San Juan Bosco

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Juan Melchor Bosco Occhiena  (Giovanni Melchiorre), nace en 1815, junto a Castelnuovo, diócesis de Turín. Es el menor de los hijos de un matrimonio campesino piamontés. Su infancia es muy dura, pues su padre muere cuando Juan tenía apenas dos años y medio. Es su madre, Margarita, analfabeta y muy pobre, pero santa y laboriosa mujer, quien debió luchar mucho para sacar adelante a sus hijos, y en especial de la educación de Juan.

 

A los nueve años de edad, tiene un sueño que nunca olvidará. Detrás vendrán muchos otros, pero es en este primero donde se le revela su vocación. Más adelante, en todos los períodos críticos de su vida, otras visiones del cielo le indicarán siempre el camino que deberá seguir.

 

En aquel primer sueño, vio una multitud de chiquillos que se peleaban entre sí y blasfemaban. Intenta separarlos y hacer la paz, primero con exhortaciones y después con los puños. En eso estaba cuando se le apareció Nuestro Señor y le dijo: «¡No, no; tienes que ganártelos con la mansedumbre y el amor!» Le dejó también como Maestra a su Madre la Santísima Virgen, quien al instante se le apareció y le dijo: «Toma tu cayado de pastor y guía a tus ovejas». Cuando la Señora pronunció estas palabras los niños se convirtieron primero, en bestias feroces y luego en ovejas.

 

Durante las semanas que vivió con una tía que prestaba servicios en casa de un sacerdote, Juan Bosco aprendió a leer. Tenía un gran deseo de ser sacerdote, pero hubo de vencer numerosas dificultades antes de poder empezar sus estudios. A los dieciséis años, ingresó finalmente en el seminario de Chieri y era tan pobre, que debía mendigar para reunir el dinero y los vestidos indispensables.

 

El alcalde del pueblo le regaló el sombrero, el párroco la chaqueta, uno de los parroquianos el abrigo y otro, un par de zapatos. Después de haber recibido el diaconado, Juan Bosco pasó al seminario mayor de Turín y ahí empezó, con la aprobación de sus superiores, a reunir los domingos a un grupo de chiquillos y mozuelos abandonados de la ciudad.

 

Una vez ordenado sacerdote, empleó todas sus energías en la educación de los jóvenes. Sus grandes amores que fundamentan su espiritualidad: La Eucaristía, la Virgen María, la Iglesia, la fidelidad al Santo Padre, la juventud.

 

El sueño terminó, pero desde aquel momento Juan Bosco comprendió que su vocación era ayudar a los niños pobres, y empezó inmediatamente a enseñar el catecismo y a llevar a la iglesia a los chicos de su pueblo. Para ganárselos, acostumbraba ejecutar ante ellos toda clase de acrobacias, en las que llegó a ser muy ducho. Un domingo por la mañana, un acróbata ambulante dio una función pública y los niños no acudieron a la iglesia; Juan Bosco desafió al acróbata en su propio terreno, obtuvo el triunfo, y se dirigió victoriosamente con los chicos a la misa.

 

“Ese es el Padre que siempre está alegre. El Padre de los cuentos bonitos” le decían los jóvenes muchachos de la calle, a los que él ayudaba.

 

Su sonrisa estaba siempre en su rostro. Nadie le vió jamás de mal humor y nunca se le escuchó una palabra dura o humillante. Hablar con él, era hacerse desde el principio amigo suyo para toda la vida.

 

El Señor le concedió también el don de dar buenos consejos. Cualquier persona se acercaba al santo para solicitarle consejo y cualquier cosa que aconsejaba, cambiaba a las personas.

 

José Cafasso, también canonizado, sacerdote de la parroquia anexa al seminario mayor de Turín, confirmó a Juan Bosco en su vocación, explicándole que Dios no quería que fuese a las misiones extranjeras, diciéndole «Desempaca tus bártulos y prosigue tu trabajo con los chicos abandonados. Eso y no otra cosa es lo que Dios quiere de ti».

 

El mismo San José Cafasso, le ayudo a ponerse en contacto con personas adineradas que podrían ayudarle con limosnas para su obra, y le mostró las prisiones y los barrios bajos en los que encontraría suficientes “clientes” para aprovechar los donativos de esas personas.

 

El primer puesto que ocupó Don Bosco fue el de capellán auxiliar en una casa de refugio para muchachas, que había fundado la marquesa di Barola, rica y caritativa mujer que socorrió a Silvio Pellico cuando éste salió de la prisión.

 

Los domingos, Don Bosco no tenía trabajo de modo que podía ocuparse de sus chicos, a los que consagraba el día entero en una especie de escuela y centro de recreo, que él llamó «Oratorio Festivo».

 

Pero muy pronto, la marquesa le negó el permiso de reunir a los niños en sus terrenos, porque hacían ruido y destruían las flores. Durante un año, Don Bosco y sus chiquillos anduvieron buscando nuevos lugares, pero nadie los quería cerca porque nadie aceptaba a ese pequeño ejército de más de un centenar de revoltosos muchachos.

 

Cuando Don Bosco consiguió alquilar un viejo granero, y todo empezaba a solucionarse, la señora marquesa, que a pesar de su generosidad tenía algo de autócrata, le exigió que escogiera entre quedarse con su tropa de muchachos o con su puesto en el refugio para muchachas. Sin dudarlo, Don Bosco escogió a sus chicos.

 Don Juan Bosco

Fueron momentos muy críticos a los que hubo que sumar otras muchas complicaciones, entre ellas, le sobrevino una pulmonía que estuvo a punto de costarle la vida. Una vez repuesto de ella, se fue a vivir a unos humildes cuartuchos miserables de su nuevo oratorio. Allí estuvo acompañado de su madre quien se entregó en cuerpo y alma, en ayudarle a consolidar y extender su obra.

 

Dio forma acabada a una escuela nocturna, que había inaugurado el año precedente, y como el oratorio estaba lleno a reventar, abrió otros dos centros en otros tantos barrios de Turín.

 

Por la misma época, empezó a dar alojamiento a los niños abandonados. En poco tiempo había ya, mas de treinta o cuarenta chicos, la mayoría aprendices, que vivían con Don Bosco y su madre en el barrio de Valdocco. Los chicos llamaban a la madre de Don Bosco «Mamá Margarita».

 

Con todo, Don Bosco cayó pronto en la cuenta que todo el bien que hacía a sus chicos se perdía con las malas influencias del exterior, y decidió construir sus propios talleres de aprendizaje. Los dos primeros: el de los zapateros y el de los sastres, fueron inaugurados en 1853.

 

El siguiente paso fue construir una iglesia, consagrada a San Francisco de Sales. Después vino la construcción de una casa para la enorme familia. El dinero no faltaba, a veces, por verdadero milagro. Don Bosco distinguía dos grupos entre sus chicos: el de los aprendices, y el de los que daban señales de una posible vocación sacerdotal. Al principio iban a las escuelas del pueblo; pero con el tiempo, cuando los fondos fueron suficientes, Don Bosco instituyó los cursos técnicos y los de primeras letras en el oratorio.

 

En 1856, había ya 150 internos, cuatro talleres, una imprenta, cuatro clases de latín y diez sacerdotes. Los externos eran quinientos. Con su extraordinario don de simpatía y de leer los corazones, Don Bosco ejercía una influencia ilimitada sobre sus chicos, de suerte que podía gobernarles con aparente indulgencia y sin castigos, para gran escándalo de los educadores de su tiempo.

 

Veía en sueños el estado exacto de la conciencia de sus discípulos y después los llamaba y les hacía una descripción tan completa de los pecados que ellos habían cometido, que muchos aclamaban emocionados: «Si hubiera venido un ángel a contarle toda mi vida no me habría hablado con mayor precisión» .

 

Se gana de tal manera el cariño de los jóvenes, que es difícil encontrar en toda la historia de la humanidad, después de Jesús, un educador que haya sido tan amado como Don Bosco. Los jóvenes llegaban hasta pelear unos contra otros afirmando cada uno que a él lo amaba el santo más que a los demás.

 

Además de este trabajo, Don Bosco se veía asediado de peticiones para que predicara; la fama de su elocuencia se había extendido enormemente a causa de los milagros y curaciones obradas por la intercesión del santo.

 

Otra forma de actividad, que ejerció durante muchos años, fue la de escribir libros para el gusto popular, pues estaba convencido de la influencia de la lectura. Él decía que Dios lo había enviado al mundo para educar a los jóvenes pobres y para propagar buenos libros, los cuales, además eran sumamente sencillos y fáciles de entender. «Propagad buenos libros, decía Don Bosco. Sólo en el cielo sabréis el gran bien que produce una buena lectura». Unas veces se trataba de una obra de apologética, otras de un libro de historia, de educación o bien de una serie de lecturas católicas. Este trabajo le robaba gran parte de la noche y al fin, tuvo que abandonarlo, porque sus ojos empezaron a debilitarse.

 

El mayor problema de Don Bosco, durante largo tiempo, fue el de encontrar colaboradores. Muchos jóvenes sacerdotes entusiastas, ofrecían sus servicios, pero acababan por cansarse, ya fuese porque no lograban dominar los métodos impuestos por Don Bosco, o porque carecían de su paciencia para sobrellevar las travesuras de aquel tropel de chicos mal educados y frecuentemente viciosos, o porque perdían la cabeza al ver que el santo se lanzaba a la construcción de escuelas y talleres, sin contar con un céntimo.

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En 1850, no quedó al lado de Don Bosco, más que un solo colaborador y esto le animó a preparar, por sí mismo, a sus futuros colaboradores. Y así fue como Santo Domingo Savio´, ingresó en el oratorio, en 1854.

 

Don Bosco había acariciado siempre la idea, más o menos vaga, de fundar una congregación religiosa. Después de algunos descalabros, consiguió por fin formar ese pequeño núcleo. Uno de los asistentes escribió: “En la noche del 26 de enero de 1854, nos reunimos en el cuarto de Don Bosco”.

 

Entre los asistentes se hallaban, Cagliero, Rocchetti, Artiglia y Rua. Y así llegaron a la conclusión de que, con la ayuda de Dios, entrarían en un período de trabajos prácticos de caridad para ayudar al prójimo, y al final de ese período, estarían en libertad de adherirse con una promesa, que más tarde podría transformar en voto.

 

Desde aquella noche, recibieron el nombre de Salesianos todos los que se consagraron a tal forma de apostolado. Naturalmente, el nombre provenía del gran obispo de Ginebra, San Francisco de Sales (el «Santo de la amabilidad»).

 

El momento no parecía muy oportuno para fundar una nueva congregación, pues el Piamonte no había sido nunca más anticlerical que entonces. Los jesuitas y las Damas del Sagrado Corazón habían sido expulsados; muchos conventos habían sido suprimidos y, cada día, se publicaban nuevas leyes que coartaban los derechos de las órdenes religiosas.

 

Sin embargo, fue el ministro Rattazzi, uno de los que más parte había tenido en la legislación, quien urgió un día a Don Bosco a fundar una congregación para perpetuar su trabajo y le prometió su apoyo ante el rey.

 

En diciembre de 1859, Don Bosco y sus veintidos compañeros decidieron finalmente organizar la congregación, cuyas reglas habían sido aprobadas por Pío IX. Pero la aprobación definitiva no llegó sino hasta quince años después, junto con el permiso de ordenación para los candidatos del momento. La nueva congregación creció rápidamente: en 1863 había treinta y nueve salesianos.

 

El siguiente paso de Don Bosco fue la fundación de una congregación femenina, encargada de hacer por las niñas lo que los Salesianos hacían por los niños. La congregación quedó inaugurada en 1872, con la toma de hábito de veintisiete jóvenes, entre ellas, Santa María Dominga Mazzarello, que fue la cofundadora, a las que el santo llamó Hijas de Nuestra Señora, Auxilio de los Cristianos (o Hijas de María Auxiliadora). La nueva comunidad se desarrolló casi tan rápidamente como la anterior y emprendió, además de otras actividades, la creación de escuelas de primera enseñanza en Italia, Brasil, Argentina y otros países. Hoy en día son dieciséis mil, en setenta y cinco países.

 

Para completar su obra, Don Bosco organizó a sus numerosos colaboradores del exterior en una especie de tercera orden, a la que dio el título de Colaboradores Salesianos. Se trataba de hombres y mujeres de todas las clases sociales, que se obligaban a ayudar en alguna forma a los educadores salesianos.

 

El sueño o visión que tuvo Don Bosco en su juventud marcó toda su actividad posterior con los niños. Todo el mundo sabe que para trabajar con los niños, hay que amarlos; pero lo importante es que ese amor se manifieste en forma comprensible para ellos.

 

Ahora bien, en el caso de Don Bosco, el amor era evidente, y fue ese amor el que le ayudó a formar sus ideas sobre el castigo, en una época en que nadie ponía en tela de juicio las más burdas supersticiones acerca de ese punto.

 

Los métodos de Don Bosco consistían en desarrollar el sentido de responsabilidad, en suprimir las ocasiones de desobediencia, en saber apreciar los esfuerzos de los chicos, y en una gran amistad. En 1877 escribía: «No recuerdo haber empleado nunca un castigo propiamente dicho. Por la gracia de Dios, siempre he podido conseguir que los niños observen no sólo las reglas, sino aun mis menores deseos». Pero a esta cualidad se unía la perfecta conciencia del daño que puede hacer a los niños un amor demasiado indulgente, y así lo repetía constantemente Don Bosco a los padres.

 

Una de las imágenes más agradables que suscita el nombre de Don Bosco es la de sus excursiones domingueras al bosque, con una parvada de rapazuelos. El santo celebraba la misa en alguna iglesita de pueblo, comía y jugaba con los chicos en el campo, les daba una clase de catecismo, y todo terminaba al atardecer, con el canto de las vísperas, pues Don Bosco creía firmemente en los benéficos efectos de la buena música.

 

El relato de la vida de Don Bosco quedaría trunco, si no hiciéramos mención de su obra de constructor de iglesias. La primera que erigió era pequeña y resultó pronto insuficiente para la congregación. El santo emprendió entonces la construcción de otra mucho más grande, que quedó terminada en 1868. A ésta siguió una gran basílica en uno de los barrios pobres de Turín, consagrada a San Juan Evangelista.

 

El esfuerzo para reunir los fondos necesarios había sido inmenso; al terminar la basílica, el santo no tenía un céntimo y estaba muy fatigado, pero su trabajo no había acabado todavía. Durante los últimos años del pontificado de Pío IX, se había creado el proyecto de construir una iglesia del Sagrado Corazón en Roma, y el Papa había dado el dinero necesario para comprar el terreno. El sucesor de Pío IX se interesaba en la obra tanto como su predecesor, pero parecía imposible reunir los fondos para la construcción.

 

«Es una pena que no podamos avanzar» –dijo el Papa al terminar un consistorio–. «La gloria de Dios, el honor de la Santa Sede y el bien espiritual de muchos fieles están comprometidos en la empresa. Y no veo cómo podríamos llevarla adelante»

–«Yo puedo sugerir una manera de hacerlo» –dijo el cardenal Alimonda.
–«¿Cuál? –preguntó el Papa.
–«Confiar el asunto a Don Bosco».
–»¿Y Don Bosco estaría dispuesto a aceptar?»
–»Yo le conozco bien» –replicó el cardenal–; «la simple manifestación del deseo de Vuestra Santidad será una orden para él».

 

La tarea fue propuesta a Don Bosco, quien la aceptó al punto.

 

Cuando ya no pudo obtener más fondos en Italia, se trasladó a Francia, el país en que había nacido la devoción al Sagrado Corazón. Las gentes le aclamaban en todas partes por su santidad y sus milagros y el dinero le llovía. El porvenir de la construcción de la nueva iglesia estaba ya asegurado; pero cuando se aproximaba la fecha de la consagración, Don Bosco repetía que, si se retardaba demasiado, no estaría en vida para asistir a ella. La consagración de la iglesia tuvo lugar el 14 de mayo de 1887, y San Juan Bosco celebró ahí la misa, poco después.

 

Pero sus días tocaban a su fin. Dos años antes, los médicos habían declarado que el santo estaba completamente agotado y que la única solución era el descanso; pero el reposo era desconocido para Don Bosco. A fines de 1887, sus fuerzas empezaron a decaer rápidamente; la muerte sobrevino el 31 de enero de 1888, cuando apenas comenzaba el día, de suerte que algunos autores escriben, sin razón, que Don Bosco murió al día siguiente de la fiesta de San Francisco de Sales.

 San Juan Bosco

Su cuerpo permanece incorrupto en la Basílica de María Auxiliadora en Turín, Italia.

 

Sus últimas recomendaciones fueron: «Propagad la devoción a Jesús Sacramentado y a María Auxiliadora y veréis lo que son milagros. Ayudad mucho a los niños pobres, a los enfermos, a los ancianos y a la gente más necesitada, y conseguiréis enormes bendiciones y ayudas de Dios. Os espero en el Paraíso».

 

Cuarenta mil personas desfilaron ante su cadáver en la iglesia, y sus funerales fueron una especie de marcha triunfal, porque toda la ciudad de Turín salió a la calle durante tres días a honrar a Don Bosco por última vez.

 

En el momento de su muerte, la congregación tenía veintiséis casas en el Nuevo Mundo y treinta y ocho en Europa. Las instituciones salesianas en la actualidad comprenden escuelas de primera y segunda enseñanza, seminarios, escuelas para adultos, escuelas técnicas y de agricultura, talleres de imprenta y librería, hospitales, etc., sin omitir las misiones extranjeras y el trabajo pastoral. Las plazas escolares se cuentan por millares: Diecisiete mil en 105 países, con 1,300 colegios y 300 parroquias, y se hallan establecidos en todo el mundo.

 

Fueron tantos los milagros conseguidos al encomendarse a Don Bosco, que el Sumo Pontífice lo canonizó cuando apenas habían pasado cuarenta y seis años de su muerte (en 1934) y lo declaró Patrono de los que difunden buenas lecturas y «Padre y maestro de la juventud».

 

Fue beatificado el 2 de junio de 1929 y canonizado el 1 de abril de 1934 por el Papa Pío XI, a tan sólo 46 años después de su muerte en 1888 y el papa Juan Pablo II, le concedió  el título de «Padre, Maestro y Amigo de los Jóvenes».

 

Provincias, parques, calles, teatros, museos, universidades y sobre todo colegios llevan su nombre en todos los rincones del planeta. Está nominado al título de Doctor de la Iglesia.

 

En la actualidad, la Familia Salesiana, es uno de los grupos católicos más numerosos del mundo y existen obras de Don Bosco en 130 naciones.

2 Respuestas a “San Juan Bosco”

  1. Fue un gran hombre, y yo he conocido gente maravillosa en la congregación, mujeres y hombres que siguen su ejemplo. Pero es una pena que también la soberbia anide en el corazon de salesianos de cargo. Ya sabemos hay de cargo y de carga. Es una pena.
    Pero enhorabuena por los que saben seguir su ejemplo.
    Me imagino que al tener crítica no se incluirá.

  2. Curse cuarto, quinto y sexto grado en «mi» colegio Salesiano Gral. Belgrano, en la ciudad de Tucumán (años 1955/56/57) con la amistad del entonces director, Padre J.Fanzolato de quien nunca olvidare su cariño por los niños su aconsejamiento, dirección espiritual y vivencias que me marcaron de por vida sobre el cuidado de los niños,los limites de la libertad, la sana competencia, la alegría de ser libres con limites y recordar las enseñanzas de vida de toda la comunidad religiosa que tuve como maestros en esos años.Ayude como monaguillo en las misas del Padre Fanzolato y recuerdo su cariño e impronta con todos mis compañeros, con los cuales muchos aún hoy somos amigos y recordamos esa época con los Salesianos en Nuestro Colegio. Recuerdos para los padres Roggio, Gonzalez, Chiaravillo y otros maestros de entonces. Juan Carlos

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