¿Quién fue el carpintero, José de Nazaret?

En el Plan Reconciliador de Dios con la humanidad, José de Nazaret, tuvo un papel esencial: Dios le encomendó la gran responsabilidad y privilegio de ser el padre adoptivo y terrenal de su propio Hijo, y de ser esposo virginal de la Virgen María.

 

San José pues, es el santo custodio de la Sagrada Familia y la persona que más cerca está de Jesús y de la Santísima Virgen María.

Jesús, quién fue engendrado en el vientre virginal de la Virgen María por obra del Espíritu Santo, es Hijo de Dios, pero José lo adoptó amorosamente y Jesús se sometió a él como un buen hijo ante su padre. ¡Cuánto influenció José en el desarrollo humano del niño Jesús! ¡Qué perfecta unión existió en su ejemplar matrimonio con María!

San Jose

Según los Evangelios, era artesano carpintero de oficio, profesión que habría enseñado a su hijo, de condición humilde, aunque San Mateo y San Lucas lo presentan como perteneciente a la estirpe del Rey David.

Hijo descendiente de Jacob e hijo de Helí. Nace en Belén, ciudad del Rey David del que era descendiente y después vive en Nazaret. De profesión carpintero, y San Justino lo confirma, así como la tradición ha aceptado esta interpretación de su oficio. Nuestro Señor Jesús fue llamado “Hijo de José”, “el carpintero” (Jn 1,45; 6,42; Lc 4,22).

El evangelio de San Mateo (1: 18-24) muestra parte del drama que debió de vivir José de Nazaret al saber que María estaba embarazada. Iba a repudiarla en secreto porque era hombre bueno de corazón y justo, no queriendo fuera apedreada según lo dispuesto en la Ley.

 

Un ángel del Señor, le manifestó en sueños que el niño que María había concebido, era por obra del Espíritu Santo y que su hijo «salvaría a su pueblo de sus pecados», por lo que José, ya no tuvo ninguna duda y aceptó a María (Mateo 1: 20-24)

Pero José de Nazaret, es el gran olvidado por nosotros ó por lo menos por la gran mayoría. Durante siglos a San José se le ha “separado” de hecho de su esposa María. Basta con mirar muchas de nuestras iglesias: María está y reina en lugar destacado, en el presbiterio, a veces incluso más visible que la cruz de Cristo. San José en cambio, cuando hay suerte, está en una capilla lateral oscura y llena de polvo.

Ella, Madre de Jesús Nuestro Señor, mi Madre, nuestra Madre, llenando oraciones, fiestas litúrgicas, diversidad de cantos, bellísimas obras de arte, esculturas excepcionales… San José, pintado como un viejo durante siglos, sin aparecer incluso en muchos villancicos…

Quizás la Virgen María y Jesús su hijo, pudieran estar un poco enojados con nosotros, por no darle la debida atención y culto. Por suerte la devoción popular fue avanzando y comenzó en el siglo XVI a venerar a San José como se merece este hombre bueno y justo. A la Sagrada Familia no podemos cantarla por separado: Jesús por un lado, María por otro y José…para quien se acuerde ¿Cuántas veces Jesús adolescente no entraría en una casa diciendo “vengo de parte de mi padre” refiriéndose a José al igual que de mayor lo dijo para referirse a su otro Padre y a su misión?

Cuantas y cuantas fiestas de los diferentes pueblos llevan el nombre de María. Cuantas fechas del calendario son para María y solamente un par de ellos, uno de ellos además en muchos lugares, ni festivo para San José…

De siempre se dice que a Dios se llega por María y es verdad, pero también se debe de ir por José, pues en cualquier situación de nuestra vida a través de José, a su lado encontraremos siempre a María. Y en sus brazos al Niño. Que de ahí le viene a José la grandeza: Dios se acurrucó en sus brazos para dormir tranquilo…

Las principales fuentes de información sobre la vida de San José son los primeros capítulos del evangelio de Mateo y de Lucas. En los relatos no conocemos palabras expresadas por él, tan sólo conocemos sus obras, sus actos de fe, amor y de protección como padre responsable del bienestar de su amadísima esposa y de su excepcional Hijo.

Es un caso excepcional en la Biblia: un santo al que no se le escucha ni una sola palabra. Es, pues, el “Santo del silencio”.

Su santidad se irradiaba desde antes de los desposorios. Es un “escogido” de Dios; desde el principio recibió la gracia de discernir los mandatos del Señor. No es que haya sido uno de esos seres que no pronunciaban palabra, fue un hombre que cumplió aquel mandato del profeta antiguo: “sean pocas tus palabras”. Es decir, su vida sencilla y humilde se entre cruzaban con su silencio integral, que no significa mero mutismo, sino el mantener todo su ser encauzado a cumplir el Plan de Dios. San José, patrono de la vida interior, nos enseña con su propia vida a orar, a amar, a sufrir, a actuar rectamente y a dar gloria a Dios con toda nuestra vida.

Su libre cooperación con la gracia divina hizo posible que su respuesta sea total y eficaz. Dios le dio la gracia especial según su particular vocación y, al mismo tiempo, la misión divina excepcional que Dios le confió requirió de una santidad proporcionada.

Se ha tratado de definir muchas veces las virtudes de San José: “Brillan en él, sobre todo las virtudes de la vida oculta: la virginidad, la humildad, la pobreza, la paciencia, la prudencia, la fidelidad que no puede ser quebrantada por ningún peligro, la sencillez y la fe; la confianza en Dios y la más perfecta caridad. Guardó con amor y entrega total, el depósito que se le confiara con una fidelidad propia al valor del tesoro que se entrega a  custodia en sus manos.”

San José es también modelo incomparable, después de Jesús, de la santificación del trabajo corporal. Por eso la Iglesia ha instituido la fiesta de S. José Obrero, celebrada el 1 de mayo, presentándole como modelo sublime de los trabajadores manuales.

La concepción del Verbo divino en las entrañas virginales de María se hizo en virtud de una acción milagrosa del Espíritu Santo. Este hecho es narrado por el Evangelio y constituye uno de los dogmas fundamentales de nuestra fe católica: la virginidad perpetua de María. En virtud a ello, San José a recibido diversos títulos: padre nutricio, padre adoptivo, padre legal, padre virginal; pero ninguna en si encierra la plenitud de la misión de José en la vida de Jesús.

San Jose de Nazaret

San José ejerció sobre Jesús la función y los derechos que corresponden a un verdadero padre, del mismo modo que ejerció sobre María, virginalmente, las funciones y derechos de verdadero esposo. Ambas funciones constan en el Evangelio. Al encontrar al Niño en el Templo, la Virgen reclama a Jesús: ”Hijo, porque has obrado así con nosotros? Mira que tu padre y yo, apenados, te buscábamos”. María nombra a San José dándole el título de padre, prueba evidente de que él era llamado así por el propio Jesús, pues miraba en José el reflejo y la representación auténtica de su Padre Celestial.

La relación de esposos que sostuvo José con María, es ejemplo para todo matrimonio; ellos nos enseñan que el fundamento de la unión conyugal está en la comunión de corazones en el amor divino. Para los esposos, la unión de cuerpos debe ser una expresión de ese amor y por ende un don de Dios. San José y María Santísima, sin embargo, permanecieron vírgenes por razón de su privilegiada misión en relación a Jesús. La virginidad, como donación total a Dios, nunca es una carencia; abre las puertas para comunicar el amor divino en la forma más pura y sublime. Dios habitaba siempre en aquellos corazones puros y ellos compartían entre sí los frutos del amor que recibían de Dios.

Desde su unión matrimonial con María, José supo vivir con esperanza en Dios la alegría y el dolor, fruto de los sucesos de la vida diaria.

En Belén tuvo que sufrir con la Virgen, la carencia de albergue hasta tener que tomar refugio en un establo. Allí nació Jesús, Hijo de Dios. El atendía a los dos como si fuese el verdadero padre. Como sería su estado de admiración a la llegada de los pastores, los ángeles y más tarde los magos de Oriente. Referente a la Presentación de Jesús en el Templo, San Lucas nos dice: “Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él”.

Después de la visita de los magos de Oriente, Herodes el tirano, lleno de envidia y obsesionado con su poder, quiso matar al niño. José, de nuevo, escuchó el mensaje de Dios transmitido por un ángel: “Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle”. José obedeció y tomo responsabilidad por la familia que Dios le había confiado. Por este motivo, tuvieron que vivir José, María y el Niño en el exilio de Egipto.

Sagrada Familia

Esto representaba dificultades muy grandes: la Sagrada familia, siendo extranjera, no hablaba el idioma, no tenían el apoyo de familiares o amigos, serían víctimas de prejuicios, dificultades para encontrar empleo y la consecuente pobreza. José aceptó todo eso por amor sin exigir nada, siendo modelo ejemplar de esa amorosa obediencia que como hijo debe a su Padre en el cielo.

Se ignora la fecha de su muerte, aunque se acepta que José de Nazaret murió cuando Jesucristo tenía ya más de 12 años pero antes del inicio de su predicación. Se llega a esta aceptación pues en el evangelio de San Lucas (2: 41-50) menciona a «los padres» de Jesús cuando éste ya cuenta con 12 años, pero no se menciona a José de Nazaret en los Evangelios canónicos durante el ministerio público de Jesús, por lo que se presume que murió antes de que éste tuviera lugar.

También por ello, es lo más probable que San José hubiera muerto antes del comienzo de la vida pública de Jesús ya que no estaba presente en las bodas de Caná ni se habla más de él. De estar vivo, San José hubiese estado sin duda al pie de la Cruz con María. La entrega que hace Jesús de su Madre a San Juan da también a entender que ya San José estaba muerto.

Según San Epifanius, San José murió ya mayor y el Venerable Beda dice que fue enterrado en el Valle de Josafat.

El Papa Pío IX, atendiendo a las innumerables peticiones que recibió de los fieles católicos del mundo entero, y, sobre todo, al ruego de los obispos reunidos en el concilio Vaticano I, declaró y constituyó a San José, Patrono Universal de la Iglesia, el 8 de diciembre de 1870.

¿Qué mejor guardián o patrón va a darle Dios a su Iglesia? pues el que fue el protector de su propio Hijo, el Niño Jesús y de María.

Cuando Dios decidió fundar la familia divina en la tierra, eligió a San José para que sea el protector y custodio de su Hijo; para cuando se quiso que esta familia continuase en el mundo, esto es, de fundar, de extender y de conservar la Iglesia, a San José se le encomienda el mismo oficio. Un corazón que es capaz de amar a Dios como hijo y a la Madre de Dios como esposa, es capaz de abarcar en su amor y tomar bajo su protección a la Iglesia entera, de la cual Jesús es cabeza y María es Madre.

Una de las más fervientes propagadoras de la devoción a San José fue Santa Teresa de Ávila. En el capítulo sexto de su vida, escribió uno de los relatos más bellos que se han escrito en honor a este santo: “Tomé por abogado y protector al glorioso San José, y encomiéndeme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad, como de otras mayores, este padre y señor mío me saco con más bien de lo que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa tan grande las maravillosas mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; de este santo tengo experiencia que socorre en todas las necesidades, y es que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, que como tenia nombre de padre, y le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide. Querría yo persuadir a todos que fuesen devotos de este glorioso santo por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios”.

Otros santos que también propagaron la devoción a San José fueron San Vicente Ferrer, Santa Brígida, San Bernardino de Siena (que escribió en su honor muy hermosos sermones) y San Francisco de Sales, que predicó muchas veces recomendando la devoción al Santo Custodio.

Sigamos el ejemplo de “las almas más sensibles a los impulsos del amor divino”, las cuales “ven con razón en José un luminoso ejemplo de vida interior” dijo el Papa SAN JUAN PABLO II,

San José

 

ESLABÓN DE CADENA

Eres José, de María, esposo.
Silencio en medio del ruido
que nos trae, nos descubre y nos lleva al Salvador.
Eres prudencia, cuando sin verlo todo claro,
ves más allá de la nube de la incertidumbre
cuando Dios habla en horas inciertas y amargas.
Eres sencillez que, en los compases complicados,
nos descubres que la vida hay que tejerla
con las agujas de la humildad y de la docilidad.
Que, sólo desde él la apertura de miras,
se puede llegar a comprender que Dios
lejos de pedir imposibles
convierte en real lo que para nosotros es inalcanzable.
Eres, José, eslabón de una cadena pretérita
que se hace fuerte en su Anunciación
se rompe en la noche del nacimiento de Cristo
y fiel en los momentos de su predicación.
Eres, José, oído que escucha y labios que callan
pies que caminan en lo desconocido
y corazón que ama sin saber por qué en verdad amar.
Eres, José, pensamiento que en el cielo descansa
y, además, reflexión que todo lo aclara.
Con razón, José, no hay deseo que tú no lo alcances.
Sabes, como nadie, cómo llegar al Corazón de Cristo
y, en ese corazón, depositar las oraciones
de los que ni somos sencillos ni obedientes
ni, tal vez, soñadores con lo que tú soñaste.
Dirígenos, hombre de calma y paz,
para, en ese silencio, a Dios poder encontrar.
Cadena, eres José, que une lo humano y lo divino
lo imposible con lo certero
las lágrimas con el consuelo
las dudas con los dulces y divinos sueños.
Siempre, entre bambalinas, en lugar apartado
eres reflejo de lo que debe ser un gran santo:
siempre escondido
para que Dios brille en todo su esplendor.

D. Javier Leoz Ventura
Delegado Religiosidad Popular
Diócesis de Pamplona

 

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