Todos los Santos y fieles difuntos

Para muchas personas, la fiesta de Todos los Santos es solamente la conmemoración de sus difuntos, de todos los familiares y amigos que en este día conmemoramos y recordamos, los rostros conocidos y amados de las personas que un día vivieron junto a nosotros y que ahora ya no están.

Todos los años la Iglesia celebra a comienzo del mes de noviembre los días de Todos los Santos y fieles difuntos. Muchas personas acuden previamente a los cementerios para poner flores sobre las tumbas y nichos de los seres queridos. Pero muchas veces no somos conscientes de lo que realmente la Iglesia celebra, al confundir a menudo las fechas y el motivo de las celebraciones ¿Sabes qué es lo que realmente se celebra cada uno de estos días?

En la Festividad de Todos Los Santos (primer día de noviembre), la Iglesia celebra aquellas personas anónimas que ya son santos y  nos recuerda que todos somos llamados a la santidad en esta vida. Por ello la Iglesia Católica se llena de alegría al celebrar la Solemnidad de Todos los Santos, tanto aquellos conocidos como los desconocidos, que con su vida son ejemplo de que sí es posible llegar al cielo.

Y al día siguiente, la Iglesia ha querido instituir, que se dedique especialmente a la oración por aquellas almas que han dejado la tierra y conmemoramos a los fieles difuntos.

Estas dos celebraciones están íntimamente unidas entre sí, como la alegría y las lágrimas encuentran en Jesucristo una síntesis que es fundamento de nuestra fe y de nuestra esperanza. En efecto, por una parte la Iglesia, peregrina en la historia, se alegra por la intercesión de los santos y los beatos que la sostienen en la misión de anunciar el Evangelio; por otra, ella, como Jesús, comparte el llanto de quien sufre la separación de sus seres queridos, y como Él y gracias a Él, hace resonar su acción de gracias al Padre que nos ha liberado del dominio del pecado y de la muerte.

El recuerdo de los difuntos, el cuidado de los sepulcros y los sufragios son testimonios de confiada esperanza, arraigada en la certeza de que la muerte no es la última palabra sobre la suerte humana, puesto que el hombre está destinado a una vida sin límites, cuya raíz y realización están en Dios. La tradición de la Iglesia siempre ha exhortado a rezar por los difuntos, en particular ofreciendo por ellos la celebración eucarística: es la mejor ayuda espiritual que podemos dar a sus almas, especialmente a las más abandonadas.

Un poco de historia

La primera noticia que se tiene del culto a los mártires es una carta que la comunidad de Esmirna escribió a la Iglesia de Filomelio, comunicándole la muerte de su santo obispo Policarpo en el año 156. Esta carta habla sobre Policarpo y de los mártires en general.

Del contenido de éste documento, se puede deducir que la comunidad cristiana veneraba a sus mártires, que celebraban su memoria el día del martirio con una celebración de la Eucaristía, reuniéndose en el lugar donde estaban sus tumbas y haciendo patente la relación que existe entre el sacrificio de Cristo y el de los mártires

La veneración a los santos llevó a los cristianos a erigir sobre las tumbas de los mártires, grandes basílicas como la de San Pedro en la colina del Vaticano, la de San Pablo, la de San Lorenzo, la de San Sebastián, todos ellos en Roma.

Las historias de los mártires se escribieron en unos libros llamados Martirologios que sirvieron de base para redactar el Martirologio Romano, en el que se concentró toda la información de los santos oficialmente canonizados por la Iglesia.

Cuando cesaron las persecuciones, se unió a la memoria de los mártires el culto de otros cristianos que habían dado testimonio de Cristo con un amor admirable sin llegar al martirio, es decir, los santos confesores. En el año 258, San Cipriano habla del asunto, narrando la historia de los santos que no habían alcanzado el martirio corporal, pero sí confesaron su fe ante los perseguidores y cumplieron condenas de cárcel por Cristo.

Más adelante, aumentaron el santoral con los mártires de corazón. Estas personas llevaban una vida virtuosa que daba testimonio de su amor a Cristo. Entre estos, están San Antonio en Egipto y San Hilarión en Palestina. Tiempo después, se incluyó en la santidad a las mujeres consagradas a Cristo.

Hasta poco antes del siglo X, era el obispo local quien determinaba la autenticidad del santo y su culto público. Luego se hizo necesaria la intervención de los Sumos Pontífices, quienes fueron estableciendo una serie de reglas precisas para poder llevar a cabo un proceso de canonización, con el propósito de evitar errores y exageraciones.

En el Concilio Vaticano II, se reestructuró todo el calendario santoral y se disminuyeron las fiestas de devoción pues se sometieron a revisión crítica las noticias hagiográficas eliminándose algunos santos no porque no fueran santos sino por la carencia de datos históricos seguros. Se seleccionaron los santos de mayor importancia, no por su grado de santidad, sino por el modelo de santidad que representan: sacerdotes, casados, obispos, profesionistas, etc. Se recuperó la fecha adecuada de sus fiestas, ésta es, el día de su nacimiento al Cielo, es decir, al morir y se dio al calendario un carácter más universal, incluyendo santos de todos los continentes y no sólo de algunos de ellos.

Quedan pues, miles de mártires y santos en estado impreciso de su festividad y por lo tanto estas faltas de conocidos y desconocidos se debieran tener en cuenta. Y para compensar este hecho el papa Urbano IV decide dedicar un día durante el año para que los fieles lo dediquen a todos ellos. El Día de Todos los Santos, tradición católica instituida en honor de todos los santos, conocidos y desconocidos, según, para compensar cualquier falta a las fiestas de los santos durante el año por parte de los fieles.

En los países de tradición católica, esta festividad de Todos los Santos se celebra ahora el 1 de Noviembre mientras que en la Iglesia Ortodoxa se celebra el primer domingo después de Pentecostés y también la celebran en esa fecha las Iglesias Anglicana y Luterana.

En la Iglesia de Occidente, el papa Bonifacio IV, entre el 609 y 610, consagró el Panteón de Roma a la Santísima Virgen y a todos los mártires, dándole un aniversario.  Y Gregorio III (731-741) consagró una capilla en la Basílica de San Pedro a todos los santos y fijó el aniversario para esta fecha de primero de noviembre, siendo Gregorio IV quien extendió la celebración en esa fecha a toda la Iglesia, a mediados del siglo IX.

Desde entonces la fiesta se fue extendiendo, primero en Europa y luego en todo el mundo.

Como fiesta mayor, tenía su celebración vespertina en la vigilia, la noche del día anterior (31 de octubre) para preparar la fiesta.

Y en Inglaterra a esta vigilia vespertina se le llamó: All Hallow’s Even (Vigilia de todos los santos). Con el paso del tiempo su pronunciación fue cambiando….All Hallowd Eve …., All Hallow Een….., Halloween.

Por esto ahora se relaciona esta fiesta con la tradición norteamericana del halloween que, en su forma actual, nada tiene que ver con las fiestas cristianas de Todos los Santos y los Fieles Difuntos.

¿Cuál es el origen de esta festividad, en principio católica?

Para algunos el creador de la fiesta de Todos los Santos fue Alcuino de York, en el siglo VIII. Es en el año 798 cuando Alcuino escribe y felicita al arzobispo de Salzburgo por fijar esta festividad dentro de las calendas romanas de noviembre, tal y como él le sugirió.

Pero para otros como ya sea comentado, entre ellos la propia Iglesia católica, se cree que nace en la decisión del Papa Bonifacio IV, el 13 de Mayo del año 609 o 610, cuando consagró el “Panteón de Agripa en Roma” al culto de la “Virgen y los mártires”, comenzando así una fiesta para conmemorar a esos santos anónimos, desconocidos por la mayoría de la cristiandad, pero que por su fe y obras, son dignos de reconocimiento y veneración por toda la humanidad. Despues, Gregorio IV, fijó el aniversario para la festividad pasando de la fecha del 13 de mayo al primero de noviembre.

Pero, ¿por qué este cambio?  La respuesta la tenemos en la conversión al cristianismo de los pueblos de tradición pagana. Ellos se negaban a abandonar sus raíces y fiestas. Los dirigentes católicos pensaron que instaurando fiestas nuevas, que coincidieran en fecha y de similar apariencia doctrinal, con las antiguas o propias de estos pueblos, les sería más fácil a estos nuevos creyentes ir abandonando sus antiguas creencias, sin que esto supusiera desechar su cultura e identidad.

La víspera del 1 de noviembre coincidía con una festividad, pagana, celta, la del “Samhein”, fiesta que marcaba el final del verano y de las cosechas para pasar a los días de frío y de oscuridad. En esa noche se creía que el dios de la muerte hacía volver a los muertos, permitiendo comunicarse así con sus antepasados. También esta práctica era habitual en el pueblo romano, pues el 21 de febrero celebraban la fiesta de “Feralia” ayudando con sus oraciones a la paz y el descanso de sus difuntos.

Nosotros, como cristianos, tenemos el deber de revisar, y poner en tela de juicio, todas nuestras costumbres y creencias, refrendándolas con la Palabra de Dios, para asegurarnos de que nuestros actos sean aprobados y bendecidos por Él. En el caso de estas dos fiestas vamos a ver que nos dice la Biblia sobre las oraciones por los muertos y el papel de intermediación de los “Santos” por nuestras almas.

¿Concuerdan estas tradiciones con el “deja que los muertos entierren a sus muertos” predicado por Cristo?, ¿Quiénes son los “Santos” según el Nuevo Testamento?, ¿por qué existen personas que sólo van a los cementerios un día al año y además equivocadamente?. Intentaremos reflexionar sobre estas cuestiones, dejando de lado fanatismos e ideas preconcebidas.

El pueblo judío, (sobre todo las ramas más ortodoxas), contiene en sus tradiciones, oraciones y conmemoraciones tales como el Izkor, que está basado en la firme creencia de que los vivos por medio de actos de bondad, pueden redimir a los muertos. Por su parte, el Antiguo Testamento, prohíbe expresamente intentar relacionarse con ellos: “Y el hombre o la mujer que evocare espíritus de muertos o se entregare a la adivinación, ha de morir; serán apedreados; su sangre será sobre ellos.” (Levítico 20.27) o en Deuteronomio 18.9-14., y, por consiguiente, no encontramos justificación para autorizar este tipo de oraciones, aunque en la cita se refiera a la invocación de los espíritus, tiene un sentido de prohibición a cualquier relación con el otro mundo, el de los muertos. No estamos hablando de recordar y añorar a nuestros seres queridos, sino de la posibilidad de interceder por ellos.

Todos los Santos

La Comunión de los santos.

Ya fijada esta festividad en el primer día de noviembre, conmemoramos a todos los millones de personas que han llegado al cielo, aunque sean desconocidos para nosotros. Santo es aquel que ha llegado al cielo, algunos han sido canonizados y son por esto propuestos por la Iglesia como ejemplos de vida cristiana.

En el sentido literal, canonizar significa incluir un nombre en el canon o lista de los santos. A lo largo de los siglos, las comunidades cristianas han compilado numerosas listas de sus santos y mártires. Muchos de esos nombres se han perdido para la historia. La obra más completa que existe sobre los santos, la Biblioteca Sanctorum, abarca actualmente dieciocho volúmenes y menciona a más de diez mil santos con sus vidas y milagros.

Significa que los denominados como santos, participan activamente en la vida de la Iglesia, por el testimonio de sus vidas, por la transmisión de sus escritos y por su oración. Contemplan a Dios, lo alaban y no dejan de cuidar de aquellos que han quedado en la tierra. La intercesión de los santos significa que ellos, al estar íntimamente unidos con Cristo, pueden interceder por nosotros ante el Padre. Esto ayuda mucho a nuestra debilidad humana.

Su intercesión es su más alto servicio al plan de Dios. Podemos y debemos rogarles que intercedan por nosotros y por el mundo entero.

Aunque todos los días deberíamos pedir la ayuda de los santos, es muy fácil que el ajetreo de la vida nos haga olvidarlos y perdamos la oportunidad de recibir todas las gracias que ellos pueden alcanzarnos. Por esto, la Iglesia ha querido que un día del año lo dediquemos especialmente a rezar a los santos para pedir su intercesión. Este día es el primero de noviembre.

Este día es una oportunidad que la Iglesia nos da para recordar que Dios nos ha llamado a todos a la santidad. Que ser santo no es tener una aureola en la cabeza y hacer milagros, sino simplemente hacer las cosas ordinarias extraordinariamente bien, con amor y por amor a Dios. Que debemos luchar todos para conseguirla, estando conscientes de que se nos van a presentar algunos obstáculos como nuestra pasión dominante; el desánimo; el agobio del trabajo; el pesimismo; la rutina y las omisiones. Se puede aprovechar esta celebración para hacer un plan para alcanzar la santidad y poner los medios para lograrlo:

Pero ¿Cómo alcanzar la santidad?

Si hoy subiríamos al cielo,  contemplaríamos una gran multitud de personas que han amado de verdad a Jesucristo y ahora gozan de la visión beatífica. También nosotros dentro de algunos años, o quizá dentro de poco, ¿Quién lo sabe?, nosotros celebraremos esta fiesta en el cielo, porque también amamos a Jesucristo, a pesar de nuestras imperfecciones, En la fiesta de Todos los Santos podemos ver el éxito de Jesucristo. Millones de personas han creído en Él, han aceptado su mensaje y le han seguido, algunos hasta dar su sangre en el martirio. Los santos son el mejor fruto de la Pascua, y su felicidad es la felicidad del mismo Cristo.

En el Apocalipsis podemos leer: Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación raza, pueblos y lenguas. De pie, delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos. Y gritaban con voz potente: ¡La salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero! (Ap 7,9-1).

Seguramente que nuestros abuelos, hermanos, padres o hijos, ahora, gozarán de la visión de Dios, y  celebramos su fiesta en este día de Todos los Santo.

San Pablo, en la carta a los Efesios, nos dice: El nos eligió en la persona de Cristo -antes de la creación del mundo- para que fuésemos santos e irreprensibles ante él por el amor. El nos ha destinado, en la persona de Cristo, a ser sus hijos (Ef 1,4-5).

Y Jesús nos dice: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5,48).

Esta es la voluntad de Dios: que todos se salven y gocen de la vida eterna.

¿En qué consiste la santidad?

La santidad consiste en vivir las bienaventuranzas. Ser pobre, ser humilde, ser misericordioso, luchar por la justicia, ser portador de paz y sufrir por el reino de Dios.

Este es el programa que expone Jesucristo y que nosotros, sus seguidores, hemos de llevarlo a la práctica. Santa Teresa nos dice que la santidad consiste en una disposición del corazón, que nos hace ser humildes y pequeños en los brazos de Dios.

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