Últimas Siete Palabras de Jesús antes de morir.

Jesús ya está en el Calvario;

tienden la cruz en el suelo,

a Él le quitan la ropa

dejándole en gran desconsuelo.

Ponen a Cristo en la cruz

en la posición yacente,

sujetan manos y pies

y Él se deja con quietud.

Le van clavando las manos,

tiran sus brazos con saña

hasta que los clavos quedan

encajados en el leño.

Lo mismo hacen con sus pies;

¿eran cuatro o eran tres

los clavos con que fijaron

al Salvador en la cruz?

Dolor inmenso fue el suyo

por éste tormento atroz

que sufre sin una queja

por nosotros, por amor.

Una vez así clavado

en yacente posición

izan, con cuerdas, la cruz

encajándola en el suelo.

Aún tiene fuerzas Jesús

para decir en voz alta

sus siete dulces palabras

llenas de un supremo amor.

Perdona a los que le matan.

Al buen ladrón le asegura que al paraíso él  irá.

Nos da a su Madre por nuestra.

Se siente desamparado de su Padre Celestial.

Como hombre,  Él tiene sed.

Y sabiendo que todo consumado estaba ya,

a su Padre se encomienda

y dando un grito angustioso

muere de la cruz colgado

aquél que en toda su vida

sólo amor nos demostró

a todo el género humano.

 

 

Antes de marchar
hacia el Cielo,
para estar a la
derecha de Dios Padre
Siete Palabras dijiste,
Siete Palabras dejaste.

Sin dudar ni en un momento
cegados por el hombre
quisimos crucificarte.
Y sin saber lo que hacíamos
nuestro perdón, Tú pedías,
al de arriba…a nuestro Padre
Crucificado lo hacías,
invadido en la agonía
Pensabas en la agonía,
Pensabas en la otra vida.

Sintiendo el Amor de tu madre
a Ella tu mirabas
Sin perder un instante
tu cuerpo, tú le mostrabas.
Cómo en la Cruz, tu clavado
por el Mandato Divino…
cómo Hijo y como Hombre
a ella tu la dejabas.

Pero la duda te venía,
cómo en tu oración en el huerto
el nudo, tu lo sentías
Y tu voz al viento alzabas
preguntándole tu al Padre
el por qué te abandona .

Mientras la sed
tu clamaba
con ese vino agridulce
que a tus labios acercabas
Derrotado te encontrabas,
que todos está cumplido
La muerte ya se acercaba.

Y levantando
tu mirada al Cielo
en las manos del Supremo
tu Espíritu encomendadas.

Llegando a las tinieblas
tu cuerpo ya se marchaba
que tu alma ya espiraba
dejándonos en el recuerdo…
están tus Siete Palabras

Rafael Cercadillo

 

Salida procesional de las Siete Palabras.

Si no hubiera de nuevo esta situación anómala, a día de hoy por las calles de nuestra ciudad veríamos discurrir una nueva edición de la Procesión de las Siete Palabras con el «paso» del Cristo Yacente y con las últimas Siete Palabras de Cristo de la Cofradía de las Siete Palabras y del Silencio, de los R.R. P.P. Escolapios, y anunciada con «algo así»;

Salida procesional: 19.15 desde el Colegio de los Padres Escolapios, calle Escuelas Pías nº 2 Recorrido: Calle Doce Ligero, Avenida de la Paz, Muro de Cervantes, Portales, Capitán Gallarza, Bretón de los Herreros, Muro de la Mata, Muro del Carmen, Muro de Cervantes, Avenida de la Paz, Doce Ligero hasta colegio de los Padres Escolapios.

 

LAS ÚLTIMAS SIETE PALABRAS DE JESÚS ANTES DE MORIR.

Es la denominación habitual de las siete últimas frases que Nuestro Señor Jesucristo pronunció durante su crucifixión y antes de morir, tal como se recogen en los Evangelios.

  • En los Evangelios de San Mateo y de San Marcos, solo se menciona una de ellas, la cuarta. En el Evangelio de San Lucas se mencionan tres, la primera, segunda y séptima. Y en el de San Juan, el evangelista y apóstol más próximo a Jesús, hace mención a las tres restantes, tercera, quinta y sexta. Su orden es tradicional, no puede determinarse su orden cronológico pero pudiera ser este:
  • Padre, perdónalos porque no saben lo que hacenPater dimitte illis, non enim sciunt, quid faciunt (Lucas, 23: 34).
  • En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso; o Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el ParaísoAmen dico tibi hodie mecum eris in paradiso (Lucas, 23: 43).
  • Madre, he ahí tu hijo… hijo, he ahí tu madre”; o “Mujer, aquí tienes a tu hijo… Aquí tienes a tu madreMulier ecce filius tuus … ecce mater tua (Juan, 19: 26-27).
  • Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonadoDeus meus Deus meus ut quid dereliquisti me (Mateo, 27: 46 y Marcos, 15: 34).
  • Tengo sedSitio (Juan, 19: 28).
  • Todo está hecho; o Todo se ha cumplidoConsummatum est (Juan, 19: 30).
  • Padre, en tus manos encomiendo mi espírituPater in manus tuas commendo spiritum meum (Lucas, 23: 46).

Como “verdaderas palabras” de Jesús, recogidas a lo largo de los Evangelios, fueron traducidas al griego, excepto alguna de ellas que se transcribieron literalmente al hebreo o arameo por los propios evangelistas.

«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen« (Lc 23,34)

Aunque he sido tu enemigo,
mi Jesús: como confieso,
ruega por mí: que, con eso,
seguro el perdón consigo.

Cuando loco te ofendí,
no supe lo que yo hacía:
sé, Jesús, del alma mía
y ruega al Padre por mí.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la cruz para pagar con tu sacrificio la deuda de mis pecados, y abriste tus divinos labios para alcanzarme el perdón de la divina justicia: ten misericordia de todos los hombres que están agonizando y de mí cuando me halle en igual caso: y por los méritos de tu preciosísima Sangre derramada para mi salvación, dame un dolor tan intenso de mis pecados, que expire con él en el regazo de tu infinita misericordia.

«Hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 43)

Vuelto hacia Ti el Buen Ladrón
con fe te implora tu piedad:
yo también de mi maldad
te pido, Señor, perdón.

Si al ladrón arrepentido
das un lugar en el Cielo,
yo también, ya sin recelo
la salvación hoy te pido.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y con tanta generosidad correspondiste a la fe del buen ladrón, cuando en medio de tu humillación redentora te reconoció por Hijo de Dios, hasta llegar a asegurarle que aquel mismo día estaría contigo en el Paraíso: ten piedad de todos los hombres que están para morir, y de mí cuando me encuentre en el mismo trance: y por los méritos de tu sangre preciosísima, aviva en mí un espíritu de fe tan firme y tan constante que no vacile ante las sugestiones del enemigo, me entregue a tu empresa redentora del mundo y pueda alcanzar lleno de méritos el premio de tu eterna compañía.

Hoy estarás conmigo en el Paraiso

«He aquí a tu hijo: he aquí a tu Madre» (Jn 19, 26)

Jesús en su testamento
a su Madre Virgen da:
¿y comprender quién podrá
de María el sentimiento?

Hijo tuyo quiero ser,
sé Tu mi Madre Señora:
que mi alma desde a ahora
con tu amor va a florecer.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y , olvidándome de tus tormentos, me dejaste con amor y comprensión a tu Madre dolorosa, para que en su compañía acudiera yo siempre a Ti con mayor confianza: ten misericordia de todos los hombres que luchan con las agonías y congojas de la muerte, y de mí cuando me vea en igual momento; y por el eterno martirio de tu madre amantísima, aviva en mi corazón una firme esperanza en los méritos infinitos de tu preciosísima sangre, hasta superar así los riesgos de la eterna condenación, tantas veces merecida por mis pecados.

«Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mt 27, 46)

Desamparado se ve
de su Padre el Hijo amado,
maldito siempre el pecado
que de esto la causa fue.

Quién quisiera consolar
a Jesús en su dolor,
diga en el alma: Señor ,
me pesa: no mas pecar.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz y tormento tras tormento, además de tantos dolores en el cuerpo, sufriste con invencible paciencia la mas profunda aflicción interior, el abandono de tu eterno Padre; ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y de mí cuando me haye también el la agonía; y por los méritos de tu preciosísima sangre, concédeme que sufra con paciencia todos los sufrimientos, soledades y contradicciones de una vida en tu servicio, entre mis hermanos de todo el mundo, para que siempre
unido a Ti en mi combate hasta el fin, comparta contigo lo mas cerca de Ti tu triunfo eterno.

«Tengo sed» (Jn 19, 28)

Sed, dice el Señor, que tiene;
para poder mitigar
la sed que así le hace hablar,
darle lágrimas conviene.

Hiel darle, ya se le ha visto:
la prueba, mas no la bebe:
¿Cómo quiero yo que pruebe
la hiel de mis culpas Cristo?

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y no contento con tantos oprobios y tormentos, deseaste padecer más para que todos los hombres se salven, ya que sólo así quedará saciada en tu divino Corazón la sed de almas; ten piedad de todos los hombres que están agonizando y de mí cuando llegue a esa misma hora; y por los méritos de tu preciosísima sangre, concédeme tal fuego de caridad para contigo y para con tu obra redentora universal, que sólo llegue a desfallecer con el deseo de unirme a Ti por toda la eternidad.

«Todo está consumado» (Jn 19,30)

Con firme voz anunció
Jesús, aunque ensangrentado,
que del hombre y del pecado
la redención consumó.

Y cumplida su misión,
ya puede Cristo morir,
y abrirme su corazón
para en su pecho vivir.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y desde su altura de amor y de verdad proclamaste que ya estaba concluida la obra de la redención, para que el hombre, hijo de ira y perdición, venga a ser hijo y heredero de Dios; ten piedad de todos los hombres que están agonizando, y de mí cuando me halle en esos instantes; y por los méritos de tu preciosísima sangre, haz que en mi entrega a la obra salvadora de Dios en el mundo, cumpla mi misión sobre la tierra, y al final de mi vida, pueda hacer realidad en mí el diálogo de esta correspondencia amorosa: Tú no pudiste haber hecho más por mí; yo, aunque a distancia infinita, tampoco puede haber hecho más por Ti.

En tus manos encomiendo mi espíritu

«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23, 46)

A su eterno Padre, ya
el espíritu encomienda;
si mi vida no se enmienda,
¿en qué manos parará?

En las tuyas desde ahora
mi alma pongo, Jesús mío;
guardaría allí yo confío
para mi última hora.

Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en la Cruz, y aceptaste la voluntad de tu eterno Padre, resignando en sus manos tu espíritu, para inclinar después la cabeza y morir ; ten piedad de todos los hombres que sufren los dolores de la agonía, y de mí cuando llegue esa tu llamada; y por los méritos de tu preciosísima sangre concédeme que te ofrezca con amor el sacrificio de mi vida en reparación de mis pecados y faltas y una perfecta conformidad con tu divina voluntad para vivir y morir como mejor te agrade, siempre mi alma en tus manos.

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