USURA

USUREROEn el análisis que vengo haciendo de la crisis actual, siempre desde una perspectiva cristiana, he  hablado ya de la ausencia de  valores sólidos, del sentido genuino del trabajo y de la visión del hombre que subyace a unas u otras actitudes. Existen otros dos elementos, muy relacionados entre sí y con la crisis, de los que merece la pena hablar: la usura sistémica y la falta de crédito.

Los expertos dicen que la deuda pública española es consecuencia de la deuda privada: los españoles, alentados por campañas publicitarias que en ningún caso advertían del peligro que suponía contratar préstamos, hemos gastando por encima de nuestra capacidad adquisitiva y de nuestros ahorros. Firmábamos los contratos crediticios plenamente confiados en la honorabilidad de “nuestro banquero” y en la estabilidad de nuestros ingresos. Ninguna autoridad (política, económica o judicial) ha instado una investigación exhaustiva sobre cómo se estaban concediendo las hipotecas en este país, sobre sus cláusulas abusivas, ni sobre los llamados productos financieros tóxicos (vendidos por filiales de los bancos), ni sobre la indefensión en la que se situaba a los españoles, ni sobre las consecuencias sociales que provoca la especulación en bolsa. Las empresas y el propio Gobierno no  han adaptado los salarios al aumento del gasto familiar que se incrementaba auspiciado por una publicidad (privada e institucional) plagada de embustes. El estado ha visto cómo se disparaba su gasto en prestaciones por desempleo, planes “E”, clientelismo autonómico, prejubilaciones, rescate a los bancos, etc. Ningún político ha querido – ni quiere – explicar a la sociedad española cómo funciona este entramado económico, para que nadie contrate libremente condiciones abusivas en productos financieros. Cuando los españoles empezaron a quedarse masivamente en paro, no se les permitió – ni se les permite – acomodar la amortización de sus deudas a su nueva situación económica, pero los bancos sí podían echarles de sus hogares y quedarse, además, con el dinero que ya habían pagado por la vivienda…

 Simplificando mucho el problema, para encontrar el origen de tamaño marrón, yo diría que la causa es la usura sistémica: de los bancos, de las empresas, de los poderes públicos y de los españoles individualmente. Usura, avaricia, competitividad despiadada, dolo y consumismo compulsivo han ido, y van, de la mano.

 Hasta el S. XVI, usura era todo lo que conllevaba intereses en un simple intercambio monetario, bien distinto a lo que podría llamarse “inversión con riesgo”. Es decir, una cosa era prestar 100 y recaudar 120 (usura), y otra distinta adelantar dinero para sufragar los gastos de un negocio a cambio de participar en el reparto de los beneficios generados. Si el negocio fracasaba, no se repartían dividendos y punto. En el Antiguo Testamento se condena la usura continuamente. Jesús dijo “prestad sin esperar nada a cambio” (Lc. 6, 34). La Iglesia la condenó con insistencia hasta la Reforma. Y el Código civil español, que ya la represaba desde 1908 por la vigente Ley Azcarate, la penalizó en el Código penal de 1928.

Sin embargo, conforme el mundo entendió y asimiló la importancia de tener capital para montar un negocio, se desdibujó esta definición. Hoy evitamos esta palabra por su connotación negativa y el Código penal español de 1995 despenalizó la usura. Pese a ello, la doctrina canónica tiende a considerar usura: a) los préstamos con interés a personas que no pueden acceder al crédito regular por ser especialmente pobres; b) los créditos a interés variable, sobre todo si el que marca la fluctuación del interés es el beneficiario directo del incremento en el mismo; c) las hipotecas que cobran un interés mínimo pero no tienen techo al trasladar porcentajes; d) cualquier beneficio económico injusto, o contrato abusivo en sí mismo, aunque medie un acuerdo de las partes.

PARA LA REFLEXIÓN:     ¿Qué nos mueve cuando contratamos un fondo de inversión? ¿Preservar     nuestros ahorros, ganar dinero sin esfuerzo,…? ¿Pedimos cuentas a los     bancos de lo que hacen con nuestro dinero? ¿Comparemos un piso sobre el que     pesa un desahucio? ¿Hemos cancelado alguna cuenta con algún banco por     desaprobar las prácticas del mismo?

MARTA CM

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