”. Reducido a materia el hombre es suficiente con que puede ir a Mercadona, a la farmacia o al estanco. Y eso sí que a mí, aunque por razones distintas a las suyas, me causa todavía más dolor y perplejidad que lo que según Omella le causan escritos como el mío.

Y sobre todo me provoca un inmenso desasosiego que con tanta frecuencia a nuestros prelados se les olvide que los hombres, además de carne y hueso, también tenemos un alma, que necesita el alimento que se nos niega cuando cierran las iglesias… ¡Nuestras iglesias!

Esta visión del hombre, materialista y pegada a la tierra, impropia de un pastor de la Iglesia y de un sucesor de los apóstoles es la que explica el contenido de ciertos comunicados y declaraciones carentes de contenido espiritual, que emite la Conferencia Episcopal, que podía firmar cualquiera de los mercachifles políticos y que nos los suele trasmitir un monseñor, portavoz de la Conferencia Episcopal, toda una lumbrera que ha declarado, “que el tiempo es superior al espacio”…

Estoy hasta los pelos de la cabeza de escuchar las melonadas de monseñor Argüello, que en definitiva redundan en el desprestigio de quienes dice ser su portavoz. Pero todavía no le he escuchado ni una sola palabra de las intervenciones que en días pasados ha hecho la policía de manera ilegal, cuando ha interrumpido varias celebraciones de la Santa Misa en la que asistían unas pocas personas, adoptando todavía medidas más escrupulosas que la de los clientes de un supermercado. Y esto pasa cuando alguien no se hace respetar, por haber ido más lejos que un Gobierno de socialistas y comunistas.

Es normal que cuando un obispo va de buen rollito con los enemigos de la Iglesia, le acaben tomando a uno por el pito del sereno; algo que, casualmente, no sucede con los poquísimos obispos que han dejado abiertas las puertas de sus iglesias, permitiendo asistir a misa a los fieles que lo deseen. A estos, de los que no hace falta dar nombres y que se pueden contar con los dedos de una mano, les respetan hasta los que no pisan la iglesia y los que la frecuentamos no escribimos artículos criticándoles.

No nos descubre nada nuevo el cardenal de Barcelona en su artículo cuando nos informa de que ha habido sacerdotes, desde el primer momento, en hospitales y residencias. Ahora bien, lo que ya no se entiende es que los obispos nos impidan la asistencia a la Santa Misa a los que no estamos ni en hospitales ni en residencias, cuando correríamos menos riesgos de contagiar y de ser contagiados que los que están en hospitales y residencias. Y desde luego digamos que el mismo riesgo, o menor todavía que cuando vamos al hipermercado, a la farmacia o al estanco.

Nos recuerda también en su escrito el cardenal Omella a los que hemos criticado el cierre de los templos, que nuestros comentarios “no ayudan a vivir la comunión”. Recordatorio, que por otra parte, siempre se aplica en la misma dirección y nunca en la contraria. Porque no tengo yo noticias de que el arzobispo de Barcelona le haya dicho algo parecido, por ejemplo, a una determinada religiosa, residente en su diócesis, que anda por los medios de comunicación luciendo toca, exponiendo sus peculiares ocurrencias y promoviendo una comunión en la que pretende que los demás comulguemos, pero con ruedas de molino, con las particulares ruedas de molino de sus ocurrencias…

En España tenemos varios récords en materia religiosa, tanto de los buenos como también de los malos. Por dar un par de ejemplos: evangelizamos a todo un continente y durante la última guerra civil los socialistas, los comunistas y los anarquistas persiguieron a la Iglesia con tal saña, que en esos pocos años murieron en nuestra patria el mayor número de mártires de todas las persecuciones que ha padecido la Iglesia Católica en toda su historia.

Pero lo que nunca había ocurrido es lo que los católicos estamos padeciendo como fieles cristianos, durante esta epidemia del coronavirus, porque en esta ocasión la imposibilidad de asistir a la Santa Misa, de recibir los sacramentos y el cierre de los templos no procede de los enemigos de la Iglesia, sino de la mayoría de los obispos. Todo un mundo al revés: los pájaros disparando a las escopetas.

Para ser exactos y no faltar a la justicia, vuelvo a matizar que no todos los obispos han obrado del mismo modo. Y tan cierto como lo anterior es que la excepción a este lamentable comportamiento de la mayoría de los obispos es escasita, lo que vendría a confirmar que la calidad religiosa y humana de las generaciones de obispos de los últimos doscientos años, que son las que conozco por mi especialidad de Historia Contemporánea, son todas ellas muy superiores a la presente generación.

“Arrepentidos quiere Dios”, reza el dicho popular, y sobre todo si los arrepentidos son obispos y dan marcha atrás, abren las iglesias y atienden a los fieles. Dije en mi artículo anterior que he roto la tregua del silencio y que no voy a permanecer callado, mientras sigan cerradas las iglesias. Ojalá cambie de actitud Omella y quienes les secundan. Y aún en el caso de que no lo hagan yo seguiré rezando por don Juan José Omella y por todos los obispos, pero en el caso de que se empecinen en tan torpe comportamiento, pediré por ellos al modo de aquella persona, que cuando le propusieron rezar un padrenuestro por el señor obispo de su diócesis y sus intenciones contestó:

—¡Por el señor obispo sí, pero por sus intenciones no…! Que las conozco y no son buenas.

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