Veneración al Santo Sepulcro

En la tradición de la Semana Santa de Logroño, la veneración del Santo Sepulcro, es uno de los actos que más impresiona y arrastra a la devoción de todos los que ya lo conocen y de los que se acercan por primera vez a él. El acto levanta gran fervor popular y veneración por estar cerca, tocar y pasar diversos objetos por la imagen de Cristo del Santo Sepulcro y que hace “engancharte” y acudir de nuevo, año tras año.

Llegado el momento señalado para ello y cuando el reloj de la Capilla de los Ángeles, de la Concatedral Santa María de La Redonda de Logroño, marca la hora señalada, en medio de un total silencio emocionado a pesar de la abarrotada concurrencia, se da la orden de extraer la sagrada imagen de Cristo de la urna donde se guarda durante todo el año, ya que nada más sale de ella, para este acto tan arraigado en las costumbres de la Semana Santa Logroñesa.

Tras su extracción con todo cuidado, la talla del Cristo yacente es depositada en un pequeño altar sobre cojines negros bordados en dorado. Después de una breve alocución por parte del obispo o en su nombre el canónigo designado, es iniciado por orden el ‘besapiés’ de la talla. Primero las autoridades Eclesiásticas, autoridades civiles y acto seguido, se abren las puertas de la Capilla a los cientos de logroñeses que, desde mucho antes de que diera comienzo el acto, ya aguardaban su turno para pasar ante el Cristo, una talla donada en 1694 a la ciudad por el capitán Gabriel de Unsain, regidor perpetuo de Logroño, al entonces templo colegial de Santa María la Redonda. Desde ese momento, según marca la tradición, han comenzado a desfilar los ciudadanos quienes, además de besar o tocar la imagen, suelen pasar diversos objetos por el Cristo, como pañuelos, llaves y joyas, acercan a bebés de corta edad, etc.

La imagen de Cristo muerto, es una de las buenas de su época. Fue perfecto su estudio anatómico, su libertad de formas y su gran elegancia, propia del arte barroco, así como por su perfecta y real policromía pudiendo haber salido de la escuela sevillana, quizás del taller de Pedro Roldan, aunque no hay constancia segura y documentada de su origen.

Con fecha 20 de Marzo de 1.694, el Capitán Don Gabriel de Unsain, ante el escribano Don Matías de Legaría, otorga la escritura de donación del Santo Sepulcro con la imagen de Cristo muerto y la imagen de Nuestra Señora de la Soledad. Junto a las imágenes también dona una urna sepulcral compuesta por una caja prismática, rectangular, de madera rica de ébano, chapeada de concha de carey de las tortugas del Pacífico, con molduras negras y aplicaciones de concha, flanqueadas en las aristas verticales con columnitas salomónicas de capitel corintio en plata y coronadas en pedestalitos para jarritas con flores, azucenas, de plata también. En estos remates, encaja la tapa de forma piramidal, y todo este conjunto está cerrado por una fina cristalería de cristal de roca. Lleva cuatro chapas de plata repujadas que tienen la siguiente leyenda cada una; Mirando la urna desde los pies de la imagen, frente a la izquierda «DIOLO Y DOTÓLO EL CAPITÁN DOM GABRIEL DE UNSAIN»; a los pies: «REGIDOR PERPETUO DE ESTA CIUDAD»; frente a la derecha “Y FAMILIAR DEL SANTO OFICIO DE LA INQUISICIÓN»; Y cabeza «AÑO DE 1.694».

Así mismo, dona también una hechura de la Santa Cruz para poner crucificado el cuerpo de Jesús; varias almohadas de terciopelo negro bordado con dibujos para poner el Sagrado Cuerpo dentro de la urna; unas andas de pino para llevar cada imagen en procesión; ocho muletas con sus hierros y encajes para llevar a hombros las andas con ocho almohadillas y un tablado para que se ejecute la función del descendimiento.

Por la misma escritura se hace entrega de quinientos ducados, de los cuales trescientos se impondrán en las mejores fincas para que con sus frutos o rentas se sufraguen los gastos de la Semana Santa. Los otros doscientos ducados se emplearán en fabricar o componer la capilla-nicho y altar en que se ha de colocar el Santo Sepulcro. Para su guardia y custodia se ha de poner una reja con una cerradura de dos llaves distintas, una de las cuales ha de tener el Cabildo y la otra, don Gabriel de Unsain o su hermano don Blas.

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