Preparando la despedida.

 

Próxima ya la solemnidad de la Ascensión, el Evangelio de este domingo nos sitúa en uno de los momentos más intensos de la “despedida” de Jesús, tal como la recuerda San Juan en la Última Cena. El sentimiento de su ausencia se transfigura por la fe en el gozo de una mejor presencia.

La semana pasada leíamos en el evangelio, como Jesús les prepara para esta despedida. Entrañable adiós del Amigo y Maestro que va a morir. Hoy escuchamos las últimas líneas de esa gran despedida. El mensaje que quiere dejarles: Por encima de la ausencia visible de Jesús, los discípulos gozarán de su presencia interior, divina y tendrán en este mundo la verdadera Paz.

Cena despedida de Jesús
 En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

– «El que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

El que no me ama no guardará mis palabras. Y la palabra que estáis oyendo no es mía, sino del Padre que me envió.

Os he hablado de esto ahora que estoy a vuestro lado, pero el Defensor, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho.

La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado.” Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda, sigáis creyendo.»

Palabra del Señor.

El Evangelio del Reino proclamado por Jesús y el Evangelio de Jesús el Señor proclamado por la Iglesia es el mismo en dos etapas sucesivas. La actividad docente del Paráclito consiste en llevar a los discípulos y a la Iglesia al núcleo de la enseñanza de Jesús. Se trata de una enseñanza interpretativa, profundizadora y animadora. Sólo el Espíritu Santo es el encargado de interpretarles, de conducirles a la verdad del precepto del amor, incluidos los enemigos, precepto que Jesús mismo practicó en la cruz. La segunda tarea, es el “recuerdo”: fidelidad al Evangelio y creatividad para hacerlo creíble, fiable y eficaz en todos los tiempos y en todas las circunstancias en que se encuentren la Iglesia y los hombres.

El tiempo pascual, que se caracteriza por el denominador común de la alegría se diversifica cada domingo por los temas que pone a nuestra consideración. La Pascua es el gran fundamento de la vida cristiana, que nos hace pasar de la utopía a la realidad, de la mentira al amor, del miedo a la paz.

Domingo tras domingo los cristianos guardamos la palabra que se nos ha dado, escuchamos las lecturas santas que nos recuerdan lo que Dios ha hecho por nosotros y sobre todo lo que Cristo ha realizado y cumplido para salvamos. El cristiano no tiene que ser olvidadizo, desmemoriado, sino hombre de palabra, fiel a lo que cree y dice. El creyente es el que habla con palabra auténtica en un mundo de tantas falsedades, de tantos matices fonéticos. Hay que hablar y hacerse presente para posibilitar el diálogo, tomar conciencia de la realidad circundante manifestar vivencias interiores. Los diálogos desde la fe, aunque sean difíciles, son necesarios y urgentes, pues se están achatando los horizontes de la vida del hombre.

Se debe guardar la palabra de Dios sin que tiemble nuestro corazón ni nos acobardemos. El miedo es mal consejero, atenaza, impide cumplir la misión que se nos ha confiado. Existen demasiados temores y desánimos que cristalizan en cobardías cómplices. Es el Espíritu quien nos enseña y recuerda todo. No hablamos de nosotros, sino de Cristo. Nuestras palabras no tienen que ser de alarma o inquietud, no deben imponer más cargas que las indispensables, es decir, las del evangelio. Los conflictos hay que encerrarlos con serenidad, sin arrogancia, pues la palabra cristiana siempre es oferta de paz.

El Espíritu de Cristo sigue en nosotros enseñándonos y recordándonos lo que Jesús dijo e hizo. Su vida y enseñanza se resumen en el amor, que nos hace vencer lo más difícil: las propias convicciones. Así se abrieron los primeros apóstoles a la comprensión de aquéllos que tenían otros modos sociales y costumbres religiosas.

Superando el estrecho límite de los propios puntos de vista conseguiremos ensanchar el horizonte de nuestra visión cristiana. Es el camino de la fe, que consiste en renunciar a nuestra visión inmediata y empalmar así con el horizonte de Dios.

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