Para terminar esta serie de artículos sobre amor y sexualidad desde la óptica cristiana, me faltaría hablarles, a la luz de todo lo anteriormente dicho, de lo que significa “amar con el cuerpo” y de la “fertilidad”.
Amar con el cuerpo, en el contexto del amor maduro, ese que asume la entrega incondicional y la apertura a la vida, es una experiencia bellísima contrastada por psicólogos y sexólogos, fuente de plenitud y alegría, que responde a la naturaleza del corazón humano y que aporta gran solidez a la personalidad del individuo. Pero no tengo espacio para desarrollar la explicación pertinente. Así que les recomiendo que profundicen en el tema, sin miedo a aburrirse ni a aprender, leyendo los libros que he ido sugiriendo durante estos artículos y los que hoy propongo.
Tampoco voy a entrar en el asunto de la fertilidad porque ya he desarrollado el tema en esta sección. (Véanse en www.iglesiaenlarioja.org los números de Pueblo de Dios que versaban sobre anticoncepción y venéreas). Sin embargó, sí les diré lo siguiente: la postura católica de acoger a los hijos que van llegando, guiados por el amor responsable, aferrados a la esperanza del potencial que encierra cada bebé en ciernes, partiendo del hecho de que concebir un hijo no es lo mismo que pillar el sida – aunque ambas cosas puedan sucederse tras mantener una relación sexual -, es ¡liberadora!
Por otro lado, tener las ideas claras en este punto no sólo es muy positivo sino que evitaría la aniquilación de millones de vidas humanas, de modo que les brindaré cinco titulares:
1) La fertilidad no es el mayor peligro mientras no deseamos hijos, y un derecho absoluto cuando sentimos la necesidad de ser padres. “No sé si el niño necesita madre o padre, pero yo, ahora, necesito un hijo”.
2) La vida es un bien presente y futuro (no se acaba). Por eso merece la pena difundirla con generosidad y responsabilidad. De hecho, estamos llamados a transmitirla. Dado que hablamos de sexualidad, concretaría diciendo: cuando alcancemos la madurez, en la medida de nuestras posibilidades, confiando en Dios.
Nuestro Padre – y Creador – decidió otorgarnos el privilegio de participar en su obra dándonos inteligencia, facultades y autoridad para decidir sobre ella. Fue su manera de implicarnos en su labor creadora. Estamos llamados a ordenar, perfeccionar y completar SU universo que, en virtud de la filiación divina, también es NUESTRO. Y en el colmo de su orgullo, amor y confianza paternos, incluso nos regaló la potestad de engendrar vida poniendo una sola condición: que fuera por amor. A cabio, el fruto de ese amor no sería una bacteria o un cetáceo más, sino la criatura más frágil y maravillosa, un nuevo heredero de Dios, un nuevo hombre.
3) El óvulo femenino, una vez desprendido, sólo es fértil entre 12 y 24 horas. Luego muere. Si el varón es fértil 24 horas al día durante toda su vida, la fertilidad no es, sobre todo, una competencia femenina.
4) Hay varias técnicas seguras para conocer los tiempos de fertilidad de cada matrimonio. Si Dios ha establecido un ciclo para la reproducción humana y nos ha dado inteligencia para comprenderlo, es para que lo usemos bien.
5) Siempre que optemos por algo, debemos hacerlo en libertad, con razones para la cabeza y para el corazón. Dios no tiene por objeto complicarnos la vida. No era esa su intención al establecer el sexto y noveno mandamientos. Aunque en ocasiones nos cueste obedecer la voluntad de Dios, sobre todo al principio, cumplirla con amor acaba por llenarnos de gozo. De hecho, pude decirse que existe un auténtico placer en llevar a cabo el bien que Dios nos inspira.
MartaCM
Recomendaciónes bibliográficas:
La misericordia en la educación afectivo – sexual. Autora: Nieves GONZÁLEZ RICO. Fundación Desarrollo y Persona. Editorial CEPE, 2014.
La aventura de la castidad (Edición católica) – Encontrar satisfacción con la ropa puesta. Autora: Dawn Eden. Editorial, Grupo Nelson, 2008.
Dawn Eden es ex historiadora de rock y editora de noticias del Daily News, Nueva York. Fue judía, luego se convirtió al protestantismo y, más tarde, al catolicismo. Siendo protestante, escribió un libro con este título que tuvo mucho éxito. Una vez convertida, reescribió su obra a la luz de la doctrina católica.
La autora afirma que las virtudes nunca son negativas, y que la castidad en concreto nos permite amar completa y satisfactoriamente en función de nuestras relaciones y según nuestro estado de vida. “Castidad es amar a los demás como Dios los ama” (Dawn Eden).