Sexto axioma de la educación afectiva y sexual cristiana:
El enamoramiento es un sentimiento, el amor es mucho más. Amar es un arte que se adquiere con la experiencia, aprendiendo de los errores, extrayendo consecuencias de nuestros actos.
Cuando aprendemos a cocinar tiramos mucho de recetas. Sin embargo, no lograremos el bizcocho o el solomillo perfectos siguiendo literalmente una. Cocinar es mucho más que mezclar ingredientes y controlar tiempos de cocción, requiere dedicación, amor, trabajo, generosidad, ilusión, imaginación y una serie de técnicas básicas. Igual sucede con el amor.
Amar es una tarea artesanal. No existe la receta definitiva que nos alcance la pareja y la familia perfectas, sí una forma de entender y vivir la naturaleza humana que nos permite avanzar hacia esa meta con seguridad, logrando grandes satisfacciones en el camino.
Ahora bien, si no hacemos bien las cosas en materia de amor, lo que se quema no es un kilo de harina o de solomillo, sino parte de nuestro yo (identidad, autoestima, libertad afectiva, la fe en el amor e incluso salud). Por eso es vital educar en el amor y la sexualidad.
Puestos a esta tarea, conviene asimilar que educar a otros nos permite hacer los retoques necesarios en nuestra personalidad. Por ejemplo, si yo acepto mi cuerpo y mi historia personal (contemplada a la luz de la mirada de Jesús, curada y habiendo pasado página), cuando mire a mis hijos o alumnos no veré su desgarbo, falta de actitud o torpeza, sino a criaturas llenas de posibilidades.
También conviene superar el complejo de “perpetuo adolescente”. Los padres laxos y los propios jóvenes deben saber esto: no es cierto que la adolescencia sea la edad de vivir sin responsabilidad alguna, sin tareas, disfrutando al máximo de la vida y pensando sólo en mis deseos. Cada edad – también la adolescencia y la primera juventud – tiene sus límites, sus rutinas saludables, sus peligros y su potencial.
Por último, interesa reconocer y superar las cuatro etapas del amor duradero, ese al que todos estamos llamados y que tanto anhelamos: atracción, enamoramiento, amor maduro y amor conyugal. Distinguirlas nos permite entender la diferencia entre estar enamorado y amar.
Atracción: Dios es extraordinariamente generoso, reparte dones a diestro y siniestro; que te gusten varias personas habla de lo bien hecho que estás y de la belleza que te rodea.
Enamoramiento: Es la dimensión involuntaria del amor; pero lo afectivo no es irracional, es supraracional. No se puede negar lo que uno siente, tampoco se puede poner una camisa de fuerza al corazón. Este debe permanecer libre; eso sí, es necesario entenderlo y ordenarlo.
Por ejemplo, no puedes dejar entrar a cualquiera en él sólo porque te gusta; así evitarás, en lo posible, enamorarte de quien no te conviene. Tampoco puedes dejar reservado un huequecito de tu corazón (bajo promesa de amistad) para tu ex novio/a. Nuestro corazón tiene una zona indivisible, muy exclusiva, casi nominativa, destinada a una sola persona. A una o ninguna. Quien ocupe esa zona, tendrá tu corazón.
Por eso, para recuperar la libertad del corazón tras una ruptura, has de poner distancia física y emocional. ¡Nada de cafés con los ex! Sólo así dejarás paso, con el tiempo, a una nueva y sólida relación. Cuando el que rompe insiste en conservar la cercanía, en el fondo, te está colocando en su reserva: no está contigo pero no te deja marchar; te tiene ahí para cuando necesite “calorcito”, sabiendo que eso te araña el alma, te impide curar tus heridas y… pasar página.
El adolescente es aquel que va saliendo de sí mismo y conquista algunas cuotas de independencia respecto a sus padres; que se interesa por los amigos del mismo sexo porque se siente más seguro y confiado a su lado, o cuando menos, siente menos pavor al rechazo que con los del sexo contrario. Es el que necesita compartir confidencias con ellos y el que descubrirá “el amigo del alma”, ese con el que todo es más fácil, pero del que no está enamorado.
Más tarde, ampliará su círculo de relaciones y la pandilla le permitirá afrontar con menos miedos el acercamiento al sexo opuesto. Su vida transcurrirá entre el deseo de protegerse y el de abrirse a las diferencias. Que tenga en ese momento de su vida una relación especialmente cordial con un chico/a, no significa que esté enamorado.
Con el tiempo sentirá ciertas predilecciones. Estas le ayudan a formar su criterio para hacer “su futura elección”, y su primer amor llegará de forma inesperada cuando sienta fascinación profunda por el otro. Sin embargo, a pesar de los sentimientos que experimenten nuestros hijos (deseo de estar juntos, necesidad de recibir y comunicar ternura -no deseo sexual/genital- y anhelo de contar para alguien), este amor sólo es una etapa más de su aprendizaje afectivo-sexual.
Cuando dos se sienten enamorados, se recurre a la seducción y a la conquista, hoy mucho más a la 2ª que a 1ª. En realidad, deberíamos dar mucha más prominencia a la seducción y restarle casi toda a la conquista. Hay que postergar el juego de la conquista y animar a nuestros hijos a reforzar las cualidades que poseen, que construyen su personalidad y que refuerzan su autoestima porque son las que atraen la mirada del otro. Lo contrarío genera adictos al ligue. Y ¡sí! el ligue es muy divertido si hay correspondencia porque constatas tu capacidad de arrastre, pero esta adicción te impedirá construir la intimidad, esa parte de ti que sólo entregas cuando amas porque te hace vulnerable frente al otro.
P.D.: En la próxima entrega explicaré las etapas tres y cuatro.
MartaCM.
Recomendación bibliográfica: la obra que les aconsejo, relativa al tema que nos ocupa, agotó su primera edición en 15 días: “Sexo con alma y cuerpo”. Autores: José Ignacio Munilla (obispo de San Sebastián) y Begoña Ruiz Pereda (Fundación Desarrollo y Persona). Publicado en 2015. Ed.: FRESHBOOK.
Entrevistamos a su autora en El Espejo de la Iglesia, cadena Cope, el viernes 29 de mayo de 2015. (Ver fonoteca en www.cope.es)